En la historia mundial hay discursos memorables que muestran, en los momentos de crisis, la altura política de los líderes, pronunciamientos que se convierten en puntos de referencia para las futuras generaciones.
Aunque generalmente recordamos las arengas y proclamas patrióticas, encaminadas a enardecer el valor de las tropas militares y a levantar el ánimo de pueblos devastados, la historia también registra discursos de Jefes de Estado reconociendo sus errores. Sí, también los presidentes reconocen públicamente sus desaciertos y descuidos.
En 1986, la mayor catástrofe de la carrera espacial de Estados Unidos fue transmitida al mundo en vivo y a todo color. La agencia espacial estadounidense no corrigió un defecto en el diseño de los anillos que sellan los cohetes propulsores, con un resultado fatal.
El transportador espacial Challenger explotó a la vista de todos, convirtiendo en cenizas los sueños de la tripulación: seis astronautas y una maestra de escuela. El suceso también mostró el fracaso de la potencia mundial para mantenerse a la cabeza de la carrera espacial y la pérdida de tres mil millones de dólares, con la destrucción del artefacto.
Esa misma noche, el presidente Ronald Reagan pronunció uno de los discursos más difíciles de su carrera política y se dirigió a una Nación conmocionada: “Hoy es un día de luto y de recuerdo. Nancy y yo estamos profundamente dolidos por la tragedia del transbordador espacial Challenger. Sentimos y compartimos este dolor con todo nuestro país. Esta es una gran pérdida nacional. Fue una lección de empatía y de sensibilidad”.
Una vez que se conocieron los resultados del Informe de la Comisión Investigadora —el cual concluyó una serie de fallos en el proceso de toma de decisiones de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) y pide una revisión profunda del programa espacial—, Ronald Reagan expresó:
“En Estados Unidos aprendemos de los errores y de los éxitos y, aunque las lecciones del fracaso son duras, suelen ser las más importantes en el camino al progreso. Es estos últimos meses aprendimos que tenemos el coraje para enfrentar los defectos y la fuerza para corregir los errores”.
Hoy, con casi 100 mil muertos a cuestas, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador , debe pedir perdón y rectificar la estrategia para contener el contagio del coronavirus en el país. Llevamos más de la mitad del año enfrentando la pandemia.
La comunidad científica prevé que en marzo de 2021 podría estar lista la vacuna tan ansiada. Es posible que, para entonces, el luto haya alcanzado a 150 mil familias. Quizás 300 mil, si consideramos el exceso de mortalidad esperada, que en las últimas fechas las autoridades empiezan a reconocer.
Desde marzo pasado, el gobierno de López Obrador presenta información contradictoria respecto a las medidas de prevención de contagio, datos estadísticos incompletos sobre la mortalidad y reglas confusas para determinar el confinamiento de la población.
Además, las pruebas de detección han sido insuficientes, el seguimiento de los casos de contagio es inexistente, se eliminaron los fideicomisos del sector salud, hay desabasto de medicinas para los enfermos, falta de equipos de protección para el personal médico y, para colmo, rechazo a la admisión de enfermos en hospitales obligándolos a regresar a sus casas.
Si el presidente Andrés Manuel López Obrador no quiere caminar sobre cadáveres, deberá pedir perdón y corregir el rumbo. Todavía no es demasiado tarde. Aunque le aplaudan, las cosas no andan bien.
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