El pasado 12 de octubre a la una de la tarde, en una avenida céntrica de Ciudad Obregón, una familia fue atacada a tiros de carro a carro. Un hombre y una mujer resultaron heridos. Él aceleró hasta un hospital cercano. José Rafael, el niño de tres años que viajaba con ellos, no sobrevivió a las balas.
En el municipio de Cajeme —cuya cabecera es Obregón—, la sociedad hirvió. Hirvió como pocas veces. Redes sociales, medios y colectivos se pronunciaron de manera estentórea.
Aunque hablamos de la cuarta ciudad más violenta del mundo, en la que diariamente ocurre la mitad de los asesinatos registrados en Sonora, el consenso fue que el asesinato de José Rafael “lo rebasó todo”.
“¿Qué tiene que pasar para que esto se detenga?”, preguntaron los colectivos. “¿Qué tiene que pasar para que hagan algo?”.
En julio de 2017, frente a un puesto de tacos de Zapopan, Jalisco, en el que cenaba con una mujer y una niña, fue acribillado Trinidad Olivas Valenzuela, El Chapo Trini.
Hombres que bajaron de un Mercedes Benz y una camioneta BMW lo cosieron a tiros. El Chapo Trini era el jefe de plaza de los Beltrán Leyva en Ciudad Obregón. Había reclutado un ejército de jóvenes de entre 17 y 25 años para enfrentar al Cártel de Sinaloa y su franquicia local: Los Salazar.
La muerte del capo coincide con el aumento vertiginoso en los índices de violencia. Rafael Caro Quintero y el Cártel Jalisco Nueva Generación llegaron a disputar el territorio.
Cada año ha sido desde entonces el más violento en la historia de Cajeme: 276 homicidios en 2018; 428 en 2019; 458 en 2020. Contabilizando los cuerpos aparecidos en fosas, el diario Tribuna asegura que entre enero y junio de 2021 se ha rebasado la cifra de 500 asesinatos.
Todavía está fresco el caso de Diana Guadalupe Quiñones Heras, de 18 años. El pasado 5 de septiembre la encontraron torturada, estrangulada y con la garganta cortada, en la recámara de su casa.
Aquel día, Diana Guadalupe no se había presentado a trabajar. Su superior comenzó a buscarla. Desde una ventana, la hallaron del modo que he descrito.
Ese mes otras seis mujeres fueron asesinadas. A dos de ellas las hallaron dentro de un depósito de refrescos abandonado. Fue dantesco: estaban torturadas, golpeadas, desfiguradas.
“Sonora está de manteles blancos”, dijo el nuevo gobernador del estado y exsecretario federal de seguridad, Alfonso Durazo, al anunciar el arranque del Mundial Sub-23 de Beisbol.
El 24 de septiembre, “en medio de una fiesta de luces, pirotecnia y orquesta en vivo”, celebrada en el estadio de los Yaquis en Ciudad Obregón, Durazo inauguró el campeonato. Lanzó la primera bola a Ana Gabriela Guevara, directora de la Comisión Nacional del Deporte, quien la recibió como cátcher.
El fin de semana siguiente ocurrieron en Cajeme diez ejecuciones, pese a que la Cámara de Comercio le había rogado al crimen organizado “un alto al fuego”. El mes cerró con 58 homicidios.
“Tengan confianza”, solicitó a los sonorenses, a fines de septiembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador. “Hay un plan”, dijo.
El plan consistía en “tener más cuarteles”: “garantizar efectivos de la Guardia Nacional”.
Para el 9 de octubre se habían cometido ya 20 homicidios. Tres días más tarde se volvía viral el hashtag #ConLosNiñosNo y en menos de 24 horas eran ejecutadas cuatro personas.
Todo en la impunidad, todo sin detenidos, todo sin procesados.
Los manteles blancos del gobernador quedaban teñidos completamente de sangre.
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