Hasta hace algunos días si le hubieran dicho a usted que es un “chicharronero”, quizá se hubiera sentido ofendido. Sin embargo, ahora en tiempos de la 4T ser chicharronero es un “timbre de orgullo”; ser un gobierno chicharronero y hacer una Cuarta Transformaciónchicharronera es lo de hoy.
Y no, no crea usted que es una burla, no es un apodo que haya surgido de los conservadores y fifís para ofender a la cuatro veces heroica transformación que está en marcha en este país. Es una definición de un conspicuo miembro de la 4T, un alto y robusto funcionario del gobierno: el simpático y siempre prudente y nunca bien ponderado subsecretario de Gobernación, Ricardo Peralta.
“A chillidos de marrano, oídos de chicharronero”, publicó el pasado lunes en su cuenta de Twitter Ricardito, como seguramente le llamaban sus padres cuando era un niño.
Por pura casualidad, el domingo anterior, un grupo de ciudadanos, muchos de ellos víctimas de la violencia como la familia LeBarón, cuyos familiares, mujeres y niños fueron masacrados el pasado mes de noviembre, culminaron en el zócalo de la Ciudad de México una “Caravana por la Verdad, Paz y Justica” que inició cuatro días antes en Cuernavaca, Morelos.
De inmediato los conservadores y neoliberales, que no saben de coincidencias, empezaron con las críticas a don Ricardo, pues pasó por su mente fifí la peregrina idea de que el funcionario se había referido con su comentario en Twitter a los ciudadanos que participaron en la caravana.
¡Ni que estuviera loco Peralta! ¿Cree usted que un funcionario, parte de la 4T, esa transformación tan comprometida con los que menos tienen, con los más ofendidos, que es pura sensibilidad con las víctimas, se referiría así a un grupo de compatriotas que ha tenido la desgracia de perder a mujeres, niños, hijos, nietos, padres y madres por actos criminales e impunes? ¿Verdad que no?
Si así fuera, el subsecretario Peralta en estos momentos tendría la etiqueta de exsubsecretario Peralta. El presidente Andrés Manuel López Obrador, ese hombre bondadoso que cada fin de semana cruza ríos, pantanos, frías sierras y polvorientos caminos de terracería, para encontrarse con los más necesitados, con las víctimas de la injusticia social y judicial que las oscuras décadas del neoliberalismo han dejado en todo el país, lo hubiera cesado de inmediato.
Esos no son los valores de la 4T, un movimiento pacífico que no miente, no roba, no insulta y no polariza a la sociedad. Todos -conservadores y liberales- somos hijos de la Cuarta Transformación y nunca -por más fifís que alguien pueda parecer-, un miembro de este gobierno podría referirse como marranos chillones a un grupo de ciudadanos que pide justicia.
¡Son ganas de amarrar navajas! Seguro todo lo empezó alguien que le tiene mala voluntad al subsecretario Peralta. Imagínese si el funcionario les hubiera dicho marranos a los integrantes de la caravana, su jefa inmediata, la ministra en retiro y secretaria de Gobernación, la honorable Olga Sánchez Cordero, no le hubiera permitido volver a poner un pie en Bucareli. Vaya, lo hubieran echado de su oficina del Palacio de Cobián.
Si fuera cierto que Peralta llamó marranos a los miembros de la caravana, de inmediato le hubiera caído la furia de la implacable presidenta de la Comisión de los Derechos Humanos (CNDH), Rosario Piedra Ibarra, y ya estuviera en las oficinas de la Secretaría de Gobernación una recomendación exigiendo castigo para el funcionario y una disculpa pública para los ciudadanos ofendidos.
La prueba de que lo dicho por Peralta no era para los ciudadanos es que la CNDH no ha emitido tal recomendación. ¡Y usted disculpe! Pero si hoy por hoy hay un órgano independiente que vele por las garantías de todos nosotros es la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, eso no lo dude ni por un segundo y mucho menos dude de la independencia e imparcialidad de la presidenta Rosario Piedra.
Además, si fuera cierto que Peralta hubiera llamado marranos a los miembros de la caravana, seguramente, por la gravedad del hecho, la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, ya hubiera abierto una investigación para aclarar si el subsecretario incurrió o no en una conducta inapropiada, pero no lo hizo.
Recuerde que no hay duda alguna sobre la credibilidad de la secretaria de la Función Pública, pues ya ve que ella investigó el caso de director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), Manuel Bartlett, y llegó a la conclusión de que el funcionario era inocente de los señalamientos que se le hacían sobre la manera en la que amasó su fortuna. ¡Así que usted tranquilo!
Ahora que ve que es imposible que Peralta hubiera llamado marranos a los miembros de la caravana, ya que espero esté menos ofuscado y vea las cosas como son, detengámonos un segundo a analizar las palabras del alto funcionario: “A chillidos de marrano, oídos de chicharronero”. Quién sabe a quién se referiría como marrano, pero lo que sí es que él y el gobierno que representa se asume como chicharronero. Así, pues, ser chicharronero es hoy un atributo, es una manera de ser, una manera de gobernar.
Así que ahora podrá ver que dar servicios de salud gratuitos y prometer que pronto tendrán la calidad que ofrecen los de los países nórdicos o Canadá es ser chicharronero. Entregar dinero a millones de personas, por medio de programas sociales, muchas veces en efectivo o decir que la corrupción se terminó y que pronto habrá seguridad en todo el país, no es, como dicen los conservadores: populismo, es ser un gobierno chicharronero con mucha vocación social.
Quizá sin quererlo, pero Ricardo Peralta pasará a la historia como el creador de la doctrina del chicharronerismo, una fase superior del cuartotransformismo. ¡Imagine la gloria para los Peralta! Cuando los libros de texto gratuitos contengan en sus páginas las historia de las cuatro transformaciones de México, ahí estará, con letras de oro, el apotegma de Ricardo Peralta: “A chillidos de marrano, oídos de chicharronero”.
Cada pasaje de la historia de un país tiene sus frases y ésta marcará a la 4T como un gobierno chicharronero. ¡Felicidades don Ricardo!