Las elecciones mexicanas de 2018 fueron las menos reñidas de la historia reciente de México. También las menos impugnadas. Al mismo tiempo, han sido las únicas donde el Tribunal Federal Electoral juzgó que hubo una intervención directa por parte del gobierno federal en contra de uno de los contendientes.
La intervención reconocida por el tribunal se refiere a los falsos cargos de corrupción que hizo la Procuraduría General de la República contra el candidato Ricardo Anaya, que ocupaba entonces el segundo lugar en la contienda, 10 puntos abajo del puntero, Andrés Manuel López Obrador.
Podemos ver ahora que las imputaciones falsas de la Procuraduría, de las que ella misma exoneró al candidato después de los comicios, coincidieron en el tiempo con el estancamiento electoral de Anaya y con el despegue definitivo de López Obrador, quien terminó la contienda 30 puntos arriba.
Este es quizá el momento culminante de la crónica analítica que nos ofrecen en este número de nexos Jorge Buendía y Javier Márquez, siguiendo las líneas de intención de voto que resultan de la agregación estadística de decenas de encuestas públicas sobre la elección, más de 180 mil entrevistas, que pueden consultarse en los archivos del Instituto Nacional Electoral.
Fascinantes también son otras dos historias contenidas en esta crónica: la manera como el PRI perdió la elección de 2018 mucho antes de que empezara y la intensidad de los cambios en las preferencias de los votantes tanto por grupos socieconómicos como por regiones.
Leyendo la crónica de Buendía y Márquez uno tiene la impresión de que, a diferencia de sus resultados, la historia de aquella elección no es materia histórica juzgada. Es una historia en construcción.
El 15 de febrero de 2018 el periódico Reforma publicó una encuesta sobre las elecciones presidenciales: “Así cierran las precampañas: Lidera AMLO, Acelera Anaya, Se rezaga Meade”. Las cifras de intención de voto eran AMLO 42%; Anaya 32%; Meade 18%; otros candidatos, 8%.1 Para el 1 de julio, día de la elección, la ventaja de AMLO sobre Anaya se había triplicado. ¿Qué pasó en esas semanas para que AMLO pasara de tener 10 puntos de ventaja a tener 30?
Para responder esta pregunta recreamos aquí la dinámica de la campaña, los hechos de la coyuntura y los episodios que tuvieron un impacto definitivo en las preferencias de los votantes. Las encuestas son una fuente invaluable de información para este propósito, aunque no estén exentas de controversias.
Las discrepancias entre las encuestas son previsibles porque las diferencias metodológicas de las casas encuestadoras suelen producir resultados diferentes y porque a veces tienen márgenes de error mayores que los que se reportan. Una manera de limpiar el terreno es recolectar la mayor cantidad de información posible, como la que hay en las decenas de encuestas accesibles en un repositorio del INE.2 Usando aquellas que incluyen la información necesaria, construimos una base de datos con 88 mil 843 entrevistas que nos permiten estudiar con detalle, mediante modelos estadísticos de agregación, los principales cambios en las preferencias de los votantes durante el proceso electoral.
Según nuestro modelo de agregación de encuestas, al empezar 2018 López Obrador tenía 39% de la preferencia efectiva (excluyendo a quienes no respondieron por quién votarían: gráfica 2). En las dos elecciones previas, AMLO nunca había tenido más de 36% de la intención de voto. En 2012, incluso, arrancó en un distante tercer lugar. Pero en 2018 AMLO arrancó el año en la primera posición con un apoyo superior al de las elecciones anteriores. ¿Por qué? ¿Cuáles fueron los momentos clave para que López Obrador iniciara como puntero en la carrera presidencial de 2018?
Las encuestas permiten identificar dos episodios fundamentales. El primero tuvo lugar en el año 2014 y es en realidad una concatenación de hechos. Al empezar el año, la entrada en vigor de una reforma hacendaria que generó amplio descontento. En septiembre, tuvo lugar la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Pocas semanas después surgió el llamado escándalo de la “Casa Blanca”: la casa de la esposa del presidente financiada por un contratista gubernamental.
2014 fue un año aciago para el presidente y su partido. En diciembre de 2013 Peña Nieto tenía una aprobación de 45% y una reprobación de 47%. En enero de 2015 las cifras eran 38% y 56% respectivamente.3 La desaprobación pasó en ese mes de -2 a -18 puntos. La inconformida golpeó también al PRI: en noviembre de 2013, el 31% de los mexicanos se consideraba priista; en febrero de 2015, sólo 19%.4
2014 es clave para entender la victoria de López Obrador porque inicia la debacle del gobierno y del partido gobernante. A partir de ese año aumenta significativamente la probabilidad de una victoria opositora en 2018. Gracias a la fragmentación electoral y a las alianzas electorales, el PRI pudo sortear el reto de la elección intermedia de 2015, pero su tendencia a la baja no se detuvo.
2016 fue muy favorable para Acción Nacional. Le arrebató al PRI gubernaturas importantes como Veracruz, Chihuahua y Tamaulipas, y refrendó la de Puebla. En la carrera hacia 2018, la intención de voto por partido (sin mencionar candidatos) tenía al PAN en la delantera. Morena registraba una tendencia ascendente. El PRI, todavía en segundo lugar, iba a la baja (ver gráfica 1). La posibilidad de la alternancia era clara, pero no cuál partido opositor alcanzaría el triunfo. El alza de los precios a la gasolina, en enero de 2017, empezó a despejar el horizonte.
El impacto del llamado gasolinazo fue brutal. La aprobación del presidente llegó al punto más bajo de su gobierno: 17%. Su rechazo, al 79%.5 Una caída política de ese tamaño es maná para la oposición. En principio, se esperaría que las principales fuerzas opositoras, el PAN y el PRD, cosecharan el descontento, pero no ocurrió así. El descontento fue capitalizado por Morena, no por Acción Nacional. Morena creció 5 puntos entre noviembre de 2016 y febrero de 2017 (de 20% a 25%) mientras el PAN permanecía igual (28%). La suerte del PRI quedó echada: perdió 4 puntos y pasó al tercer lugar.
¿Por qué el gasolinazo benefició a Morena y no al PAN? Una posibilidad es que el alza de precios se haya visto como un fracaso de la reforma energética, lo cual reivindicó la postura de AMLO, siempre opuesto a ella. El votante pudo haber razonado de la siguiente manera: “si el argumento a favor de la reforma es la disminución de precios, el gasolinazo significa que ha fracasado. AMLO tenía razón”. En esta línea argumentativa, Acción Nacional habría pagado caro su respaldo a la reforma energética.
Lo cierto es que el gasolinazo fue un episodio clave en el ascenso de López Obrador.
Para mediados de 2017, Morena y Acción Nacional estaban ya empatados en las preferencias, con el PRI en un distante tercer lugar. Pero mientras el candidato de Morena era conocido por todos, los candidatos del PAN y PRI seguían sin definirse. El primer reto para Ricardo Anaya y José Antonio Meade cuando fueron elegidos candidatos fue alcanzar el nivel de reconocimiento de que gozaba López Obrador. Después de dos campañas presidenciales, el ex jefe de gobierno capitalino era conocido por todos los mexicanos. En el camino a su definición de candidato, Acción Nacional incluso sufrió una importante escisión cuando Margarita Zavala, la panista con más alta aprobación en las encuestas, abandonó sus filas.
El hecho es que, cuando dieron inicio las precampañas, el 14 de diciembre de 2017, las circunstancias eran inmejorables para AMLO: tenía mejor posicionamiento que sus rivales, mayor conocimiento, más opiniones positivas y su partido estaba adelante en la intención de voto. Le sonreían incluso las cifras de identidad partidista, un indicador comparable al del voto duro: Morena tenía la misma fuerza que PAN y PRI.
AMLO empezó enero de 2018 como el candidato a vencer. Lo mismo le había sucedido, recordaban muchos, en el año 2006, y había terminado perdiendo frente a Felipe Calderón por una diferencia mínima. La pregunta que estaba en el aire era si conservaría la delantera esta vez. Había varios elementos para suponer que las preferencias podrían cambiar, como en 2006 y en 2012.
En primer lugar, la debilidad de las lealtades políticas reflejada en el creciente número de votantes apartidistas: un tercio del electorado en 2013 y más de la mitad en 2015-2018 se declaraban sin identidad partidista. En segundo lugar, Meade y Anaya eran poco conocidos, lo que les abría un espacio para construir sus candidaturas: en principio sus números podían cambiar. En tercer lugar, las escisiones de dentro de los partidos, dispersaron a una parte de sus votantes. Muchos perredistas que preferían a AMLO por encima del candidato del Frente, Ricardo Anaya, que postuló su partido. Y muchos panistas respaldaban a Margarita Zavala, que se separó de su partido y buscó una candidatura independiente.
Con el PRI en un lejano tercer sitio, AMLO y Anaya se disputaban el mercado electoral de oposición. Esto podía dar lugar a un juego de suma cero donde uno ganaba lo que perdía el otro. En esta lógica, las distancias entre los candidatos pueden ser engañosas. Si el candidato puntero A lleva 10 puntos de ventaja pero pierde 5 ante el candidato B, la pelea está empatada.
En enero de 2018, 12% del electorado tenía simultáneamente una opinión positiva de AMLO y de Anaya, aunque la mayoría se inclinaba en ese momento por el morenista. Los simpatizantes de Anaya tampoco rechazaban a AMLO. El mercado electoral que AMLO y Anaya compartían con Meade era más reducido (menor a 5% del electorado).
Por todas estas razones, era factible asumir que las preferencias se modificarían durante el año 2018.
En toda campaña hay factores exógenos que se pueden traducir en brincos pasajeros o en choques permanentes. Los brincos cuentan si ocurren al final de la campaña pero los choques son clave “porque perduran hasta el día de la elección, independientemente del momento en que ocurren”, como apuntan Wlezien y Erikson.6 La evolución de las preferencias electorales entre enero y junio de 2018 muestra con claridad pocos brincos pasajeros y un choque permanente.
La línea de tiempo reflejada en la gráfica 2 se divide en tres periodos, de acuerdo con los criterios de la ley electoral vigente. El primer periodo reflejado en la gráfica incluye parte de la llamada “precampaña” (14 de diciembre 2017 a 11 de febrero 2018). El segundo, incluye el tiempo de la llamada “intercampaña” (12 de febrero al 29 de marzo) y el tercero la llamada propiamente “campaña presidencial”, que inicia formalmente el 30 de marzo y termina el día de la elección, el 1 de julio).
Como se aprecia en la gráfica, el cambio más importante en las tendencias se dio en el periodo de “intercampaña”, entre el 12 de febrero y el 29 de marzo. Las cifras del cambio son como sigue: al empezar febrero de 2018, AMLO tenía una ventaja de 9 puntos sobre Anaya (41% vs 32%). Al terminar marzo, la ventaja de AMLO ya era del doble: 18 puntos (46% vs 28%).
El salto en las tendencias está asociado a la acusación por lavado de dinero que difundió la Procuraduría de la República en esos días. La nota del diario El País resume el hecho con claridad:
El 21 de febrero de 2018 la PGR confirmó públicamente la apertura de una investigación sobre Anaya por la supuesta venta fraudulenta en 2016 de una nave industrial de su propiedad a Manuel Barreiro, un empresario supuestamente vinculado al candidato. Dos abogados que habían participado en la operación, Alberto Galindo y Daniel Rodríguez, denunciaron que el dinero de la compra, 54 millones de pesos (unos 2.9 millones de dólares), tenía un origen ilícito y que el propósito era canalizar fondos para cubrir gastos de campaña. (El País, 5 de marzo de 2019.)
La acusación recibió una gran cobertura mediática. El análisis realizado por Central de Inteligencia Política, y publicado en El Financiero (6 marzo 2018), encontró que durante febrero de 2018 las noticias sobre Anaya fueron mayoritariamente negativas (56%). Sólo un tercio de las noticias sobre él fueron positivas, lo que arrojaba un balance de -22 puntos. Todo esto a pesar de que la acusación se dio a conocer en el último tercio del mes. Para marzo, la cobertura del candidato blanquiazul mejoró pero las noticias positivas y negativas fueron de magnitud similar (37 y 34% respectivamente).
La acusación contra Anaya se dio en el llamado periodo de “intercampaña”, durante el cual están prohibidos los actos proselitistas, así como spots con la imagen de los candidatos. Ello pudo haber magnificado el impacto electoral de la denuncia. El episodio de la acusación probablemente tuvo un efecto de largo plazo porque afectó un atributo fundamental para muchos ciudadanos: la honestidad.
Acusar a Anaya por corrupción debilitó su pretensión de ser un político innovador, diferente, y lo ubicó como un político más cercano al régimen que a la oposición.
El momento en que se dio la denuncia fue importante también porque un amplio segmento de la población todavía no tenía una opinión formada sobre Anaya, a diferencia de AMLO que era más conocido.
En enero de 2018 los ciudadanos estaban divididos en cuanto a si Anaya era honesto o corrupto: 29% decía que era honesto, 36% que era corrupto y el resto (35%) no tenía información para emitir una opinión. AMLO, en cambio, era calificado como honesto por el 45% de los entrevistados y 35% lo consideraba corrupto. Para marzo la mitad de la población consideraba que Anaya era corrupto y un porcentaje similar decía que AMLO era honesto.
A partir de las acusaciones, el tema de combate a la corrupción le perteneció claramente a López Obrador.
Anaya rápidamente resintió las acusaciones y la cobertura desfavorable. Aunque su nombre ya era conocido, el conocimiento sobre su persona era superficial. Por ejemplo, sólo 56% de los ciudadanos lo reconocía en una fotografía. En esas circunstancias es más fácil construir o destruir el posicionamiento de un candidato. A finales de enero, 34% de los mexicanos tenía una opinión positiva de Anaya y 23% una opinión negativa (balance de opinión de +11). Esos porcentajes se deterioraron en marzo: 31% positivos y 30% negativos para un balance de +1.
López Obrador, por el contrario, siguió fortaleciendo su imagen.
Un momento importante de la campaña fue el primer debate presidencial que tuvo lugar el 22 de abril, a menos de un mes de iniciada formalmente la campaña. Aunque la mayoría de las veces su impacto es mínimo, un debate es uno de los pocos eventos calendarizados con el potencial de alterar el rumbo de una elección. Además, al realizarse al inicio de la contienda, su hipotético impacto puede ser de mayor alcance.
Muchos analistas preveían que Anaya resultaría vencedor al ser un aspirante articulado y elocuente. Es factible que AMLO, consciente de su amplia delantera, haya buscado influir en cómo se leería su desempeño. Unos días antes del debate señaló que no respondería a los ataques. “No me voy a pelear; amor y paz”, señaló. Buscó también atajar las críticas por su forma de hablar, probablemente tratando de bajar las expectativas sobre su desempeño en el debate: “yo no hablo de corrido” (La Jornada, 20 de abril 2018).
Anaya tuvo una ligera mejoría gracias al debate. Una encuesta postdebate del periódico Reforma (2 de mayo 2018) lo dio como ganador del mismo por un margen estrecho. El diario también reportó que la ventaja de AMLO sobre Anaya disminuyó 4 puntos porcentuales luego del debate. Como se aprecia en la gráfica 2, este movimiento corresponde a un cambio temporal. La preferencia por Anaya regresó a su nivel predebate y la amplia ventaja de AMLO se mantuvo, e incluso aumentó más adelante.
En la terminología de Erikson Y Wlezien, fue un brinco más que un choque. Dada su naturaleza temporal e impacto limitado, el primer debate tampoco puede ser calificado como un episodio clave de la contienda. El ascenso de López Obrador continuó.
Entre enero y junio las preferencias ciudadanas a nivel agregado muestra cambios importantes. Destaca naturalmente el crecimiento ininterrumpido de López Obrador y el declive de Anaya. El apoyo a Meade, en cambio, no muestra modificaciones sustantivas. El modelo estadístico que empleamos es útil para identificar en qué grupos sociodemográficos ocurrieron los cambios más importantes durante la campaña.7
Vale la pena responder dos preguntas: 1. ¿En qué regiones se dieron los cambios más abruptos? 2. ¿Qué grupos sociodemográficos cambiaron su voto?
El voto regional
El sur. Sabemos que antes de la precampaña el electorado cambió en el sur del país porque las encuestas de intención de voto en enero de 2018 ya indicaban una correlación de fuerzas diferente a la de 2012. Mientras que en 2012 Peña Nieto y López Obrador se disputaron el voto (37-34), para enero de 2018 la encuesta de Reformaarrojaba que el candidato de Morena tenía 60% de las preferencias (un aumento de 26 puntos en relación a 2012).
De enero a junio este porcentaje prácticamente no cambió y el día de la elección AMLO recibió 62% de los votos del sur (circunscripción 3). Antes de que iniciara la campaña, AMLO ya había ganado el respaldo de los votantes del Sur del país. Su crecimiento fue principalmente a expensas del PRI (Acción Nacional ha sido históricamente débil en la región). Para efectos prácticos, antes de la contienda presidencial, el PRI ya había cedido la zona.
El centro. La circunscripción 4, representada principalmente por la CDMX y el estado de Puebla, tiene un patrón de comportamiento diferente. Tradicionalmente bastión de López Obrador, como lo demuestran sus cómodas victorias en 2006 y 2012, éste inició la contienda con una ventaja sobre Anaya pero con una fuerza similar a la de 2012. Esto pronto cambió porque los ataques a Anaya generaron una migración de votos hacia el lopezobradorismo.
El norte. En comicios previos, López Obrador había ocupado en el norte (circunscripciones 1 y 2) la tercera posición, pero para enero de 2018 ya estaba en segundo lugar en ambas zonas. La circunscripción 1, que incluye Baja California, Sonora, Sinaloa y Chihuahua entre otros estados, ilustra la dinámica del cambio electoral. En 2012 AMLO quedó en un lejano tercer lugar, a 18 puntos de Enrique Peña Nieto. La debacle del PRI, sin embargo, provocó un realineamiento partidista que se reflejó en el hecho de que, para enero de 2018, Anaya y AMLO estuvieran prácticamente empatados en la circunscripción. La denuncia de lavado de dinero contra Anaya pronto inclinó la balanza en favor de AMLO. En esta circunscripción AMLO ganó cómodamente el 1 de julio con una ventaja de casi 30 puntos sobre Anaya y casi 40 puntos sobre Meade.
Las constantes del cambio de voto regional fueron la volatilidad, la abrupta caída del PRI y el crecimiento de AMLO a expensas del partido tricolor. En ninguna región se observa que la distribución del voto sea parecida a la de 2012 y esto se explica principalmente por la implosión tricolor que describimos líneas atrás.
El voto social
La constante electoral de las tendencias por grupos sociodemográficos fue el cambio de preferencias.
Particularmente en tres segmentos de población, hasta entonces reticentes ante AMLO: las mujeres, los jóvenes (18-24 años) y las personas con educación primaria.
En 2006 y 2012 las mujeres se inclinaron por Peña y Calderón mientras que los jóvenes apoyaron por igual a AMLO que a sus rivales. Las personas menos educadas, a pesar del discurso de AMLO a favor de los grupos más vulnerables, votaron en 2012 por Peña mientras que seis años atrás dividieron su apoyo entre los tres principales candidatos.
Para enero de 2018, mujeres y personas con educación básica apoyaban por igual a AMLO y a Anaya. Los jóvenes, incluso, favorecían más a Anaya. Por su peso electoral, estos tres segmentos tenían la llave que abriría la puerta de Los Pinos. Cualquier posibilidad de una elección competida en 2018 estaba en sus manos.
Nunca sabremos si Anaya hubiera podido atraer el respaldo mayoritario de estos segmentos o si les habría hecho una oferta política adecuada. La campaña negativa en su contra inclinó rápidamente la balanza a favor de AMLO. A partir de entonces el crecimiento de éste fue sostenido. El día de la elección, en la encuesta de salida, resultó que estos tres importantes segmentos se habían inclinado 2 a 1 por AMLO sobre Anaya. Incluso las personas menos educadas apoyaron más a Meade que al queretano.
Otro grupo cuyo comportamiento es a la vez crucial y fascinante es el de las personas con estudios universitarios. En la medida que escolaridad e ingreso están correlacionados, las personas más educadas son las de mayor nivel socioeconómico. En 2006 las personas con carrera universitaria apoyaron claramente a Calderón (46%) por encima de López Obrador (35%) según la encuesta de salida de Consulta Mitofsky.8
En 2012 el desgaste gubernamental provocó que Acción Nacional perdiera su respaldo, y dada la tradicional animadversión de las personas con mayor escolaridad hacia el PRI, AMLO empezó a ganar popularidad entre ellos. Para enero de 2018 los mexicanos con mayor grado de estudios respaldaban abrumadoramente a López Obrador. Su apoyo incluso creció durante la campaña. El día de los comicios, 6 de cada 10 personas con estudios universitarios sufragaron en favor del candidato de Morena.
La victoria de López Obrador se empezó a perfilar mucho antes de la elección. Tuvo a su favor el desencanto ciudadano con los gobiernos previos, especialmente el de Peña Nieto. AMLO recogió gran parte de los votos que el PRI dilapidó, pero también mostró una capacidad de inclusión de la que había carecido anteriormente: incorporó a cuadros de otras fuerzas políticas, se reunió con empresarios prominentes, moderó sus posturas y desplantes, en suma, hizo una buena campaña.
Al iniciar las precampañas AMLO ya era el candidato a vencer. Eran evidentes los cambios en el comportamiento electoral de los mexicanos: AMLO tenía amplio respaldo en regiones y grupos sociodemográficos que antes le habían volteado la espalda. Y durante la campaña consolidó y amplió las simpatías que crecían desde tiempo atrás. Si en el pasado su candidatura había dividido al país y a la sociedad, para el día de los comicios contaba con amplio respaldo en todos los estados y entre los principales grupos socioeconómicos. Entre hombres y mujeres, jóvenes y viejos, sin estudios o con carrera universitaria, en el norte y en el sur.
Uno de los aspectos más llamativos de esta elección es cómo AMLO cambió su posicionamiento. Históricamente dividía a la población. Un tercio de los ciudadanos lo aprobaba mientras que un tercio lo rechazaba y el resto mantenía una postura relativamente neutral. Esto empezó a cambiar desde finales de 2017 cuando sus positivos mejoraron sustantivamente (aunque sus negativos se mantuvieron). Una vez iniciada la precampaña, el rechazo a su persona disminuyó. Para enero de 2018, 49% tenía ya una buena imagen de López Obrador y sólo 25% tenía la opinión contraria (balance de +24). Su imagen era mucho mejor que la de sus rivales. Este excelente posicionamiento fue sin duda un factor que le permitió tender puentes con diferentes segmentos del electorado y así captar a los votantes de Anaya que después desertaron. De hecho, la encuesta de Reforma de febrero de 2018 reportó que los votantes de Anaya preferían a AMLO sobre Meade en una proporción de dos a uno (y los lopezobradoristas tenían como segunda preferencia a Anaya sobre Meade).
Dado que compartían el mercado electoral de oposición, la acusación contra Anaya benefició a López Obrador. El efecto fue inmediato y permanente. Por el rechazo ciudadano a Peña y al PRI, había pocos votantes de Anaya que vieran con buenos ojos a Meade (menos del 5%, como ya mencionamos). Quien ideó la estrategia de desplazar a Anaya para fortalecer a Meade se equivocó rotundamente. La intención de voto por Meade prácticamente no se movió después de que se dieran a conocer las acusaciones de lavado de dinero. De hecho, al crecer López Obrador, la distancia entre éste y Meade aumentó. Pasó de 17 puntos en enero a 27 en marzo. El día de la elección la distancia que los separó fue de 37 puntos.
La evolución de las preferencias electorales muestra tendencias muy claras. Desde el día 1, AMLO siempre estuvo en primer lugar con una clara ventaja sobre Anaya y éste siempre aventajó a Meade por un margen considerable. A pesar de la narrativa oficial, Meade nunca creció en la campaña por lo que tampoco estuvo cerca del segundo lugar. El rechazo al PRI y a Peña fue un lastre que lo paralizó.
Siempre es complicado argumentar en forma contrafactual, pero incluso si la denuncia contra Anaya no hubiera existido, AMLO probablemente se hubiera llevado la victoria: tenía mejor posicionamiento que sus rivales y mayor credibilidad para encarnar la idea del cambio. Cuando hay descontento con el statu quo los ciudadanos están dispuestos a explorar nuevas opciones, incluso a tomar riesgos. Por ello los ataques a AMLO como un riesgo para México tampoco funcionaron. Anaya y Meade, en cambio, fueron los candidatos de los partidos que gobernaron México por décadas. La ola del cambio arrasó con ellos.
fuente.-Jorge Buendía
Doctor en ciencia política por la Universidad de Chicago. Es socio fundador de Buendía & Laredo.
Javier Márquez
Maestro en métodos cuantitativos por la Universidad de Columbia. Es socio fundador de Buendía & Laredo.
Este artículo forma parte de una investigación más amplia para la revista Política y Gobierno.