El Estado y sus instituciones parecen un taller mecánico en quiebra: sin refacciones, sin herramientas y con un gerente que solo sonríe para la foto. Ocho mil doscientos cuarenta y dos vehículos robados, es la suma de la violencia patrimonial desde el inicio de la guerra de bandos de la misma bandas otro inventario de desastre y cada cifra es un auto usado como combustible del cartel,circulando con placas del cinismo y gasolina de la impunidad.
Sinaloa vive un curioso milagro económico: los vehículos no solo son robados con violencia para usarlos de «narcopatrullas», tambien son deshuesados,es un negocio que no se detiene. Mientras los ciudadanos pagan seguros imposibles, los ladrones trabajan con la eficiencia de una planta automotriz japonesa. Roban, desarman y venden —sin que nadie se atreva a frenar la línea de producción con contundencia y sin limitarse a observan desde la banqueta como crecen las cifras a ritmo de casi 20 robos diarios.
Pareciera que el gobierno es el valet parking del hampa: recibe las llaves, anota un número y se hace el desentendido cuando no entregan el coche. Ocho mil doscientos cuarenta y dos veces, la promesa de “combatir la delincuencia” se quedó sin batería. Lo más parecido a una estrategia es el silencio institucional, un ruido de fondo tan incómodo como el rechinido de un freno sin balatas.
Y mientras tanto, los ciudadanos ajustan sus rutas, sus hábitos y sus esperanzas. Porque en Sinaloa, estacionar o conducir un auto equivale a dejarlo en una rifa que siempre gana el crimen, cada vez con mayor frecuencia y usando la violencia.
Con informacion: NOROESTE/

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