A la mitad de una calle larga y oscura, un hombre está arrodillado sobre el asfalto. A su lado pasa un automóvil y lo ignora. Atrás de él circula una camioneta con las luces encendidas y pretende no verlo. Hay gente cerca, pero él está solo y abandonado a su suerte: tiene las manos atadas a la espalda y los tobillos amarrados.
Sus últimos minutos están plasmados en un video corto grabado en Loreto, Zacatecas. A los cinco segundos aparece el cañón de un rifle de asalto automático, como si se tratara de un videojuego. El sicario graba en primera persona para que quien observe el video sienta como si cargara el arma que apunta a ese hombre con la mirada en el piso.
Una ejecución grabada en Zacatecas.
Dos destellos iluminan la calle. Bajo el alumbrado público, ese hombre se desploma por los balazos recibidos. Pero dos tiros no son suficientes: el asesino le suelta una ráfaga y huye en un automóvil que maneja otra persona. El video, sin sonido, acaba en 22 segundos.
Es la madrugada del 3 de septiembre de 2020 y aquella víctima es el primer asesinado del jueves. Minutos después aparecerá otro cadáver a solo unas calles, el de un joven descuartizado de 22 años. Y antes de que amanezca habrá otro más: un hombre que con los huesos quebrados fue metido en una mochila tirada en un parque de ese municipio que presume cultivar las mejores lechugas del país.
Todos los restos aparecerán junto a narcomantas firmadas por un grupo criminal que es casi invisible en el discurso de las autoridades, pero aterradoramente real en la vida de los mexicanos que viven en el centronorte del país.
Les llaman el Cártel de los Talibanes y en su nombre llevan su violenta reputación.
EL ORIGEN DEL GRUPO
Hace medio siglo, un hombre que parece haber salido de una película de horror nació en Nuevo Laredo, Tamaulipas. El 10 de febrero de 1970 sus padres le llamaron Iván Velázquez Caballero, pero el ejército de sicarios que le acompañaba le decía el “Talibán”.
El músico de narcocorridos Larry Hernández canta así las razones de su apodo y de su fama: “Con R-15 en la mano / El ‘Talibán’ los atiende / Su escuela a diario fue guerra / Su certificado es la muerte / Su lápiz fue una bazooka / Ya sabrán a qué se atienen”.
Su camino criminal empezó de la mano de su vecino y mejor amigo de la infancia, Miguel Ángel Treviño Morales, fundador de Los Zetas con clave “Z-40”, quien en 2007 le dio el numerario “Z-50” y lo nombró representante de la organización criminal en Zacatecas, donde acuñó su apodo por su afición a decapitar enemigos usando machetes y explosivos, al igual que los extremistas islámicos.
El “Talibán” infundía terror por donde caminara. Su violencia extrema era temida hasta por los policías federales del estado y la transmitía a sus subalternos, quienes para impresionarlo inventaban los más crueles métodos de asesinar a enemigos y a campesinos que no pagaban la cuota de extorsión.
Iván Velázquez Caballero, "El Talibán", o "Z50", cuando fue capturado en 2012.
LA CAÍDA Y SU HEREDERO
Fue un soberano cruel, pero breve. En 2011 asesinó a hombres de su propia organización en venganza porque su mejor amigo le imponía “jefes de plaza” en Zacatecas. Incluso, amagó con separarse de Los Zetas y aliarse con sus acérrimos enemigos, el Cártel del Golfo, para destronar a Miguel Ángel Treviño Morales, a quien llamó “loco” en varias narcomantas que colgó por el estado.
Su rebelión caló hondo y el “Talibán” –sin la astucia militar que sí tenían sus demás compañeros– fue traicionado por sus viejos amigos. En septiembre de 2012, Los Zetas le pidieron recoger un cargamento en San Luis Potosí, donde ya lo esperaban marinos asesorados por la agencia antidrogas de Estados Unidos, la DEA. El hombre que soñó liderar a “los de la última letra” fue arrestado en un operativo sin disparos y cayó con drogas, granadas, armas largas y 20 mil pesos en efectivo.
Un año más tarde fue extraditado hacia Estados Unidos por enviar droga al otro lado de la frontera. Y en 2017 un juez en Laredo, Texas, lo sentenció a 30 años en prisión. Tendrá 77 años cuando termine su sentencia y luego será enviado a México donde le esperan cargos para permanecer en una celda hasta 200 años más.
A pesar de eso, el “Talibán” está presente en México. Para que nadie lo olvidara, antes de caer dejó un heredero al frente del Cártel de los Talibanes, una fuerza de la que pocos hablan, pero que sigue viva.
LOS QUE QUISIERON MATAR AL "MIJIS"
El Cártel de los Talibanes, o simplemente Los Talibanes, cometen todos los delitos que un cártel en México puede hacer: venden droga, extorsionan, secuestran, manejan giros negros donde hay trata de personas, cobran por asesinar y roban desde vehículos hasta ganado. En esencia, siguen los pasos de su fundador.
A pesar de eso, su existencia fue negada durante años por las administraciones estatales. Los gobernadores de Zacatecas, San Luis Potosí, Coahuila, Nuevo León, Estado de México y Quintana Roo –donde su presencia fue identificada en un estudio elaborado en 2017 por la entonces Procuraduría General de la República– los rechazaban o los reducían a meras pandillas.
Pero Los Talibanes cuentan con todas las características para llamarse un cártel: son una organización dedicada a cometer delitos en un territorio determinado, donde controlan servicios básicos y donde han sustituido labores del gobierno, como la seguridad pública.
Ellos son los que habrían decapitado, al menos, a 30 personas en el centronorte del país y las abandonan frente a palacios municipales. Ellos planearían el asesinato de la estudiante Nayeli Noemí Delgado, de la Universidad Autónoma de Zacatecas, quien denunció por maltrato a su exnovio, un miembro del grupo criminal. Ellos estarían detrás del atentado que sufrió el diputado potosino Pedro Carrizales, el “Mijis”, el año pasado, según autoridades locales.
Ellos son los que han hecho de la decapitación su marca y los explosivos su firma.
EL RECONOCIMIENTO DE SU EXISTENCIA
Fue hasta el 6 de marzo pasado cuando se les reconoció públicamente como una amenaza. Ocurrió en la conferencia mañanera del presidente Andrés Manuel López Obrador en San Luis Potosí, donde estuvieron el gobernador Juan Manuel Carreras; el secretario de Marina, José Rafael Ojeda; y el secretario de Seguridad Ciudadana, Alfonso Durazo.
Pero incluso ese reconocimiento fue tímido, como si apenas se quisiera hablar de ellos.
Aquella mañana de viernes, en la rueda de prensa diaria se habló de la incidencia delictiva en San Luis Potosí y por apenas 40 segundos el secretario de Marina mostró una lámina con los cárteles que dominan la zona. No la leyó, pero ahí estaban Los Talibanes: en el penúltimo renglón y con un recuadro gris que se perdía en el fondo.
El 6 de marzo, en una conferencia mañanera, se mostró brevemente la influencia de este grupo en San Luis Potosí.
El secretario de Marina tampoco leyó un recuadro en el que aparecía el nombre, apellidos y alias del nuevo líder de ese grupo hiperviolento. Ese innombrable es Raúl Velázquez Caballero, el “Talibancito”, hijo del “Talibán”, heredero de su reino de sangre.
ELLOS CONTROLAN UN PEDAZO DEL PAÍS
“Son un grupo extremadamente violento que, para mí, es sorprendente que no estén más en las noticias. O que el gobierno no esté hablando de ellos, como si no existieran, como si lo que hicieran no fuera muy grave para la sociedad”, cuenta Patricio N., mando de la Guardia Nacional en la frontera de San Luis Potosí y Zacatecas, donde Los Talibanes imponen su ley.
Patricio N. acepta hablar con EMEEQUIS bajo la condición del anonimato. No le tiene miedo al despido por conversar con un reportero sin la autorización de sus jefes, sino a las armas automáticas y de alto poder que cargan Los Talibanes a cualquier hora del día, incluso por la mañana.
“Acá tienen ojos por todos lados. Métete a pueblos como Loreto, Villa de Ramos, Salinas y vas a ver cómo te ‘saltan’ rapidísimo. Si no eres de acá, aunque estés limpio, no seas malandro, te van a confundir como contrario y te van a matar sin preguntar”.
ARRODILLAR AL PODER
Quienes llevan la peor parte, dice Patricio N., son los alcaldes y los policías locales. Todos, presidentes municipales y jefes de policía de esa región, están amenazados. Sus dichos confirman lo que reveló el pasado 19 de febrero el gobernador de Zacatecas, Alejandro Tello, al término de la ceremonia oficial del Día del Ejército Mexicano en su estado.
“Créanme, y no es una exageración, que más de la mitad de los alcaldes de Zacatecas están amenazados. Yo lo conozco en el día a día, y quizá son muchos más los alcaldes que tienen amenazas por hacer su trabajo”, admitió el gobernador ante los reporteros.
“Él no lo dice, porque seguro también está amenazado”, sigue Patricio N. “Los Talibanes son esos que andan aventando cabezas a los palacios municipales y que traen hasta con parálisis facial a los alcaldes”.
Los otros afectados son los habitantes de esas zonas. Viven en un Estado de sitio y un estado de silencio, asegura el militar. Después del anochecer nadie sale de sus casas; nadie habla con extraños; nadie se detiene a ayudar a un herido abandonado a su suerte; nadie escribe sobre la violencia que sufren. A Los Talibanes les llaman “los señores” y jamás se menciona su nombre.
“Nadie lo dice, pero son los amos y señores de esta parte del país. ¿Te contaron lo que pasó la madrugada que mataron a los tres hombres, ese del famoso video a la mitad de la calle?”, pregunta Patricio N. del otro lado de la línea de WhatsApp.
Al amanecer del 3 de septiembre, la frecuencia de radio de la policía de Loreto, Zacatecas, fue tomada por asalto por Los Talibanes. Mientras los uniformados resguardaban los cuerpos de los ciudadanos que no pudieron o no quisieron proteger, alguien puso un narco rap en la frecuencia, un género musical moderno que exalta criminales.
Por los radio de las patrullas se escuchaba “Yo siempre ando al 100 / Mato a mis enemigos / No se pongan enfrente / O los elimino / Puro sicarios finos / Soy talibán, somos divinos”.
Luego, hubo un largo silencio. Y todos fingieron no escuchar al Cártel de los Talibanes. Hicieron lo que hacen las autoridades: pretender que no existen.
Fuente.-@oscarbalmen/
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