La noticia sonaba inverosímil. Hace tres días, Hugo Villavicencio, de 47 años, había recibido un diagnóstico positivo de una prueba PCR para Covid-19 y llevaba días encerrado en su casa, dentro de un fraccionamiento con seguridad privada.
Se habría contagiado recorriendo las calles de Tlaquepaque, Jalisco, mientras hablaba con sus vecinos para convencerlos de que no votaran por los partidos políticos tradicionales y lo eligieran a él como su próximo alcalde.
El empresario del ramo médico apenas salía de su recámara. No tenía contacto más que con su novia, los hijos de ella y el niño que recién habían procreado. Su confinamiento era estricto, tanto que había postergado la inauguración de su casa de campaña, desde la cual empujaría una plataforma política basada en barrer la corrupción del municipio.
A pesar de estar aislado, y sin síntomas graves, había fallecido. Eran las 2:10 de la mañana y Paulina escuchó del otro lado del teléfono, a gritos, una frase que salió de la boca de la pareja de su padre y que alteró su mundo: “Tu papá se acaba de dar un tiro”.
UNA 9 MILÍMETROS EN LA RECÁMARA
“Mi padre estaba en plena campaña para ser candidato a presidente municipal. Pensaba a futuro y estaba deseoso de ayudar a la gente y cuidar su salud”, dice Paulina en una conversación con EMEEQUIS. “Amaba comer y escuchar música con sus hijos ¿cómo es posible que se hiciera daño a sí mismo?”.
El hombre que aspiraba a gobernar Tlaquepaque no tenía un historial de problemas de salud mental; tampoco de adicciones o deudas impagables. Y en ningún lado de la casa se hallaron cartas para explicar a su familia las supuestas razones de su suicidio, un comportamiento típico en quien se quita la vida.
La novia de su padre aseguró que, aquella madrugada, Hugo Villavicencio estaba a punto de dormir cuando recibió una extraña llamada. Después de colgar, bajó a la cocina, bebió algo, subió, sacó del clóset la Glock 9 milímetros que guardaba junto con su permiso oficial de portación; se sentó a la orilla de la cama, bajó la cabeza, pegó el cañón a la sien y jaló el gatillo sin decir una palabra.
Pero, conforme las investigaciones avanzaron, esa versión fue cambiando, lo que alertó a Paulina y su hermana sobre lo que realmente sucedió en la intimidad de ese dormitorio que sólo ocupaba la pareja a causa del confinamiento por coronavirus.
“Ella era la única que estaba con él, nadie más. Sus versiones parecían cada vez más incongruentes: en una historia mi papá bajaba a la cocina, en otras no; en unas, mi papá bebía una cerveza; en otras no. También nos dimos cuenta que no dio a las autoridades el teléfono de mi papá: se lo quedó para no enseñarlo”.
Algo no cuadraba en la historia del suicidio. Y, conforme más investigaban, el caso se volvía más turbio.
HACER CAMPAÑA BAJO RIESGO
Hugo Villavicencio no era el típico político en busca de un cargo público. De hecho, era su primera incursión en una campaña electoral. Antes de eso había sido un exitoso empresario que, pese a contar solo la preparatoria, había fundado la clínica de especialidades médicas, Intepro, en la zona metropolitana de Guadalajara, Jalisco.
Desde ahí, se había ganado el cariño de la gente. Lo ubicaban como un empresario joven y apasionado por la salud de las personas, especialmente por quienes no podían pagar los costosos servicios médicos privados, pero que tampoco querían acudir al sistema público de salud.
Cuando la pandemia golpeó a México y Jalisco, Hugo Villavicencio usó sus contactos para crear la red “Reactivemos Tlaquepaque” con la que buscaba incentivar el consumo local entre 13 mil comercios del municipio para salvar de la quiebra a micro y pequeños empresarios.
En su comunidad lo ubicaban, también, como un hombre sensible al problema de inseguridad que atraviesa el estado con el asentamiento del Cártel Jalisco Nueva Generación: hace unos años fue víctima de un secuestro en Guadalajara, que lo obligaba a vivir con escoltas que lo cuidaban de día y sólo se separaban de su lado para dejarlo dormir.
Hugo quería ayudar a la gente de Tlaquepaque. Foto: Especial.
Por todo eso, Hugo Villavicencio se animó a contender por la alcaldía de Tlaquepaque, un municipio con servicios urbanos en picada y picos de violencia. Eligió hacerlo sin un partido político que manchara su nombre: iría solo, como independiente, a medirse contra liderazgos caciquiles.
Lo hizo a pesar de las advertencias de los expertos: hasta el 21 de marzo de este año, 139 políticos han sido asesinados desde que comenzó el proceso electoral el pasado 7 de septiembre de 2020. Ser político en México es más letal que ser corresponsal de guerra.
“Mi papá era un hombre bueno, un hombre generoso, que creía que podía hacer política porque le importaba la gente. Él quería acabar con la corrupción”, dice Paulina.
Meses más tarde, ella descubriría la pista más importante para echar abajo la versión de que su padre se suicidó.
“RESULTADO NEGATIVO”
La información sobre la muerte intempestiva de Hugo Villavicencio no tenía sentido. La única testigo presencial, su pareja, no sólo guardó el teléfono de su novio, sino que inicialmente impidió el paso de los policías municipales al interior de la casa, argumentando que podrían robar algo.
Luego, habría impedido que en la Fiscalía local revisaran las cámaras de vigilancia del fraccionamiento. Y, en un comportamiento extraño, dejó de contestar las llamadas de la familia. Hoy está ilocalizable.
“Llevaban sólo dos años. Uno cree que conoce a las personas, pero no… algo pasó, algo sabe ella, algo hizo ella…”, masculla Paulina.
Más tarde, las investigaciones periciales arrojaron una nueva duda sobre la versión del suicidio: en las fotografías que tomaron del cuerpo, la mano derecha de Hugo Villavicencio –con la que habría sostenido la pistola– estaba encima del arma y el dedo no estaba en el gatillo, algo poco probable en un suicidio. Parecía que le habían “sembrado” la Glock 9 milímetros.
Hugo Villavicencio con sus hijas, Ángela y Paulina. Foto: Especial.
Pero la prueba contundente llegaría muchos meses después de aquel disparo fatal: una hoja fechada el 17 de febrero de 2021 y firmada por el perito químico Darío Molina del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses.
El documento resumía un estudio –realizado horas después de la muerte del precandidato– llamado “absorción atómica”, que mide la cantidad de plomo, bario y otros metales en las manos de una persona, para determinar si recientemente ha disparado un arma de fuego.
La conclusión fue contundente: “resultado negativo para ambas manos”. Hugo Villavicencio no se disparó a sí mismo.
JUSTICIA PARA HUGO
A la familia del empresario que soñó con ser alcalde se le permitió un velorio pequeño y corto. El coronavirus que cargaba Hugo Villavicencio en su cuerpo al momento de su presunto homicidio provocó que sólo un pequeño grupo de familiares asistiera al funeral.
Muchos más se enteraron del fallecimiento por sus redes sociales, las mismas donde anunciaba sus acciones altruistas en favor de otros empresarios y su intención de convertirse en alcalde. Hasta hoy, muchas de las personas que lo conocieron siguen enviando sus condolencias a la familia. “Él era el centro de todo, el centro de mi vida”, lamenta Paulina, quien desde octubre debe librar una batalla diaria consigo misma para no derrumbarse. Para entender qué pasó y para vivir en un mundo que ya no tiene a su padre.
Ninguna línea de investigación está descartada para la familia: desde un asesinato para quedarse con sus propiedades hasta un homicidio relacionado con su novedosa incursión en la política. Todo y nada es posible en este extraño caso.
Lo único que es imprescindible es la exigencia de justicia: que nadie quede impune y que se castigue a quien quiso ocultar las verdaderas razones de la muerte de los sueños de Hugo Villavicencio.
fuente.-@oscarbalmen/
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