Durante el Porfiriato en la Ciudad de México se modernizó el Colegio Militar para que los alumnos aprendieran nuevas tácticas bélicas e innovaran los artefactos y armas de guerra, el entonces adolescente Manuel Mondragón ingresó a este centro educativo donde destacó en la especialidad de Artillería.
De acuerdo con la Secretaría de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico, el fusil, que trabajaba con presión de gases para realizar disparos con gran potencia, fue tan sofisticado para su época que uno de sus compradores fue la fuerza aérea alemana a inicios de la Primera Guerra Mundial.
Esta compra se dio cuando la SIG rompió el contrato de la producción del fusil con México debido a la Revolución. En tanto que los alemanes encontraron que el arma tenía un mejor uso al dispararse a gran distancia, desde sus aviones, acorde con el Museo de Armas de Fuego de Estados Unidos.
El arma de Mondragón reemplazó a los fusiles de guerra de cerrojo con cargador porque al disparar, ya no era necesario volver a cargar. Al proyectar una bala, otra se colocaba automáticamente en la “recámara”. Esta novedad fue el antecedente para las armas de disparo de ráfagas como la metralleta.
Las hazañas del general Mondragón
Mondragón también fue conocido por su participación en la Decena Trágica. Recibió el cargo de General de División, que se le otorgó en febrero de 1913 y contribuyó a poner en libertad a Bernardo Reyes y Félix Díaz para así iniciarse el golpe de Estado contra el entonces presidente Francisco I. Madero, a cargo del general Victoriano Huerta, de acuerdo con información de este diario del año 1942.
“La mañana de ese día los alumnos de la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan se sublevan contra el gobierno de Madero, lo mismo que Manuel Mondragón, salen de los cuarteles de Tacubaya y juntos liberan a Félix Díaz y a Bernardo Reyes, prisioneros del gobierno de Madero y tratan de tomar Palacio Nacional”, contó Doralicia Carmona en su artículo Memoria Política de México.
Morir en el exilio
Mondragón encontró una alternativa a la presión pública que vivió al exiliarse en Europa, donde fue bien recibido por los gobiernos con los que había tenido trato cuando era funcionario. Allí pasó el resto de sus días hasta que murió en España, en septiembre de 1922.
Poco antes de morir, Manuel Mondragón concedió una entrevista a este diario, se publicó el 9 de diciembre de 1922.
El reportero Gonzalo G. Travesi viajó hasta su casa en la última calle del General Prim, cerca del barrio Amara en San Sebastián, después de subir los interminables escalones del edificio y un reducido pasillo rodeado de muebles desvencijados, llegó hasta la vivienda del militar retirado, donde predominaba el olor a cloroformo y alcanfor.
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En la imagen de inicios del siglo XX se observa un retrato del general Manuel Mondragón, durante su vida militar; la fotografía de 1922 se tomó durante una entrevista realizada por este diario poco antes de su muerte. Fotos: Archivo EL UNIVERSAL. Diseño web: Griselda Carrera.
“Una mano huesosa estrechó la mía y pasó por mi mente la idea de que saludaba a un muerto; tal era el estado físico del que, buscando energías dentro de sus escasísimas carnes, accedía en un supremo esfuerzo a hablar con un redactor del diario que él gustaba más leer, según su propia expresión; y para comprobarlo, cogió un número de EL UNIVERSAL que tenía a su alcance y que me mostró, mientras venía a sus labios una sonrisa intensamente amarga”, relató Travesi.
Mondragón habló sobre los agravios de sus enemigos en otras épocas, “adueñados” de las atenciones de Madero, hirieron de muerte su “vanidad científica”.
Contó a Travesi que toda su vida y juventud la dedicó a estudios de Artillería con el único objetivo de haber un bien a la patria; sin embargo, los generales Iberri, Plata, Ángeles y García Peña (secretario de guerra) lucharon para que el gobierno no recogiera los cañones y obuses de su invención, mandados a hacer en Francia y ya listos en las fábricas para ser enviados.
“Muchos fueron mis esfuerzos para que el señor Madero se persuadiera”, dijo Mondragón. Cuando logró que lo recibiera en Chapultepec, le mostró la funcionalidad del fusil, “cuando el señor Madero, convencido o no de mis asertos, pero sí notoriamente mortificado, me hubo oído por algunos minutos, y me manifestó que la verdad era que no quería nada con los Mondragón, sentí herida mi dignidad y me retiré de su presencia...”
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