El acuerdo original que Roberta Jacobson tenía con Joe Biden era monitorear la frontera con México durante 100 días y luego ser designada embajadora nuevamente, como lo fue durante el gobierno de Barack Obama y parte del de Donald Trump.
Ese pacto se evaporó luego de una gestión de Palacio Nacional ante Anthony Blinken. Durante sus años en México, la embajadora trabó relaciones de confianza con empresarios, políticos e intelectuales que no están en la sintonía de la administración de Andrés Manuel López Obrador.
A esto se agrega el detalle no menor de que la cúpula militar, de altísima injerencia en la relación bilateral, cree que la diplomática de carrera no comparte su estrategia para la frontera. Los militares prefieren, tal como circuló esta semana, a los asesores de Kamala Harris, quien tuvo una llamada con AMLO y el canciller Marcelo Ebrard.
La vicepresidente de EU tiene una actitud más tolerante para con la responsabilidad de México en el drama migratorio. También ideas diferentes a Jacobson sobre el apoyo en el norte de Centroamérica.
En sus años en México, Jacobson se llevó muy bien con los principales industriales de Monterrey, que es donde anida el principal rechazo a la gestión de la 4T. Eran frecuentes las incursiones de la embajadora a cenas reservadas con ese poder fáctico.
Los tratos con figuras como Juan Ignacio Garza Herrera, Adrián Sada o el titular de Grupo Reforma, Alejandro Junco de la Vega, alimentan esa tesis.
En el plano capitalino, Jacobson tenía trato frecuente con Claudio X. González y Eduardo Tricio, almas mater de lo que el presidente denomina "la mafia del poder". En el ámbito intelectual, eran habituales las pláticas de Jacobson con el escritor Enrique Krauze, probablemente el escritor de mayor perfil opositor.
También, debe decirse, la oportunidad estuvo sobre la mesa. Blinken, antes de enviar embajadores, los consulta con los cancilleres de los países que le importan para su estrategia del Departamento de Estado.
Es casi un hecho que el próximo embajador llegará con el aval de Harris. La vicepresidente tiene una relación estrecha con Ebrard, un nexo con alta carga de pasado (por las incursiones del canciller a California cuando le tocó estar en la clandestinidad), presente y, sobre todo, futuro, si se consideran las aspiraciones de ambos en sus países.
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