Jorge, de 32 años, chef de profesion,murió esperando noticias de la cirugía de su padre, alcanzado por balas sin rostro ni justicia. No era parte de ninguna “disputa”, sólo era un hijo, un civil, esperando que la vida siguiera su curso. Como él, otros inocentes—José Ramón y Rubén—desaparecen bajo el mismo manto de indiferencia, víctimas minimizadas por una narrativa oficial que nunca se detiene en los nombres.
La esposa de Jorge, Sophia Lupio Zazueta, expresa en su publicación un dolor desgarrador y una sensación de desamparo absoluto tras la injusta muerte de su pareja. “Me dejaste solita con nuestro bebé, tantos planes mi amor, tantas metas que teníamos por alcanzar”, escribe, mostrando cómo la violencia rompe familias, trunca futuros y deja a los sobrevivientes vacíos, atrapados entre el dolor y la incertidumbre.

Este testimonio, crudo y sincero, es la evidencia irrefutable de la tragedia que no aparece en los partes oficiales: la vida cotidiana destruida, la maternidad condenada a la soledad, los sueños mutilados. La violencia no sólo le arrebató a un hombre su vida; despojó a una mujer de su compañero y a un niño de su padre, dinamitando la posibilidad de un futuro seguro.

Mientras la narrativa oficial en voz de Omar García Harfuch habla de éxito, la realidad de Sophia evidencia la devastación emocional y social que deja la incompetencia y el abandono institucional; el “daño colateral” no es una cifra, es el lamento de una viuda, el llanto de un bebé y el grito desesperado de una sociedad que sigue sangrando.
Víctimas invisibilizadas
La tragedia en el Hospital Civil de Culiacán es un brutal retrato del absurdo que envuelve a la guerra: mientras el gobierno presume de éxitos y estrategias victoriosas en television y su “Batman V.Azteca” paga por verse mas bonito, la realidad es que las víctimas, como Jorge, son reducidas a simples cifras, a “daño colateral” que no sale en los titulares gloriosos del horroroso fracaso federal y militar.
El gobierno y su incompetencia
La negligencia y demora en la actuación oficial resulta letal: cada minuto perdido, cada combate pospuesto, se convierte en cadáveres que nadie reclama y que los sistemas contabilizan como daños periféricos, residuos incómodos del enfrentamiento. Esta incapacidad transgeneracional se recicla cada sexenio y, lejos de detenerse, engorda en burocracia y cinismo militar.Lo paradójico es que si revisaran las cifras,las duras,verian de manera dura que el fracaso es garrafal.
Narrativa mediática y éxito ficticio
Mientras la sangre mancha las salas de espera, la narrativa mediática insiste en el “control de la situación”, en que la batalla “se ganó”, como si el vacío y el dolor fueran pruebas de eficiencia. El discurso oficial celebra victorias en las estadísticas, aunque los hospitales sigan llenos de “colaterales” y los padres sigan esperando noticias que nunca llegan.
Reflexión irreverente
El llamado es a no bajar la mirada. Cada vez que se minimiza una víctima con la palabra “colateral”, se perpetúa la complicidad de una sociedad que prefiere la anestesia mediática antes que la indignación sostenida. La guerra, lejos de ser un tablero estratégico, es una fábrica de duelo, donde el éxito oficial es una cruel ironía, y donde Jorge, “el Jordy”, es el rostro que recuerda que la batalla se está perdiendo cada día, cada hora, cada nombre olvidado.
Con informacion: NOROESTE/

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