Desde muy temprano Madero subía la cuesta del Castillo de Chapultepec, a caballo, tordillo. Y, también, gente, turistas, curiosos que por primera vez tuvieron la oportunidad de asistir a la conmemoración de la Marcha de la Lealtad, fecha en que los militares reiteran, ratifican su lealtad al poder civil, al Presidente de la República. Lo que siempre es de agradecer.
Día primaveral, mucho sol, mucha solemnidad.
La conmemoración nos remonta a un día, domingo también, en que el presidente Francisco I. Madero fue despertado, en su recamara en el Castillo de Chapultepec, donde vivía, por los balazos de los golpistas, a quienes se habían unido los militares del Colegio de Aspirantes.
Todavía de noche mandó llamar al teniente coronel Víctor Hernández Covarrubias, que era el director interino del Colegio Militar, para pedirle que los cadetes, estaban casi ahí mismo, lo acompañasen a Palacio Nacional.
Prevenido, eran tiempos difíciles, le respondió que iría a ver si los muchachos estaban dispuestos. Habló con ellos, los convenció de la lealtad, indispensable en ese momento, para con la institución presidencial Cuando regresó con una respuesta positiva, esperaron por el secretario de guerra, general Ángel García Peña, que estaba a cargo de los combates en Palacio Nacional.
El entonces secretario de guerra era un hombre mayor, que padecía gota, y vivía en el centro de la ciudad. También lo despertaron los balazos y un mensajero. Los golpistas habían tomado Palacio Nacional, tenían detenido a Gustavo Madero, el hermano del presidente.
Personalmente se dirigió a varios cuarteles cercanos para formar un grupo de militares leales, con los que recuperó Palacio Nacional… momentáneamente. Una espléndida crónica de Martín Luis Guzmán cuenta que llegó al Castillo de Chapultepec manchado de sangre. En su parte, afirmaba que ya podían ir hacía el Zócalo.
Sin embargo, la violencia no había cesado, ni se tenía controlado a los rebeldes que volvieron a Palacio Nacional con el general Bernardo Reyes, que estaba confiado en su relación muy cercana con el general Lauro Villar, jefe de la plaza, que estaba ahí.
Reyes resultó muerto, y los combates siguieron, el general Villar fue herido en el cuello y clavícula
Es decir, había balazos, combates, muertos, peligro en verdad en el recorrido de Madero con los militares. No se trataba de una escolta común, sino de proteger con su vida la integridad física del Presidente Constitucional, contra militares, muchos de ellos amigos, compañeros, conocidos.
Por eso es tan excepcional su decisión para marchar con Madero. Lo que hicieron con el teniente coronel Covarrubias y con el secretario de guerra, general García Peña que, por cierto, a la llegada de Huerta pidió su baja del ejército, con fecha 22 de febrero de 1913.
Este domingo, soleado hay que insistir porque parecería que ya se acabó el frío invernal, la ceremonia conmemorativa, estrictamente militar, formal, se abrió a la gente por primera vez en la historia. A cualquiera que quisiera entrar, sin ninguna medida de seguridad, sin un arco detector de metales, con mucho valor. Y, con la disposición que ha demostrado el general secretario Luis Cresencio Sandoval par entrar de lleno a los nuevos paradigmas de esta Cuarta Transformación, con inmensa flexibilidad.
Los eventos militares son, siempre, por definición muy cerrados, con mucha seguridad. Este domingo se inauguró la nueva forma, que seguramente permitirá una mayor cercanía con la sociedad.
Único orador, el general Sandoval insistió en la lealtad, de antes y de hoy. En su vocación por vivir el nuevo paradigma en la persecución de la paz, en recordar a los cadetes que acompañaron a Madero. Discurso corto, bueno, formal. Buen orador, buena voz. Un público diferente.
Como pieza final el militar que representaba al Presidente Madero escenificó la arenga de éste a los soldados, al pueblo. Y, luego, a bajar la cuesta, junto con las familias que turisteaban…
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