Los nuevos y recien desempacados ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, después de mucho verbo de “servicio al pueblo” y de toda esa parafernalia bienintencionada y espiritual en Cuiculco y el Zócalo, se fueron a cerrar su jornada ¿en dónde creen? ¡En uno de los templos del lujo, de los manteles largos y los vinos caros: el Au Pied de Cochon de Polanco!
Lujo y Contradicción
Mientras el Ministro Presidente prometía que “ni el poder ni el dinero” guiarían sus corazones, la realidad demostraba que no hay nada como una cena en privado, rodeados de cortinas francesas y candelabros brillantes, para dejar claro a quién sirve realmente la Corte: a sus propios gustos y privilegios, lejos del pueblo, pero cerquita del menú de foie gras y champaña.
Hipocresía en Acción
Las puertas de la Corte se abren al pueblo de día para el espectáculo, pero de noche, los ministros prefieren el confort de un restaurante abierto las 24 horas, símbolo de una opulencia a la que muy pocos mexicanos podrían aspirar.
—¡Vaya respeto a la ciudadanía! Resulta que el “extenuante” trabajo de los ministros merecía celebrarse como lo hacen los privilegiados de siempre: a espaldas de la modestia y frente a los reflectores del exceso.
Tanto les gusta lo bueno, que lo regular les enfada
Excelentísimos señores ministros, a quienes la toga reviste no solo de autoridad, sino (al menos en principio) de dignidad republicana, permitan que nuestro humilde portal les interpele con la sobriedad, pero también con la punzante lucidez que exige la doctrina y el sentido común ante su inenarrable conducta.
Elocuente cinismo
La magnificencia del recinto que escogieron para celebrar sus deliberaciones —ese abrevadero de la exquisitez llamado Au Pied de Cochon, donde la opulencia no es solo norma, sino dogma— resulta la más veraz alegoría de lo que será su actuar cotidiano. Allí, entre copas de Borgoña y manjares con nombres impronunciables para el ciudadano llano, queda expuesta la contradicción entre la prédica falaz de servicio y la realidad insultante de su ostentación.
Doble moral en su máxima expresión
No se requieren lentes de filólogo para advertir los síntomas del más exacerbado cinismo y la imperdonable hipocresía que les acompaña. Aquellos que deberían ser ejemplo de virtud y mesura se deleitan en el lujo mientras el pueblo, destinatario de sus nobles promesas, permanece a la intemperie de sus acciones. El discurso de entrega y humildad, pronunciado apenas horas antes bajo el palio de la solemnidad, se deshace como niebla ante el sol cuando, lejos de la mirada pública, se regocijan en la opulencia de un reservado.
No les gustan los ricos, pero si vivir como ricos y tragar rico
Resulta imposible —por mandato ético y estilístico— no calificar su conducta como un ejercicio de la más refinada simulación, una mascarada de valores que en público se exhiben y en privado se niegan. Su praxis se reviste de grandilocuencia y de apariencias, pero naufraga, invariablemente, en el mar profundo de la doble moral que pisan con la misma naturalidad que transitan los salones del lujo y el privilegio.
Así, excelentísimos ministros, el tiempo habrá de conceptuarlos justamente en el registro de los cínicos y de los hipócritas, arquetipos de una élite que predica para la galería y vive para sus propios deleites.
Una Corte “Distinta”… De la Realidad
Aquella frase de que “aquí no manda el dinero ni el poder” se deshace en cuanto se corren las cortinas del privado donde cenaron, bien lejos de la plebe y sus preocupaciones cotidianas. Porque mientras vociferan servir al pueblo, la única mesa que compartieron fue la del restaurante de lujo, y ese servicio exclusivo dista mucho del que exigen a gritos los ciudadanos todos los días.
Así, la Corte celebra que “es distinta”: sí, distinta desde la cima del elitismo, donde el menú empieza por la hipocresía y termina con un brindis por el poder. Que viva la irreverencia, porque sólo ella pone el dedo donde el sistema no quiere ver.
Con informacion: ELNORTE/

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