En el área de urgencias de la Clínica 67 del IMSS, en Apodaca, ese ideal abstracto de “dignificar la vida humana” se reduce a una fila de camillas estacionadas frente a una pared sin enchufes y a familiares que aprenden, con paciencia involuntaria, las reglas no escritas del olvido.
Guadalupe lo aprendió con su padre, tres días en una banca porque las camas, como las promesas, “están llenas”. A la mujer del posparto la sostiene su esposo para que no caiga; y al joven con una herida infectada lo mantiene una silla de acero que lleva más tiempo sin descanso que el personal médico. Mientras tanto, el discurso sigue: “se trabaja para mejorar la calidad de atención”.
La retórica del humanismo médico que proclama el oficialismo Moreno de Claudia Sheinbaum en las mañaneras o en ferias de la salud y conferencias sobre “empatía institucional”, en la práctica solo es un eco que rebota entre paredes saturadas. En nombre del paciente, se improvisan zonas de observación entre pasillos que huelen a suero, sudor y resignación.
El IMSS promete “aclarar”, “investigar”, “reparar”, “reprogramar”. Verbos huecos que caducan más rápido que una bolsa de solución intravenosa. Entre tanto comunicado y conferencia, el enfermo sigue esperando que alguien convierta el discurso en cama. El humanismo no se mide en palabras, sino en colchonetas disponibles.
En Apodaca, el verdadero humanismo está en el esposo que abraza a su mujer sedada para que no se caiga. Ahí, en ese gesto anónimo, vive lo que los boletines prometen y los hospitales niegan.
Con informacion: ELNORTE/

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