Lo que exhibe hoy Beatriz Guillen en el Diario Español,El Pais, es la grieta enorme entre la retórica oficial y la realidad sangrienta en Guanajuato y en México. El gobierno —tanto federal como estatal— presume reducciones porcentuales y coloca cifras en espectaculares como si fueran trofeos, mientras las calles, los barrios y las casas se convierten en escenarios de masacres, desapariciones y fosas colectivas. Es la política del maquillaje: estadísticas como cortinas, propaganda como calmante visual, mientras la violencia sigue devorando vidas.
El contraste brutal entre cifras y vida cotidiana
- El gobierno celebra una supuesta reducción del 41% en homicidios en Guanajuato y un 32% a nivel nacional.
- La narrativa oficial habla de “logro histórico”, de “milagro” estadístico y de confianza entre federación y estado.
- Sin embargo, en Irapuato, Salamanca, Celaya y todo el triángulo del huachicol las cifras son huesos, son cuerpos embolsados en parques infantiles, son mujeres asesinadas por denunciar, son adolescentes huérfanas.
Lo que se vende como éxito es, en los hechos, apenas una manipulación del punto de comparación: elegir un mes alto, otro bajo, y presentar el resultado como si fuera victoria. A nivel cotidiano, como repite la gente entrevistada, lo normal son las balaceras, las desapariciones y la certeza de que cualquiera puede ser la próxima víctima.
La violencia estructural que no baja
- Más de 5,100 desaparecidos en Guanajuato.
- 150 fosas clandestinas documentadas.
- 1,900 asesinatos en lo que va del año, solo en ese estado.
- Impunidad casi absoluta: las denuncias no avanzan, los familiares de víctimas son hostigados, los sobrevivientes ni siquiera son reconocidos legalmente como víctimas.
Esta es la violencia que no entra en las estadísticas “mejoradas”, pero que alimenta la percepción social. Las fosas masivas, los cuerpos desmembrados, las ejecuciones de día en plena calle son hechos tan atroces que neutralizan cualquier mensaje oficial de “vamos mejor”.
La propaganda que tapa el miedo
En lugar de transparencia, el gobierno coloca vallas con cifras y frases optimistas. Es un marketing de seguridad: gigantescos espectaculares que dicen “60% menos homicidios” mientras, a unas cuadras, las madres excavan con picos buscando a sus hijos. Como si poner un número bonito en la carretera borrara las cicatrices de Pedro, los ultimátums de los narcos o el terror de Jaqueline al ver morir uno a uno a sus familiares.
El Estado —federal y local— muestra músculo tecnológico en el C5, presume cámaras y detenciones, pero mientras los operadores miran pantallas, afuera levantan y matan a fiscales, a vecinos, a transeúntes. Es un gobierno obsesionado con verse bien, no con hacer el bien.
Lo irreverente que revela el fondo
El poder se felicita a sí mismo mientras las calles se vacían al caer la tarde. La “estrategia nacional” se vende como eficaz, pero el relato ciudadano se resume en una frase: “Pueden matar a cualquiera”.
En la práctica, la propaganda oficial es casi un epitafio moderno: carteles luminosos que anuncian la reducción de muertos… sobre cientos de cadáveres que siguen apareciendo en ríos, bolsas y fosas. Un triunfo de Photoshop contra la verdad desnuda del país.
Con informacion: DIARIO ESPAÑOL/ELPAIS/BEATRIZ GUILLEN/






