A las personas que han perdido parientes o amigos en plazas como Iguala, donde el ejército solapó las ejecuciones de Guerreros Unidos, les tiene sin cuidado que los generales al servicio del hampa sean procesados en México o en Estados Unidos, con tal de que reciban un castigo ejemplar.
Y como la justicia mexicana tiene un récord paupérrimo en este rubro (el caso del general Gutiérrez Rebollo, encarcelado en 1996 por su complicidad con el Señor de los Cielos, es la excepción que confirma la regla), el arresto de Salvador Cienfuegos en Los Angeles nos hizo abrigar la esperanza de que al fin quedarían expuestas las redes criminales incrustadas en el ejército.
Los oficiales y los soldados honestos no se merecen la publicidad negativa que genera este escándalo, pero justamente por eso deberían ser los más interesados en separar de su corporación a las manzanas podridas.
Cuando Ernesto Zedillo ordenó la captura de Gutiérrez Rebollo actuó como general en jefe del ejército, sin temor a las protestas de sus subalternos uniformados, que seguramente se molestaron por ese golpe a su corporación.
El proceso judicial de Cienfuegos en Estados Unidos ofrecía a López Obrador una oportunidad de oro para hacer una limpia dentro de las fuerzas armadas, pues durante el juicio saldrían a relucir los nombres de los generales que apoyaron al acusado en sus actividades delictivas.
Pero en vez de aprovechar el regalo de la DEA para hacer esa purga, el presidente cedió a la extorsión de los mandos militares que temían ser exhibidos en el proceso.
No le importó sacrificar su cacareado combate a la impunidad con tal de repatriar a Cienfuegos y ponerlo a salvo de la justicia yanqui. Nadie puede creer que su proceso judicial en México terminará con un fallo adverso, pero si el fiscal Gertz Manero nos da esa sorpresa, me comprometo a componerle un panegírico en octavas reales.
Para sacar de apuros al presunto cómplice del cartel H2, a quien sus socios apodaban el Padrino, según los cargos de la DEA, los gobiernos de México y Estados Unidos esgrimieron un argumento que desafía las más elementales premisas de la lógica y el sentido común.
En nombre de la cooperación bilateral contra el narco, decidieron beneficiar a los cárteles de la droga enviando a Cienfuegos a descansar en su casa.
Cuando Trump amagó con imponernos aranceles si México no detenía el flujo de inmigrantes centroamericanos, el presidente cedió a la extorsión sin pedir siquiera un arbitraje internacional.
Ahora, en cambio, invocó la soberanía que antes había metido bajo el tapete, y en su empeño por aplacar a los generales que supuestamente comanda, recurrió a la táctica obsequiosa de no reconocer el triunfo de Biden, a cambio de que Estados Unidos le entregara al padrino intocable. Si Calderón o Peña Nieto hubieran realizado este cambalache, los caricaturistas de La Jornada los habrían desollado vivos.
Según el Justice Department, “sensibles e importantes razones de política exterior se impusieron al interés del gobierno en perseguir al acusado”, una patraña superlativa que tampoco ha convencido a la opinión pública de Estados Unidos. La amenaza mexicana de expulsar a los agentes de la DEA, si de verdad fue puesta sobre la mesa, no es razón suficiente para intimidar al Tío Sam, que tiene muchas otras armas para imponernos la presencia de sus agentes.
La opinión predominante en Estados Unidos es la de Mike Vigil, antiguo jefe operativo de la DEA, quien cree que Donald Trump “está recompensado la colaboración de López Obrador en los temas más espinosos de la agenda bilateral, principalmente el asunto de los migrantes” (Los Angeles Times, 17/XI/2020). Si Joe Biden coincide con Vigil, no me sorprendería que, a partir de enero, ya instalado en la Casa Blanca, ponga contra las cuerdas al enérgico protector de los generales que figuran en la lista negra de la DEA.
No es la soberanía nacional, sino el poder militar, lo que salió fortalecido con el desistimiento de los cargos contra Cienfuegos. Ahora todos sabemos que el presidente no manda dentro del ejército, como tampoco lo hicieron Peña Nieto, Calderón ni Fox. Haberse convertido en rehén de los militares lo expone a dar palos de ciego en su política de seguridad nacional. Un prócer que se compara con Hidalgo, Juárez y Madero, un paladín de la honestidad que prometió luchar contra viento y marea para limpiar el país de corruptos, no puede esperar que la sociedad le perdone una claudicación tan obvia.
fuente.-Enrique Serna/
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