El cuarto informe de gobierno en Sinaloa no fue un informe: fue una sesión de maquillaje político con música de fondo y luces de distracción. Rubén Rocha Moya, el mandatario multi señalado por narco —y no por casualidad—, decidió que aquello no sería un “informe forense”. Claro, ¿para qué abrir el cadáver del estado cuando es mejor seguir posando con el estetoscopio colgado al cuello?
Mientras las cifras de violencia se amontonan por ahí, en expedientes que nadie quiere mirar, el gobernador prefirió hablar de “formación policial” y “logros administrativos”. Pura poesía burocrática. La seguridad, esa palabra que ya suena a sarcasmo en Sinaloa, brilló por su ausencia —como si el silencio fuera una estrategia delictiva más.
El problema no es que Rocha oculte los brutales números de la violencia, sino que finge no conocerlos. Como si la impunidad tuviera cláusula de confidencialidad. Como si los desaparecidos se borraran de la memoria colectiva con tan solo no hablar de ellos.
No quiso que fuera un informe forense porque temía que los datos se levantaran de la mesa y lo señalaran con el dedo. Y quizá lo harían.
Sinaloa no necesitaba discursos, sino autopsias políticas. Pero en lugar de bisturí hubo barniz. Y es que en la república del disimulo apodada MORENA, informar con pulcritud mata más que callar.
Con informacion: NOROESTE/

No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Tu Comentario es VALIOSO: