“En México, hay dos tipos de funcionarios corruptos: los que se voltean para otro lado y los que son parte. Genaro García Luna es de los que son parte. Nos daba información para pegarle a nuestros rivales, pero también nos daba datos sobre operativos e investigaciones contra nosotros. Nuestro éxito fue lograr la corrupción para no tener obstáculos”.
Esta es la descripción inicial que hizo Sergio Villarreal Barragán, alias “El Grande”, sobre Genaro García Luna, primero como director de la Agencia de Investigación Criminal, en el gobierno de Vicente Fox, y después como secretario de Seguridad Pública, en el sexenio de Felipe Calderón. “El Grande”, que mide dos metros, fue la mano derecha de Arturo Beltrán Leyva. El hombre de confianza encargado de la expansión del cártel de Sinaloa.
A inicios de esta semana, tuve la oportunidad de cubrir para Latinus el arranque de las audiencias del juicio contra el “superpolicía”, en la Corte de Distrito Este de Brooklyn, Nueva York.
Entrar a un lugar como ese tendría que ser una experiencia obligada para cualquier persona, sin importar su profesión u oficio. De hecho, es posible. No hay que ser reportero o abogado. El sistema de justicia estadounidense permite el acceso de cualquiera. Basta con pasar un par de arcos de seguridad. Ni siquiera es necesario identificarse.
Lo que pasa ahí dentro rebasa a las escenas de las series o las películas. El juez Bryan Cogan, mismo que encabezó el juicio contra Joaquín Guzmán Loera, aparece en la sala después de que su secretario toca una puerta dos veces. Es la señal para que todos los presentes se pongan de pie. El juez viste su clásica toga negra. Tiene aspecto de Santa Claus. Lentes, barba y pelo completamente blancos y piel rojiza. Es un tipo con sentido del humor, que le gusta apapachar a su jurado. Por ejemplo, este jueves 26 de enero permitió que no hubiera sesión para que uno de los integrantes pudiera ir a ver un partido de basquetbol entre los Celtics de Boston y los Knicks de Nueva York, que había recibido como regalo de navidad.
De García Luna, mucho que decir. Cada vez que entra y sale de la sala, al inicio, al final y en los recesos de la audiencia, voltea a ver a su esposa Linda Cristina Pereyra. Le dice que la ama, con una sonrisa de adolescente enamorado. Le manda besos y se toca el corazón. Ella responde, aunque no con tantos ánimos. Se le ve cansada.
En un par de esos recesos García Luna cruzó duras miradas con “El Grande”. El operador de Arturo Beltrán Leyva no sólo lo acuso de recibir cientos de millones de dólares en sobornos, sino que también contó que los líderes del cártel de Sinaloa se burlaban de él por su dificultad para hablar. “Le decíamos el tartamudo”. Y ahí estaban, frente a frente. García Luna, serio. “El Grande”, relajado.
De la fiscalía de Estados Unidos, la parte acusadora, habría que destacar la juventud de sus integrantes. Dos hombres, cuatro mujeres que difícilmente superan los 40 años. El primer día, muy nerviosos. El segundo, con mayor seguridad. Lo mismo en la defensa de García Luna. Su abogado, César de Castro, empezó como un hombre experimentado. Aseguró que su cliente era la cara del combate a las drogas y que no habría foto, video, audio o documento que evidenciara su culpabilidad. Un día después, aflojó el paso con errores en nombres, fechas y circunstancias.
Parece que ese será el ir y venir en un juicio extremadamente mediático en México. Extremadamente ignorado en Estados Unidos.
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