Este será el año en que se destruyan las bases de nuestra incipiente democracia
Dos mil veintitrés no será un día de campo para México. Sin interés alguno por abocarse a atender sus obligaciones administrativas, el presidente de la República redoblará su estrategia propagandística con el único objetivo de retener el poder para sí.
Su amasiato inconstitucional con las fuerzas armadas y el debilitamiento intencional de las instituciones del Estado, son dos signos ominosos del atentado que se gesta contra la endeble democracia mexicana.
Apenas la semana pasada, varios legisladores-matraqueros, entre los que destaca la comiteca Patricia Armendáriz, dieron muestra de la dimensión de su cinismo, al reconocer que han sido ellos los artífices de la ilegal campaña a favor de la regenta, a quien el presidente de la República utiliza como estandarte de continuidad, para el proceso electoral del 2024.
López Obrador sabe que placear a su favorita, conlleva un alto riesgo para ella misma, en tanto que los demás suspirantes de su propio partido, harán lo que sea con tal de descarrilarla de sus ambiciones presidenciales.
Pero eso no le preocupa al presidente. Lleva muchos años estudiando el fenómeno del poder; ha comprendido que el viejo adagio de “romper para estabilizar” ha perjudicado a casi todos sus antecesores desde el asesinato de Venustiano Carranza y él no va a permitir que le ocurra lo mismo.
No será la regenta quien lo mande al exilio; no será Adán Augusto quien lo suba al Ypiranga. La 4T es él y sabe que nadie está dispuesto a seguir recibiendo órdenes desde un rancho de Chiapas.
En el fondo, sus aspiraciones nunca fueron sobre servir. El servicio público es el elemento de gobierno que menos le interesa. En caso contrario, sus programas sociales habrían sido diseñados para incidir positivamente en las estadísticas de la pobreza y no ha sido el caso.
Por eso su rabia permanente sobre la elección del 2006, sobre la que él asegura que le arrebataron el triunfo, aunque nunca ha podido presentar un sólo elemento de prueba, que soporte sus dichos.
Siempre se ha tratado del poder; de su perfume; de sus infinitas posibilidades. Ello explica el porqué nunca se trató de “sacar al Ejército de las calles”, sino de convertirlos en aliados dispuestos a apoyar su infamia.
La violación permanente y sistemática del 129 constitucional, para convertir al Ejército Mexicano en sociedades anónimas, protegidas de las miradas inquisidoras de la transparencia y la rendición de cuentas con el pretexto de la “seguridad nacional”, son la mejor prueba de su perversa intención por destruir todo avance democrático alcanzado desde las ominosas elecciones de 1988.
En este contexto, la oposición simplemente no existe. Y los gobernados —divididos, enfrentados— tienen frente a sí al gran reto de movilizarse y protestar, frente a un gobierno dispuesto a lo que sea, con tal de retener el poder, más allá de sus límites constitucionales.
Lo que viviremos este año que inicia, no será un día de campo, ni una cinta de suspenso dirigida por Peter Weir. Será un proceso doloroso de desmantelamiento del país, para satisfacer las ambiciones personales de un hombre y su recua.
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