Otra historia del capital que México puede estar (o está) perdiendo por las adicciones. Luis es un ejemplo claro de lo que muchos jóvenes están pensando hoy, lo que ha motivado una gran campaña oficial contra las adicciones, próxima a ser lanzada.
El gobierno amlista está próximo a lanzar una gran campaña contra las adicciones. Esa campaña es el acompañamiento a las acciones de seguridad pública. Crónica presenta historias ilustrativas del tema.
Luis, a los 15 años, era un claro ejemplo de los casos que el gobierno amlista quiere afrontar con la gran campaña antiadicciones que prepara. No sólo se trataba de una historia de drogas, Luis quería ser narco, sentir el poder, la adrenalina y la emoción, “llegar a un lugar y saber que la gente me tenía miedo, saber que me respetaban”.
Sus primos, que son del barrio bravo de Tepito, con quienes comenzó a emborracharse, lo cuidaban y aunque le decían que no estaba bien lo que hacía, ellos mismos bebían frente al joven principiante. Él les decía: “mejor que hacerlo con otros, prefiero hacerlo con mi familia”.
Acepta que la peor influencia para caer en el consumo del alcohol fue tratar de llamar la atención, pensaba en drogarse en la escuela, le gustaba emborracharse en las fiestas, las ansias por ser grande y ser como sus primos lo estaban consumiendo… “yo los veía y sólo quería ser como ellos”.
Sus primos eran sus ídolos: quería ser narcotraficante, quería vivir lo que ellos ya experimentaban: cuando llegábamos cada ocho días a las fiestas, salían con la noticia de que habían encarcelado a uno o que otro ya se había muerto, con el que habíamos estado una semana antes; otro acababa de salir de la cárcel… “todo eso eran cosas que me hicieron clavarme mucho en ese rollo y más me clavé en las sustancias, la fiesta…”.
Él es Luis Ramírez, quien comparte su testimonio de vida a Crónica. Todo aquello ya quedó atrás, han pasado poco más de 10 años desde entonces (al arranque de la llamada guerra contra el narco), ahora es un joven próximo a concluir la licenciatura en Derecho, ya tiene 26 años y trabaja muy duro en tres objetivos fundamentales en el corto plazo:
El primero es preparar su tesis de titulación; el segundo, continuar con las clases de tai chi y kung fu que imparten en el Centro de Integración Juvenil (CIJ) –que tanto lo ayudó a dar fin a lo que parecía convertirse en una tormentosa e interminable larga noche— y el su tercero, que ya está en marcha, formar una asociación de servicio que brinde terapia psicológica, terapia alternativa y deportes a jóvenes con problemas de alcohol y drogas; los casos que requieran atención especializada los canaliza al CIJ, que en todo momento lo sigue apoyando.
LA LOCURA DE LOS 15. A la vuelta de los años, Luis reconoce que cometió muchas locuras a los 15 años, cuando por primera vez probó la mariguana en la calle y fue a dar al Ministerio Público, de donde lo sacaron sus papás. Ya había comenzado a beber alcohol en exceso en busca de llamar la atención; su familia no era disfuncional ni tenía ningún problema que lo hubiera orillado a ese extremo. Fue pura rebeldía, sostiene, “mis papás me preguntaban en qué habían fallado. Yo les respondía, que no era su responsabilidad, que ese era rollo mío”.
Su papá nunca le dio el mal ejemplo de drogas o alcoholismo, pero en su familia sí hay muchos casos.
El alcohol, la mariguana, los inhalables comenzaron a hacer estragos en el joven cuerpo de aquel adolescente y comenzó a resentir los excesos: se trababa al hablar, olvidaba cosas, “un día me ganó del baño y esas cosas comenzaban a sacarme de onda y me di cuenta que necesitaba ayuda”.
A los 16 años, y ante la amenaza de su papá de sacarlo de la escuela y encerrarlo en un anexo (centro de recuperación), Luis llega al Centro de Integración Juvenil. Al ingresar lo atrapó la atención que le brindó el personal del CIJ: todos muy amables, muy cálidos, muy atentos, muy pendientes de él.
“La trabajadora social muy interesada en mí, en lo que me pasaba, lo que tenía que decir, comenzó a hablarme de los daños y consecuencias de los inhalables, y muchas otras cosas que yo ya había comenzado a tener”.
Sin embargo, la buena intención sólo le duró alrededor de cuatro meses. “La verdad, me ganó el relajo, el cotorreo… pero a los pocos días fui a dar a un grupo de cuarto y quinto pasos (de Alcohólicos Anónimos), ahí fue donde en definitiva dejé el consumo, reforzando lo que había aprendido en el CIJ”.
Con cierto rubor en el rostro, reconoce que hace 10 años no bebe ni se droga y hace dos años que es voluntario en el Centro de Integración, donde da clases de artes marciales “y la enorme oportunidad es que puedo ayudar a los jóvenes, los escucho, los apoyo, pero lo más importante, es que ellos también me siguen ayudando a mí, es como un aprender-aprender y ganar-ganar, porque de esto nunca te curas”.
Ha tenido la oportunidad de poder especializarse en el CIJ y ha obtenido certificaciones por su apoyo en cursos, pláticas, conferencias, como parte del equipo técnico; como abogado se ha especializado en las áreas de prevención del delito y prevención de las adicciones que aprovecha para ligarlo con el deporte e insertar sus clases de artes marciales.
SERVIR, SIRVIENDO. Luis reconoce con dificultad ser el orgullo de su familia. Relata que su mamá, la persona que más lo ha apoyado en la vida, le dice que ahora está tranquila, que él ya no es motivo de preocupación, que sabe que cuando ella ya no esté, él seguirá siendo un hombre de bien, buen hijo y buen hermano y un buen ciudadano que se preocupa por ayudar a los demás.
Es el abogado de la familia, aunque al principio no era lo que él quería.
Su principal objetivo es seguir sirviendo a todos aquellos jóvenes quienes necesitan una mano que los ayude a salir de donde están a través de sus clases en los Centros de Integración Juvenil, o de su asociación que ya opera. “Darle clases a los niños, trabajar en la prevención de las adicciones y el delito y hacerles ver que hay mejores alternativas de vida”.
Luis les habla con el corazón en la mano, con la voz de la experiencia, y estimula a todos esos jóvenes a que descubran su potencial, si se puede que terminen una carrera profesional y que sepan descubrir en qué son buenos para encontrar un oficio y una manera de vida, y si es posible, que puedan ayudar a la gente.
Satisfecho del giro que le dio a su vida, y agradecido con toda la gente que lo ayudó a salir adelante, ahora Luis llega a sus clases, sus alumnos le tienen respeto, sí, pero no miedo, hay confianza, hay mucha paciencia, hay amor, hay empatía.
Luis logró darse cuenta que es más importante inspirar amor en la gente, y no miedo. Lejos quedó aquello de querer ser narco y de querer ser Jefe.
Fuente.-
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