Sin darse cuenta que México, por efecto de la globalización, se encuentra en un constante y frenético cambio, Francisco García Cabeza de Vaca gobernó Tamaulipas con un estilo arcaico, con un carácter autoritario, dominado por los impulsos y con frecuencia explosivo.
Ese fue su error: abrió muchos frentes de batalla. Peleó con los hermanos Canturosas de Nuevo Laredo; se confrontó con Maki Ortiz de Reynosa; vapuleó a Leticia Salazar de Matamoros; nunca perdonó a Gustavo Cárdenas de Ciudad Victoria.
Para colmo, con un temerario y cuestionado discurso, se puso los guantes contra el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Por lo visto, el gobernador saliente tamaulipeco nunca leyó la historia de Alemania durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Decir en un micrófono ‘para todos tengo’ suena muy valiente, pero no es lo más conveniente.
Hace seis años, en una elección histórica en la que se consumó la primera alternancia, el panista llegó al poder estatal con un firme respaldo ciudadano y un bono democrático que, finalmente, desaprovechó y tiró por la borda. Hoy, tal vez, en la soledad que se respira en los últimos y aciagos días de un sexenio, lo lamenta.
Egidio Torre Cantú fue gobernador debido a una tragedia: el artero asesinato, todavía sin resolver, de su hermano Rodolfo. Aquellas fueron las horas más oscuras de Tamaulipas en tiempos recientes.
Ingeniero civil de profesión, Egidio actuó con frialdad en la escena política tamaulipeca. Jamás soñó ser gobernador y lo fue en las peores circunstancias. No estaba preparado para tomar las riendas de un estado y menos de una entidad que se encontraba en medio del fuego cruzado de dos grupos del crimen organizado que, casual y sospechosamente, rompieron justo en un año en que se renovaría la gubernatura, en 2010.
En medio de la vorágine de la inseguridad, con un gobierno federal calderonista que lo atosigaba hasta con ‘situaciones de riesgo’, Egidio hizo lo que pudo e improviso en muchas ocasiones. Al final, adoptó el modelo Ernesto Zedillo: preparó la entrega del poder a la oposición blanquiazul con una alternancia de terciopelo.
Eugenio Hernández Flores era el fiel ejemplo del nuevo PRI que se cocinó a principios del milenio: joven, carismático, de imagen exitosa y con tonalidad empresarial. Además, un aspecto resaltaba: antes de ser priista, había coqueteado con el panismo.
Hijo de un burócrata del priismo victorense, ‘Geño’ manejó el poder tamaulipeco en el sexenio 2005-2010 como lo hicieron los gobernadores priistas que se sintieron ‘Virreyes’ en los tiempos en que el PAN estuvo en Los Pinos: hizo lo que quiso con el presupuesto. Es decir, despilfarró el dinero.
Durante el geñismo, de manera irresponsable, la deuda de Tamaulipas se multiplicó y rebasó los 11 mil millones de pesos. Las finanzas estatales comenzaron a resquebrajarse.
Lo peor sucedió en el último año: la cruenta guerra que provocó la división del principal grupo de la delincuencia organizada se propagó por todo el estado. Ante esa espiral de violencia, el poder del gobernador quedó totalmente rebasado, sometido. Así dejó el gobierno.
Brillante orador, muy buen estudiante universitario, integrante de una generación política que parecía prometedora pero que finalmente fue decepcionante, Tomás Yarrington arrastraba varios defectos. Uno de ellos era la ambición, la ambición desmedida. Siempre quiso más: siendo gobernador, se fijó la meta de ser presidente de México. Más que un sueño, parecía una locura.
Intocable para la prensa estatal (donde estableció con algunos ‘vendedores de silencio’ intereses de fondo), Tomás Yarrington no lo fue para un crítico y profesional segmento del periodismo nacional: al destaparse como aspirante a la candidatura presidencial priista de 2006, los golpes lo arrinconaron, lo pusieron contra la pared.
El matamorense jamás volvería a ocupar un cargo en el quehacer público. Fue desterrado del escenario político. Después fue perseguido por el gobierno de Felipe Calderón. Finalmente, fue detenido y encarcelado en Estados Unidos.
Esos fueron, en un breve resumen (esto es una columna no un ensayo), los estilos de gobernar de Cabeza de Vaca, Egidio, Eugenio y Yarrington. Cada uno gestionó el poder con su sello propio, con su carácter y temperamento personal.
¿Cómo será el estilo personal de gobernar de Américo Villarreal Anaya? El doctor se ha comportado como una persona seria y sencilla hasta el momento. Ese es su sello. Es una personalidad que parece propicia para la reconciliación.
Sin embargo, el reto de gobernar Tamaulipas no es sencillo. Todo lo contrario: el Nuevo Santander es un estado sumamente complicado, con una diversidad regional que lo dificulta y con liderazgos locales que harán sentir su poder e influencia.
Además, el gobernador saliente le dejará un amplio número de problemas sin resolver ni atender. La segunda alternancia tamaulipeca no tendrá nada de terciopelo como hace seis años. La historia será muy diferente.
¿Cuál será el estilo de gobernar de Américo? La respuesta no será inmediata, se dará de forma gradual en los primeros dos años de gestión. El primer corte de caja llegará en un momento crucial: el resultado de la elección presidencial de 2024.
Mientras, veremos cómo se prepara el doctor para asumir el poder estatal en una transición que se pronostica tensa y compleja.
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