Como un faro de fe y exigencia de justicia, colectivos de buscadoras de personas desaparecidas colocaron y encenderieron cinco mil veladoras en la explanada del Palacio de Gobierno.
La acción se realizó en el marco del aniversario de la crisis de seguridad que marcó al estado y que dejó un saldo de mil 949 personas desaparecidas en un año de acuerdo a cifras oficiales, sin embargo el colectivo Sabuesos Guerreras expuso que son 3 mil las víctimas de desaparición en 12 meses de inseguridad.
5 mil veladoras ardiendo en Sinaloa no son un homenaje, son el acta de defunción del Estado. Cada flama encendida por una madre, una hermana, un hijo, ilumina la obscenidad de un gobierno que presume cifras maquilladas mientras el suelo sigue tragándose cuerpos. En otro territorio donde desaparecer equivale a ser condenado a morir en manos del Cártel de Sinaloa, hablar de “éxitos” policiaco-militares suena más a chiste cruel que a política pública.
La violencia se multiplica con números de cementerio mientras los uniformados ponen más empeño en posar frente a la prensa que en abrir fosas clandestinas. Se disfraza la derrota con discursos huecos, pero las buscadoras no leen comunicados oficiales: ellas leen huesos, fragmentos, ropa rota. Cada osamenta hallada es una bofetada a la mentira institucional.
Lo que arde en esas veladoras no es esperanza, es furia contenida. Furia contra gobernadores que se esconden detrás de estadísticas trucadas, contra militares que patrullan sin ver, contra fiscales que archivan más rápido de lo que investigan. No son 5,000 velas: son 5,000 acusaciones encendidas en un territorio donde la ley brilla por su ausencia.
El silencio oficial no nace de la prudencia, nace del miedo y de la complicidad. En Sinaloa, la desaparición ya no parece un crimen excepcional: es el protocolo de terror impuesto por el cártel y tolerado por las instituciones. Y si el deber del Estado es garantizar la vida, hoy su ausencia lo convierte en sepulturero.
Hasta que cada autoridad tenga el valor de prender una veladora y no un discurso, la verdad seguirá estando en la tierra removida por las manos de las madres, no en los informes trimestrales de funcionarios que viven en otro país aunque cobren en este. En Sinaloa los desaparecidos no se cuentan, se buscan. Y al Estado no se le espera: ya desertó hace mucho cuando se decidió a abrazarlos.
El simulador con charola mañosa
Detras del fracaso de Sinaloa esta la currícula non sancta de este “estratega” que no requiere lupa, sino desgarrar el disfraz con el que se pasea predicando sobre la imposibilidad de negociar con narcos, cuando su propio historial apesta a simulación y chaquetas de doble filo.

Mientras posa como paladín de la “seguridad”, el expediente oficialrevela que fue señalado por un capo del Cártel Guerreros Unidos –nada menos que “El Gil”– como parte de la nómina y el circuito de filtraciones a la delincuencia organizada, incluyendo pagos mensuales de 200 mil dólares cuando estaba al frente de la Policía Federal en Guerrero. Recibía, repartía y callaba, porque el que paga, manda, y el que cobra, obedece.
El doble discurso y la hipocresía
Saber que este personaje advertía ante diputados de Morena sobre lo “mal que sale” negociar con narcos es como si un pescador hablara de evitar el agua: pura pose, puro cinismo nivel olímpico. Critica en voz alta lo que avaló bajo la mesa, mientras presume “logros” históricos que ni siquiera resisten la aritmética elemental con miles de detenidos fantasmas, recluidos sabe dónde, y un lustre que sólo engaña a los ciegos por conveniencia.

Escudos, narcomantas y exámenes que nunca pasó
Este genio de la seguridad jamás aprobó un control de confianza, requisito elemental entre los mortales pero irrelevante para un intocable con “charola” y linaje militar. Cuando la delincuencia no lo señala por nombre propio en narcomantas, los padres de los 43 lo tienen en la lista de funcionarios que debían ser investigados por desaparición y contubernio. Nadie se hace responsable, todos se tapan y el estratega ahora juega a “Batman” mientras los muertos y desaparecidos son el único registro fiel de su gestión.

El Estado policíaco se recicla
La verdad es que detrás de la perorata oficial se esconde la misma receta podrida que eterniza la tragedia: corrupción travestida de legalidad, cinismo premiado con cargos y una letanía criminal de promesas inalcanzables. Quien hoy funge de comandante lo hace protegido por el poder político, usando contra otros los mismos métodos que le permitieron trepar: manipulación, cifras infladas y un blindaje institucional que lo mantiene impune.
El verdadero “fracaso” está en seguir creyendo que el Estado combate al monstruo, cuando no hace más que amamantarlo con uniforme, permisos y discursos de utilería.
Con informacion: NOROESTE/

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