En ningún país del mundo con un autentico estado de derech, los paramédicos salvan vidas con chalecos antibalas, pero en Sinaloa, 2025, la realidad ha superado el más burdo de los sketches: los socorristas han tenido que disfrazarse de policía, comando y blanco móvil a la vez, todo porque el Estado apenas y puede garantizar que la ambulancia llegue entera—cuando llega—al sitio de una emergencia.
¿Quién debería usar chaleco antibalas?
El chaleco antibalas es símbolo inequívoco de profesiones donde el plomo, no los recortes presupuestarios, amenaza cada jornada: policías, soldados, escoltas de políticos y multimillonarios que, por cierto, suelen ir muy lejos de la línea de fuego. Los banqueros los usan para evitar que los asalten —aunque el robo más grande generalmente viene en forma de tasas de interés—. Y, por supuesto, los periodistas en zonas de guerra, esos sí, porque cruzan trincheras de verdad.
¿Pero paramédicos? Es como si un payaso llevara paracaídas por si acaso el público lanza sillas, o si el cartero saliera de casa con casco y escudo antivandálico sólo para repartir el recibo de la luz.
Estado fallido, responsabilidad ausente
Lo verdaderamente grotesco es que mientras los rescatistas luchan entre la vida y la muerte, cubriéndose de balazos cuando deberían cubrirse de sudor, la autoridad piensa que pintando el chaleco de rojo y poniéndole “Paramédico” basta para distinguir el auxilio del crimen. Es el colmo: el Estado dice “crucen el campo minado, pero con uniforme nuevo”.
En vez de acabar con los tiroteos, se normaliza que el botiquín pese 21 kilos extra y que salvar vidas sea más arriesgado que quitarlas. ¡Qué cómodo es para el gobernador mandar un comunicado y aplaudir la valentía ajena mientras firma contratos de protección privada y duerme rodeado de guardias bien armados!.
Solo en territorios sin ley
Para dimensionar el absurdo: ni en Siria ni en Ucrania el uso de chalecos antibalas por personal sanitario es cotidiano, y si ocurre es por situaciones de guerra declarada. En países con cierto respeto por la vida civil, la ambulancia representa salvación, no objetivo militar.
Los paramédicos no son fuerzas del orden, ni carne de cañón; son lo poco que queda entre la muerte y la esperanza. Que tengan que vestirse para la guerra es muestra de que el verdadero criminal —el que se lava las manos y recita discursos— ocupa una oficina blindada y decide desde la comodidad de su escritorio tirando rollo en cualquier mañanera del pueblo, mientras el crimen echa balas.
Analogías incómodas
- Una enfermera con chaleco antibalas suena tan lógico como un maestro con detector de mentiras para calificar exámenes.
- Que un paramédico salga a la calle protegido como policía o soldados,es la confesión pública de un Estado que abandonó toda pretensión de controlar su territorio, pero manda a rescatar ciudadanos “con toda la seguridad posible”.
- No se sabe si da más risa, miedo o pena ajena la escena de camillas, bolsas de suero, y fornitura Kevlar en el mismo cuadro.
¿Quién es responsable? No los muchachos de GERUM, ni los bomberos. El único que debe ser fustigado es el Estado. Porque transformar la vocación de ayuda en una ruleta rusa con protocolos de guerra, solo pasa donde el poder sirve praa protegerse a sí mismo y no a los que lo sostienen.
Con informacion: LA OPINION/

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