El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene una pasión desbordada y una confianza infinita en las Fuerzas Armadas. Casi no hay tarea importante en la actual administración federal que no haya sido encomendada a soldados y marinos.
Las secretarías militares tienen a su cargo la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, la edificación de sucursales del Banco del Bienestar, la supervisión de dos tramos del Tren Maya y la administración de las aduanas. Asimismo, participan en el abasto de gasolina, la adquisición y distribución de insumos médicos y la atención a enfermos de Covid.
Por si fuera poco, ejercen el control sobre la Guardia Nacional y son el actor dominante en la política de seguridad pública. Y todo esto sin incluir las funciones que caen en su ámbito natural de actuación y las que gobiernos previos les habían otorgado (protección civil, atención a desastres, erradicación de cultivos ilícitos, etc.).
¿Qué explica este uso creciente de las Fuerzas Armadas en la actual administración? ¿Por qué el presidente López Obrador confía tanto en el personal militar? No lo sé enteramente, pero van algunas hipótesis:
1. Existe una suerte de afinidad ideológica entre López Obrador y las Fuerzas Armadas, particularmente el Ejército. No está de más recordar que el Ejército Mexicano se concibe a sí mismo como un legado de la Revolución, como pueblo en armas. Se ve como un instrumento de movilidad social y una parte importante de sus integrantes provienen del México marginado (Oaxaca, Guerrero, Chiapas). Es también una institución altamente nacionalista que tradicionalmente ha visto con recelo al exterior. Esa identidad organizacional tiene varios puntos de encuentro con la cosmovisión obradorista. Y el Presidente ha sido explícito en reconocerlo: en varios momentos, ha expresado que confía en el Ejército ya que “ha conservado su carácter popular” y sus mandos “no son millonarios ni forman parte de la oligarquía como en otros países”.
2. El presidente López Obrador tiene una visión personalista, centralista y jerárquica del ejercicio de gobierno. Todas las decisiones importantes pasan por Palacio Nacional. Dada esa inclinación, no parece inusual que el Presidente haya decidido recargarse en las instituciones más jerárquicas, verticales y disciplinadas del aparato público: las Fuerzas Armadas. Allí no hay discusión ni reparo: se obedecen las instrucciones, sin mayor cuestionamiento.
3. Al utilizar a las Fuerzas Armadas para sus proyectos prioritarios, el Presidente puede eludir muchos de los controles normativos y burocráticos que atan a las instituciones civiles. Desde la SEDENA o la SEMAR, casi todo puede ser catalogado como seguridad nacional. Con ello, es más fácil, por ejemplo, realizar adjudicaciones directas o reservar información pública por periodos prolongados de tiempo.
4. El presidente López Obrador, dada su fijación con la historia, teme un golpe de Estado. En varios momentos, ha invocado al fantasma de Madero y ha agradecido a las Fuerzas Armadas “por no escuchar el canto de las sirenas y dar la espalda a la traición y al golpismo”. En sus conferencias mañaneras, no habla mucho de historia universal, pero se ha referido al presidente Salvador Allende, depuesto en un golpe militar en Chile en 1973. Tanta reiteración refleja tal vez un miedo real (aunque sea infundado) y su acercamiento con las Fuerzas Armadas es una suerte de política preventiva.
Cualquiera que sea la explicación, esta tendencia no va a cambiar en el futuro próximo. Para bien o para mal, el presidente López Obrador ya decidió pintar su sexenio de verde olivo.
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