México acaba de dar a conocer un proyecto técnicamente serio y de escala inédita en la región, pero el triunfalismo fácil y el “ya ganamos la carrera” es puro humo si no se habla de costos de oportunidad, dependencia tecnológica, operación real y contexto internacional. No se trata de un juguete inocente: son 6,000 millones de pesos en infraestructura hipercompleja que puede ser palanca de desarrollo… o monumento carísimo a la narrativa de poder digital del sexenio.
Qué sí es Coatlicue (sin fanfiction)
- Potencia bruta anunciada: 314 petaflops, es decir, 314 mil billones de operaciones por segundo, lo que la pondría muy por encima de Pegaso en Brasil (42 petaflops) y más de 100 veces arriba de la supercomputadora mexicana más potente actual, Yucca.
- Arquitectura: alrededor de 14,000–15,000 GPUs en unos 200 gabinetes, con refrigeración líquida y requerimientos muy altos de energía eléctrica y enfriamiento.
- Plazo y costo: construcción a 24 meses, inversión pública de 6,000 millones de pesos (unos 326 millones de dólares), con operación inicial estimada de 80 a 100 personas.
Es decir: no es humo en el sentido técnico; la escala coincide con supercómputo serio y la cifra de GPUs y petaflops es consistente con un salto de varias órdenes de magnitud para México.
Dónde se infla la narrativa
El discurso de “la más poderosa de América Latina” es cierto en términos de petaflops teóricos, pero tramposo si se vende como liderazgo tecnológico automático.
El ranking regional actual tiene a Brasil al frente con Pegaso (42 petaflops) y otros equipos muy por debajo de Coatlicue, pero a nivel global el estándar son sistemas exaflópicos como El Capitan en Estados Unidos, cerca de 1,8 exaflops, es decir, unas seis veces por encima incluso de lo que promete Coatlicue.
Presentarlo como “cambio de era” sin aclarar que México seguirá a años luz de la frontera mundial es vender espejitos de silicio.
Además, el dato de potencia es pico teórico: lo que importa para ciencia y política pública es el rendimiento sostenido, la calidad de la interconexión, la memoria, el software afinado y la cola real de trabajos corriendo, cosas que casi no aparecen en el marketing oficial. Sin esos detalles, “314 petaflops” funciona más como slogan que como garantía.
Costos, riesgos y zonas oscuras
La narrativa oficial habla de 6,000 millones de pesos como si fueran calderilla de modernidad, pero eso implica una apuesta presupuestal que compite directamente con financiamiento a ciencia básica, becas, conectividad en regiones rezagadas y actualización de laboratorios universitarios que hoy están trabajando con fierros de hace más de una década.
La promesa de “amortizar” la inversión cobrando servicios a empresas tecnológicas es, en el mejor de los casos, optimista: la experiencia internacional muestra que los grandes centros públicos de supercómputo rara vez se pagan solos y requieren subsidio continuo para mantenimiento, energía y personal altamente especializado.
Hay, además, cuatro huecos críticos que el relato triunfal evita:
- Dependencia de proveedores extranjeros: 15,000 GPUs de gama alta no se fabrican en México, ni los switches, ni buena parte del middleware clave; esto te ata a ciclos de suministro y licenciamiento en Estados Unidos y Asia justo en un contexto de guerra geopolítica por chips.
- Energía y agua: un monstruo de este tamaño implica consumo eléctrico y de agua para refrigeración que, en un país con apagones y estrés hídrico, no es un detalle técnico sino una decisión política.
- Gobernanza de datos: se promete uso en climatología, agua, datos fiscales, aduaneros, salud, movilidad y telecomunicaciones, pero no se discute quién controla los modelos, quién audita algoritmos ni qué salvaguardas hay frente a vigilancia masiva o decisiones automatizadas opacas.
- Continuidad: el plazo de 24 meses prácticamente garantiza que la operación plena recaerá en otra configuración política y presupuestal; sin garantías de financiamiento multianual, el elefante de 314 petaflops puede quedarse sin alimento en un par de recortes.
Tabla incómoda: promesa vs realidad
| Aspecto | Relato oficial | Pregunta incómoda / punto crítico |
|---|---|---|
| Potencia | 314 petaflops, 7 veces Pegaso y 100 veces Yucca. | ¿Cuál será el rendimiento sostenido real en aplicaciones críticas. |
| Liderazgo regional | “La más poderosa de América Latina”. | Aun así, lejos de supercomputadoras exaflópicas de EU y Asia. |
| Costo | 6,000 millones de pesos, inversión “estratégica”. | ¿Qué recorta o desplaza en ciencia, educación y conectividad. |
| Acceso “del pueblo” | Pública, para academia, gobiernos y empresas. | ¿Habrá reglas claras, cupos, tarifas y transparencia de uso. |
| Uso en políticas públicas | Agua, clima, datos fiscales, salud, movilidad | ¿Se publicarán modelos, códigos y métricas de impacto verificables. |
| Plazo | Construcción y operación en 24 meses. | Riesgo de retrasos, sobrecostos y obsolescencia parcial al arrancar. |
Y quien es Coatlicue
En pocas palabras, es la Madre-Tierra mexica: la diosa que encarna al mismo tiempo la vida que brota y la muerte que devora, la matriz donde se gesta el universo y el abismo al que todo regresa.
Nombre y papel en el panteón
Coatlicue significa en náhuatl “la de la falda de serpientes”, un título que la presenta como una tierra viva, ondulante, peligrosa y fértil a la vez. En la mitología mexica es madre de Huitzilopochtli, Coyolxauhqui y los Centzon Huitznáhuac (los cuatrocientos del sur), lo que la coloca como gran madre de dioses y fuerzas cósmicas.

Diosa de vida, muerte y dualidad
Su figura resume la lógica mexica: nada vive sin que algo muera. Es diosa de la tierra, la fertilidad, el nacimiento y también de la descomposición y el retorno al suelo. Por eso suele describirse como una deidad de la dualidad: día y noche, creación y destrucción, protección y terror coexisten en ella.
Iconografía brutal y honesta
La famosa escultura de Coatlicue en el Museo Nacional de Antropología la muestra con falda de serpientes, pechos caídos, collar de manos y corazones humanos, y una cabeza formada por dos serpientes enfrentadas. Nada de eso es gratuito: los pechos simbolizan la nutrición, la falda y la cabeza serpentinas la renovación constante, y el collar macabro la verdad incómoda de que la tierra se alimenta de lo que muere sobre ella.
Por qué importa hoy el nombre
En clave simbólica, bautizar una supercomputadora “Coatlicue” no solo alude a una “madre de dioses” mexicana, sino a una entidad que procesa, devora y regenera: transforma insumos (datos) en nuevas formas de conocimiento, como la tierra transforma cadáveres en fertilidad.
También carga con una advertencia implícita: jugar a la escala de dioses de vida y muerte exige hacerse cargo de la responsabilidad y la oscuridad que viene con ese poder.
Pura inspiración,falta la transpiración
El verdadero reto,mas que narrativa ,obliga al gobierno a traducir cada petaflop propagandístico en reglas, números y resultados medibles. Ahí es donde muchas supercomputadoras latinoamericanas, públicas y privadas, han terminado siendo más monumento que motor. Coatlicue, con 15,000 GPUs y 6,000 millones en juego, merece mejor destino que convertirse en otro altar al relato del “México imparable” que siempre ha emprendido el vuelo en lo deseable para terminar aterrizando siempre, en lo posible.
Con informacion: LA OPINION/

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