Carlos Manzo, Presidente Municipal de Uruapan, Michoacán, murió tras ser atacado a balazos en pleno centro de la ciudad durante el evento de encendido de velas.
«Derivado de una agresión ocurrida esta tarde en el centro de Uruapan, Michoacán, donde lamentablemente perdió la vida el presidente municipal Carlos Manzo, fueron detenidas dos personas involucradas en los hechos y uno de los agresores perdió la vida.
En mayo, Manzo retó a la Presidenta a pacificar la región sin un disparo y prometió que si lo logra, presentaría su renuncia.
Quien era Carlos Manzo
Carlos Manzo no fue un alcalde: fue un síntoma. En Uruapan, donde la ley depende de quién trae más cuernos —de chivo o de poder— el presidente municipal se atrevió a ser enemigo de todos. Al narco lo encaró, al gobierno lo retó y a la moral presidencial le dio un portazo. Por eso hoy su nombre no se menciona con respeto burocrático, sino con el silencio incómodo de quien sabe que la violencia no mata solo cuerpos, mata los discursos.
Murió a balazos frente a la multitud, en pleno centro, durante un encendido de velas que terminó apagando al más incómodo de los encendedores políticos. El agresor fue abatido, dos más cayeron detenidos, y las autoridades repitieron el guion: condena enérgica, operativo de seguridad, promesa de justicia. Palabras que en Michoacán se oxidan más rápido que una patrulla municipal.
Manzo había hecho lo impensable: desafiar a los dos ejércitos que gobiernan México, el del crimen y el de la política. Patrulló con chaleco antibalas, ordenó disparar desde un helicóptero, y hasta le dijo a Sheinbaum que si ella podía pacificar la región sin un tiro, él entregaba el cargo. Nadie recogió el guante. El único que disparó fue él, hasta que le respondieron con la misma moneda.
Hoy el gobernador lamenta, la Secretaría de Seguridad promete, y el país bosteza. Pero entre los bloques quemados y los convoyes blindados, queda la ironía: en Michoacán no mueren los cobardes. Mueren los que estorban.
Con informacion: ELNORTE/
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