Si el presidente Andrés Manuel López Obrador no desiste de su ruta de confrontación con quien no le da su apoyo incondicional, el programa más exitoso que podrá presumir al final de su gobierno no será el de Sembrando Vida, sino el de Sembrando Odios.
Algo viene sucediendo en el interior del inquilino de Palacio Nacional, que el choque frontal y el encono están secuestrando el mantra de sus mensajes.
Sean en La Mañanera o en los videos que difunde los fines de semana.
Y eso ya no era así. Ni antes del 2012 y mucho menos tras su victoria del 2018.
Para muestra un botón. Hace 10 años, el 6 de agosto del 2010, entrevistamos a López Obrador en un momento que no era electoral, a dos años de la elección del 2012.
Y en la edición –entonces solo electrónica de Reporte Indigo- titulamos aquella entrevista El Otro Rostro de López Obrador.
El ahora presidente decía hace 10 años que hacía falta recuperar la espiritualidad.
La nueva actitud amorosa de quien cuatro años antes había bloqueado por dos meses Paseo de la Reforma tras el robo de la elección del 2006 se manifestaba.
De ahí emergió el mote de Amlove.
Al escuchar al político reconciliado consigo mismo, escribíamos entonces:
“El que habla no es un psicólogo, o gurú espiritual, un clérigo o un hippie de los 60. Las palabras salen de la boca de Andrés Manuel López Obrador, el más célebre político de la izquierda mexicana, quien tiene fama de fajador, de confrontador, de buscapleitos…”
En la entrevista, que hicimos con motivo del lanzamiento de su libro “La Mafia que se Adueñó de México y el 2012”, advertíamos que su actitud distaba mucho de ser ese político amargo, tortuoso y resentido que algunos decían.
Y cuando lo cuestioné sobre su cambio de actitud sobre ese nuevo rostro de su discurso pacificador y espiritual, advirtió:
Y recalcaba que el crecimiento de uno a 22 mexicanos multimillonarios en las listas de Forbes entre 1988 y 1994 obedecía a un reparto desigual de la riqueza que permeó al control de la política y de los medios de comunicación. Sobre todo en el sexenio de Carlos Salinas.
Bajo esa bandera de desterrar los odios y los resentimientos, de darle la vuelta a la página, López Obrador fue conquistando -en los ocho años posteriores a aquella entrevista- a millones de mexicanos.
Lo vieron mas afable, menos duro.
Significaba una posibilidad real de concretar un cambio pacífico, desterrando al PRIAN y su herencia de corrupción e impunidad. De crear un nuevo e incluyente modelo de país.
Y con ese nuevo rostro y el lema de “Juntos Haremos Historia”, convenció a 33 millones de mexicanos de votar por el cambio que prometía. Ese espíritu conciliador se impuso.
Han pasado apenas dos años de aquella victoria, pero tras 25 meses sentado en la Silla del Águila, el presidente colecciona adversarios, alienta la confrontación, revive odios, recicla resentimientos y se aleja del discurso espiritual y amoroso, con el que vendió su llegada al poder.
Descalifica a pecadores, pero también golpea a justos.
Lo mismo con ex presidentes de gobiernos cuestionados y al borde de la judicialización –como los de Fox, Calderón, Peña Nieto y Salinas- que con periodistas a los que solo reconoce que existen cinco nombres libres o con intelectuales, a los que califica en su mayoría como orgánicos, es decir, al servicio del poder en turno.
Actúa con desdén hacia los gobernadores, que le reclaman mas cercanía, mejor trato fiscal.
Pero lo mismo sucede con los dirigentes de los partidos políticos, todos, a quienes sienta por igual en el banquillo de los corruptos.
Su confrontación se extiende también hacia los empresarios, con quienes prometió gobernar de la mano.
Descalifica a las cámaras industriales y comerciales –no se diga al CCE- lo mismo que a la industrias energética, farmacéutica, alimenticia y a las constructoras.
Curiosamente algunos de los nombres de aquella que él mismo calificó como Mafia del Poder -a los que tantas páginas le dedicó en su libro del 2010 y tanto deplore en aquella entrevista- despachan hoy como sus aliados en las obras insignia de su sexenio.
Desde el Tren Maya, pasando por Dos Bocas, el Banco del Bienestar o por el aeropuerto Santa Lucía.
El discurso de “Juntos Haremos Historia” está quedando atrás.
Y la espiritualidad y el amor parecen sepultados por un renovado discurso que siembra no vida, sino confrontación y odio.
Juntos, hoy Hacemos Histeria.
¿No podríamos acaso recuperar aquel espíritu amoroso que se respiró en la entrevista de agosto del 2010?.
fuente.-
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