Mi fantasma es una madre. Estoy convencida de ello tanto por el comportamiento del fantasma como por la historia de nuestra casa. Verán, aquí, en esta propiedad, murió una madre. Nos dijeron que la casa victoriana de tres pisos se vendía “tal como estaba” después de que los antiguos dueños, una pareja que vivió aquí toda la vida, murió trágicamente.
“No murieron dentro de la casa”, dijo el agente, sin dar detalles.
No indagamos más. Somos canadienses.
Mi esposa estaba fascinada con el desafío de renovación que presentaba la casa. A mí me encantaba la ubicación, cerca de amigos queridos. Como ya habíamos perdido varias guerras de ofertas, estábamos emocionadas de saber que nuestra oferta había sido aceptada. Acababa de embarazarme y la casa tenía un muy buen precio.
Todos los electrodomésticos venían con la casa, así como las lámparas eléctricas y una fantasma prejuiciosa… que no se hizo presente sino hasta unos meses después.
Nos olvidamos de nuestras preocupaciones y nos concentramos en construir nuestra nueva vida. Mi esposa comenzó a renovar la casa mientras yo me concentraba en mi barriga en constante expansión. Pero bien pensado, la mala suerte nos había encontrado en la puerta principal. Me pusieron en reposo en cama debido a la aparente “incompetencia” de mi cuello uterino y pasé ahí la mayor parte de los siete meses.
Había que cambiar casi todo en la casa. Los tubos de la plomería estaban en la calle y las venas de los cables eléctricos atravesaban las estructuras de madera de las paredes. El piso fue demolido y el orden restaurado con las capaces manos de mi intrépida esposa. No necesitaba mi ayuda, excepto para responder de cuando en cuando a las preguntas que me hacía a gritos: “¿Qué hago con todos estos crucifijos que dejaron clavados en las paredes? ¿Los tiro?”.
El tiempo de reposo no era tan malo. La casa estaba llena de amigos y familiares que ayudaban en las renovaciones. Añadimos una más a la fiesta cuando di a luz a una niña perfecta.
La maternidad me intoxicó. Me sentí como una superheroína. Había creado vida con mi útero (que es por mucho la cosa más genial que cualquiera de mis órganos había logrado). A veces, mi sola presencia la calmaba. Pero no éramos las únicas madres en la casa.
Los fantasmas son expertos en hacerte dudar de ti misma. De inmediato empiezas a cuestionar lo que ves y oyes.
Cuando la puerta de nuestro dormitorio se abrió de par en par mientras alimentaba a mi hija a las tres de la madrugada, pensé que la puerta, al igual que la bebé, tenía problemas de acoplamiento. Sin embargo, sentí que alguien había entrado en la habitación y movía el dedo mientras le daba el biberón a la bebé. Entonces, de repente, la televisión se apagó, como para decir: “Si no vas a amamantarla, ¿podrías al menos prestarle atención?”.
Me dije que todo se debía a un mal cableado combinado con privación del sueño. Sin embargo, unos meses después el “mal cableado” se hizo más audaz. Había decidido acostar a la nena un poco más temprano esa noche y apagué la luz al entrar en la habitación. Pero cuando la acosté, la luz se volvió a encender. Desconcertada, me acerqué al interruptor del regulador de intensidad y encontré la perilla en la posición de “encendido”. Eso fue extraño. La apagué, pero en cuanto su espalda tocó el colchón, la luz se encendió de nuevo.
En lugar de asustarme, me enojé. El juicio maternal de esta fantasma se había pasado de la raya. Estaba discutiendo conmigo, diciendo que era demasiado temprano para ir a la cama. ¿Acaso no lo sabía? Bueno, llevaba seis meses de madre. Lo sabía. Me armé de valor y anuncié en la habitación: “Esta bebé se va a la cama en este instante”.
En cuanto las palabras salieron de mi boca, nos quedamos a oscuras.
Grité y bajé corriendo las escaleras con la bebé, directo a los brazos de mi pareja, que había oído la conmoción. Ella calmó mis frágiles nervios, revisó la habitación y volvió a bajar para explicarme, con toda calma, que había perdido la razón. Los fantasmas no existen.
Ella tenía razón. Tal vez la perilla estaba suelta y se giraba sola. Un fusible fundido. Una coincidencia. Fui una tonta al dudar de ella.
Al día siguiente, mi esposa hizo algunas averiguaciones. Llegué a casa con un ramo de salvia ardiente y sahumé la casa para ahuyentar a los espíritus malignos.
Nuestra segunda hija nació tres años y medio después. Más briosa que nuestra primogénita, prefería la noche al día, pero era divertida, encantadora y sus sonrientes y brillantes ojos azules te hacían perdonar cualquier pecado. De todos modos, en esta casa nos estábamos acostumbrando a las noches sin dormir.
Una vez, una pesadilla me despertó. Mientras mis ojos se ajustaban a la oscuridad, vi una forma negra flotando sobre mí, del tamaño exacto de una cabeza humana.
Moví la mano bajo las sábanas para tocar el brazo de mi esposa dormida y susurré: “¿Sigo soñando?”.
Abrió un poco los ojos. Luego mucho. “¡Santo Dios!”, dijo saltando de la cama y encendió la luz.
Por supuesto que no era una cabeza, sino un globo de helio parcialmente desinflado de la fiesta de cumpleaños de nuestra hija en la casa que aún no terminaba de limpiar. El globo había subido desde la planta baja, para recorrer el pasillo, atravesar la puerta de nuestro dormitorio y la habitación para instalarse sobre mi cara dormida. Como hacen los globos. Todo el tiempo.
El ramo de salvia ardiente regresó.
Con el paso de los años, las cosas se pusieron más difíciles para nosotros. El dinero escaseaba. El mismo estrés que sobrevivimos antes ahora tenía mucho más peso con dos hijos que mantener. El tiempo que pasábamos juntas se lo había tragado por completo el trabajo interminable y las reparaciones que la casa exigía.
Apenas reparamos en los sucesos extraños… ¿Un vaso deslizándose a lo largo de la mesa del comedor? Condensación. ¿Una mecedora que se mece sola? Suelos irregulares. Ignoré muchas de las amenazas invisibles a nuestro alrededor por pensar que no se trataba de nada malo.
Teníamos todo lo que siempre quisimos, nos lo decíamos a diario. Éramos felices, ¿verdad? Pero no podía quitarme la sensación de que algo había muerto. ¿Nuestro amor, alguna vez celebrado, no era más que un globo medio desinflado? ¡No! Nuestra historia de amor era sólida y verdadera. Confiaba en que nos encontraríamos de nuevo una vez que nuestros hijos dejaran de gatear.
En cambio, mi esposa desapareció.
Bueno, en realidad, no desapareció. Solo se fue. Se conoce como “divorcio tsunami”. Puedes ver una pequeña ola de problemas en la distancia, pero no crees en la magnitud hasta que es demasiado tarde.
En este nuevo mundo, la vida siguió adelante entre una nube de dolor. Los niños crecieron. La custodia compartida comenzó. A veces juraba que podía oír las botas de mi exesposa en el pasillo. Con frecuencia, me encontraba sola en una casa vacía y embrujada llena de recuerdos y preguntas. ¿Qué hice mal? ¿Alguien más lo vio venir? ¿Adónde se fue todo el mundo?
La casa misma parecía muerta. Como si toda la vida se hubiera mudado en lugar de una sola persona. La llené con nuevos amigos, amantes, mascotas y cenas, pero se sentía como un capítulo de Este muerto está muy vivo, con todo falsamente animado.
Hasta la fantasma se había dado por vencida conmigo. Los cuadros ya no se caían de las paredes. Las puertas no se azotaban. Solo silencio. Hasta que una noche mientras veía la televisión nocturna y la silla giratoria de los años cincuenta que estaba a mi lado, cargada con ropa sin doblar, empezó a girar sola.
Ella había regresado… ¡y me exhortó a ordenarla!
Nunca sabré si ella era real, o si solo necesitaba que fuera real, o quizás si hablar de si los fantasmas son reales o no, no tiene sentido. La cosa es que: sentí una alianza con mi fantasma. Éramos una pareja extraña de otro mundo, dos madres cuyos planes para nuestras vidas habían cambiado de manera drástica sin haberlo provocado. Tal vez nos habíamos dejado llevar por nuestras circunstancias, pero no estábamos preparadas para dejar nuestro hogar.
Hace poco, después de enfrentar a la más aterradora de todas las fuerzas oscuras (el abogado de divorcios), apareció un cartel de “se vende” en la entrada, y de dentro de la casa desaparecieron las pinturas con dedos y por fin me despedí de mi fantasma. Le agradecí por creer en mí. Seguí adelante.
Ahora me encanta sentarme en mi nuevo porche delantero alumbrada por las lucecillas en forma de estrella para ver pasar la vida. A veces mi exesposa aparece con el rugido de su Jeep, la música a todo volumen, los niños en la parte de atrás y su prometida a su lado. Y yo sonrío, al recordar lo emocionante que fue haber sido la pasajera en su vida.
Al final, todo lo que siempre quise fue que nuestra pequeña familia fuera feliz, sin importar el cómo. Si esto no es exactamente lo que imaginé, al menos podemos acostarnos en nuestros hogares separados y descansar en paz.
***Allyson McOuat es una escritora que reside en Toronto.
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