A partir de reconocer que los triunfos de Morena en las elecciones, tanto estatales como federales, siguen siendo resultado más de la imagen y la aprobación de López Obrador, que de una estructura partidista sólida o eficiente, los resultados del pasado domingo en los seis estados que renovaron gubernaturas y otros poderes locales, confirma la tendencia creciente de un regreso al centralismo en la vida política del país, en donde los comicios locales se definen ya no por las dinámicas estatales o regionales, sino por una lógica totalmente central.
Porque en estas elecciones, igual que sucedió en las de 2021 en 15 estados del país, la figura del presidente aparece jugando un papel fundamental en la competencia estatal y, sin estar en la boleta, las votaciones en los estados se convierten en una especie de plebiscito en el que los electores contrastan la imagen presidencial contra la del gobernador saliente y su candidato.
Por ejemplo, en Tamaulipas, la contienda se resolvió, más que en términos de los candidatos de Morena o de la Alianza Opositora, en términos del presidente López Obrador contra el gobernador panista Francisco García Cabeza de Vaca; algo parecido ocurría en Oaxaca, Hidalgo y Quintana Roo.
En ese sentido el presidente vuelve a ser el eje y factor en la vida política del país, por encima de intereses, problemas y dinámicas locales y regionales. Ese fenómeno de un centralismo político que va arrasando el poder en los estados, al pasar Morena de 0 a 22 gubernaturas de 2018 a la fecha, va configurando no sólo la presencia de una nueva fuerza política dominante a nivel nacional, sino también una versión actualizada del Partido de Estado que antes fue el PRI y ahora es Morena.
Porque Morena está avanzando a costas del PRI y sobre los restos del viejo partido. No es casualidad que las diferencias más amplias y contundentes con las que ganó el partido gobernante ayer domingo, las haya obtenido en los dos estados gobernados por priistas, Oaxaca e Hidalgo, donde los candidatos morenistas Salomón Jara y Julio Menchaca sacaron 40 y 30 puntos de ventaja, y en Quintana Roo, donde también gobierna un priista de formación como Carlos Joaquín González, donde la candidata del Verde y Morena, Mara Lezama, sacó 41 puntos de ventaja al segundo lugar.
En esa lógica centralista en la que se dirimieron estos comicios, a los gobernadores priistas les gana su cultura institucional y presidencialista y se rinden ante el poder del presidente, mientras negocian políticamente ya sea por posiciones (embajadas, consulados o cargos) o por protección para su séptimo año. Al final, lo que están haciendo la mayoría de los gobernadores priistas, al no enfrentarse a López Obrador y entregar sus estados sin siquiera pelarlos, no es sino aplicar la misma estrategia y la lógica que siguió el último presidente surgido del PRI: Enrique Peña Nieto, que prefirió pactar y entregar el poder para negociar su tranquilidad e impunidad.
Muy distinto ocurre con los estados que gobierna el PAN, donde los gobernadores panistas resistieron más el embate del poder central en estos comicios. Aguascalientes y Durango, y aun Tamaulipas, donde la diferencia con la que ganó Morena es de menos de 7 puntos, la menor de las 6 elecciones del domingo, son el mejor ejemplo de cómo si se puede enfrentar al centralismo de López Obrador y la 4T. Parece que a los gobiernos panistas les resulta bien hacer su propia retórica local, imponer su discurso y su narrativa en sus estados, frente al discurso de la 4T y del presidente, que no logra permear igual en las entidades blanquiazules.
Al final, diría el clásico, “haiga sido como haiga sido”, lo que es un hecho es que en el nuevo mapa político que se puede ver después de las votaciones del pasado domingo, el dominio político del lopezobradorismo y de Morena, que ya gobierna a 22 estados en apenas 4 años, se va afianzando cada vez más impulsado por la imagen y popularidad del presidente, consolidado por la maquinaria electoral en que se están convirtiendo los programas sociales clientelares, maximizado por la incapacidad de la oposición de articular un discurso sólido y convincente para el electorado, y empujado también en amplias regiones de la República, por el brazo armado del crimen organizado que también vota y veta en las elecciones mexicanas.
Vienen el próximo año los comicios en el Estado de México y Coahuila, dos estados más que apetecibles para el presidente y su partido, el primero por ser el mayor padrón electoral del país y el segundo, por puro orgullo y porque se la ha resistido a la 4T. Si el PRI y su alianza con el PAN no pueden retener esos dos últimos bastiones que le quedan al priismo, estaríamos enfilándonos hacia la reedición del gobierno de un solo partido y del partido de Estado, y hacia la continuidad de la 4T en el 2024.
Para documentar el optimismo, sobre como el poder centralista y centralizado del presidente va desdibujando a los liderazgos y fuerzas estatales, habría que revisar cuántos gobernadores de los que crearon la ya extinta Alianza Federalista, que desafiaba a López Obrador, aún sobreviven y en qué condiciones.
Al más aguerrido de los 10 u 11 mandatarios estatales que impulsaban la Alianza, Francisco García Cabeza de Vaca, lo derrotaron ayer, a pesar de que operó con todo y logró cerrar la diferencia en el triunfo de Morena; a Jaime Rodríguez “El Bronco”, hoy lo tienen en la cárcel y sujeto a proceso judicial; a Enrique Alfaro, de MC, lo compró y lo calló el presidente con promesas de obras de agua potable, tren ligero y otras; los de Colima y Michoacán, Ignacio Peralta y Silvano Aureoles, se desaparecieron tras sus estrepitosas derrotas y el último salió por piernas ante las amenazas de acusarlo y procesarlo por malversación de fondos en su estado.
Los únicos dos que saldrán más dignamente son Martín Orozco, de Aguascalientes, y José Rosas Aispuro, de Durango, que al final no entregaron la plaza y la mantuvieron para la alianza opositora. Y el único que sobrevive es el coahuilense Miguel Riquelme, que el próximo año tendrá su prueba de fuego, aunque ya le comenzaron a tratar de prender la pradera con el envío, durante la revocación de mandato, del subsecretario Ricardo Berdeja.
En fin, que la Alianza Federalista ya es historia, sus aguerridos gobernadores hoy están o derrotados, o sometidos o dispersos, mientras regresa la anodina Conago…
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