La brillante efectividad del operativo de la Fiscalía de Michoacán en Ario de Rosales podría describirse, sin exagerar, como una coreografía de caos con tintes de comedia involuntaria. Apenas asomaron los agentes estatales al pueblito y ocho policías municipales salieron disparados como si les hubieran anunciado examen sorpresa, dejando tiradas sus armas y hasta los vehículos, no fuera a ser que el peso de mas responsabilidad les lastimara la espalda.
La Fiscalía, en un acto de transparencia digna de un truco de magia barato, confirmó el operativo… pero sin soltar ni migaja sobre a qué iban, cómo les fue o por qué los municipales decidieron abandonar la escena como si hubieran visto al mismísimo coco judicial.
Y es que Michoacán no vive precisamente días tranquilos. Desde octubre, ya habían detenido a 18 municipales en Salvador Escalante por presuntos cariñitos con el crimen organizado. Luego llegó el asesinato de Carlos Manzo, exalcalde de Uruapan, que terminó por exhibir—otra vez—que el Estado anda lleno de agujeros, y no de los que se tapan con parches sino de los que requieren cirugía mayor. Y ahí están siete policías más, presuntamente involucrados en el homicidio, porque la ficción ya no alcanza para competir con la realidad aderezada tambien por la corrupción del ejercito.
Frente a este panorama, la presidenta Claudia Sheinbaum presentó un nuevo plan de pacificación, el cuarto en 19 años, porque si lo mismo no funciona, hay que intentarlo tres veces más a ver si ahora sí cuaja.
Mientras tanto, más de 10.500 militares patrullan Michoacán intentando apagar un incendio donde ellos ,paradogicamente,tambien contribuyeron, pues las distintas autoridades llevan décadas potenciando la gasolina premium del crimen organizado,actuando como aditivo que eleva su octanaje.Tan solo basta con voltear a ver el origen del problema para descubrir al ejercito y el gobierno como parte del problema, pues fueron estos quienes crearon los monstruos con quienes se aliaron para combatir otros monstruos y ahora son ellos a los que dicen combatir.
Pero la cifras oficiales al igual que en Sinaloa ya presumen capturas: 134 detenidos, 57 armas decomisadas y toneladas de precursores químicos incautados… pero la violencia sigue ahí, como esa mancha en la pared que no se va aunque le pasen cloro, pintura, rezos y miles de soldados empecinados en reforzar en todas partes para estar débiles en todos lados.
El Inegi no ayuda al estado de ánimo: Michoacán cerró 2024 con más de 16.500 víctimas por cada 100.000 habitantes, superando con entusiasmo el desastre del año anterior. Uruapan, por su parte, se ganó su medalla de “quinto territorio más inseguro” según sus propios pobladores, que ya hasta tienen el miedo como invitado fijo en la mesa.
La viuda y sucesora de Manzo lo dejó clarísimo cuando canceló el desfile del 20 de noviembre: “Aquí no hay condiciones”. Y cómo culparla, si cada intento de orden público termina pareciendo puro show televisivo, operativo fallido o drama real que supera cualquier intento de control.
En resumen: el operativo de Ario no fue un fracaso… fue más bien un performance involuntario que ilustra, con humor negro y tragedia a partes iguales, la fragilidad de la seguridad en Michoacán.
Con informacion: DIARIO ESPAÑOL/ELPAIS/RODRIGO SORIANO
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