1er. TIEMPO: La pelea entre los abogados. La persona más importante en la lucha contra la corrupción, después del presidente Andrés Manuel López Obrador, es el jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda, Santiago Nieto, a quien colocan en el centro del escenario del Salón de la Tesorería del Palacio Nacional para que fustigue a todos aquellos a quien su jefe superior tiene en la mira.
Nieto despliega sus redes de vínculos, machaca el debido proceso, violenta convenios internacionales de secreto bancario y comete otro tipo de atropellos el entrometerse en la vida personal de sus objetivos, a los que nadie, en el patíbulo de la Cuarta Transformación le importa. Bueno, a casi nadie. En realidad, Nieto ha construido un enemigo peligroso, el fiscal general Alejandro Gertz Manero, con quien enfrenta un choque creciente. El fiscal se queja de Nieto con los colaboradores cercanos de López Obrador, y lo señala casi como un aventurero, al tocar la música que le gusta escuchar al Presidente y trasladar toda la carga de prueba a Gertz Manero.
La molestia del fiscal contra Nieto es que sus presentaciones contra la corrupción pueden ser muy vistosas, espectaculares y aparentemente sólidas, aunque en realidad están lejos de aportar elementos certeros para que Gertz Manero pueda actuar con prontitud.
Lo que entrega a la Fiscalía General, hasta este momento, son conjeturas y presunciones sin sustento, lo que ha indignado a Gertz Manero porque Nieto queda como el bueno de la cruzada contra la corrupción y él, al no poder dar resultados con celeridad o, eventualmente, al no encontrar las pruebas que el jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera aparentemente había aportado, queda como el funcionario que no está cumpliendo con su trabajo, o que está siendo laxo en los casos de corrupción.
A Gertz Manero le disgusta la forma protagonista de Nieto, y empieza a tener adeptos en Palacio Nacional, que han encontrado debilidades en el policía hacendario, incluida la vanidad que, sugieren, es lo que verdaderamente tiene bien arraigada en su personalidad y comportamiento público.
2o. TIEMPO: La pelea de los moderados. Las luchas palaciegas están floreciendo. Por un lado, en la esquina nororiente de Palacio Nacional, se encuentra el secretario de Hacienda, Carlos Urzúa. En la otra, aunque físicamente ubicada en el poniente de la ciudad, junto al viejo despacho presidencial de Los Pinos, se encuentra el jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo. Los dos son los brazos del presidente Andrés Manuel López Obrador en materia de finanzas, negocios y relaciones con empresarios y los mercados, pero en la práctica cotidiana, a veces se empalman, por el propio diseño de conflicto en el que los ha metido su jefe. Por ejemplo, los dos hablan con los mercados y con los inversionistas, pero tienen discursos con matices que los diferencian: Urzúa explicando que todo cabe en el jarrito del presupuesto, y Romo subrayando que todo lo que quiere hacer el Presidente en el primer año está limitado porque no alcanzan los recursos. Otro ejemplo se da en algunos órganos financieros donde el secretario de Hacienda es, orgánicamente, el que manda. El caso de mayor conflicto es en la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, que preside Adalberto Palma, un viejo colaborador de Romo, y a quien Urzúa considera una imposición, como también piensa de Eugenio Nájera, quien fue nombrado director de Nacional Financiera, que se fusionará con el Banco Mexicano de Comercio Exterior. Urzúa ya mostró su molestia con Nájera, en el primer Consejo de Administración de Nafin —donde tiene una oficina alterna el titular de Hacienda—, el llegar y cambiar en la misma mesa, el orden del día y modificar lo que había preparado el director. Un ejemplo más es en la relación con los empresarios, donde quienes conocen de este pleito palaciego recuerdan que la relación de Romo con Carlos Slim, el empresario más poderoso de México, es entre pares —aunque la escala de sus carteras sea muy diferente—, mientras que en el primer encuentro formal de Urzúa con el magnate de las telecomunicaciones, su arranque fue de respeto del secretario a Slim —“usted no me conoce, pero yo a usted sí”, aseguran personas que así comenzó su conversación—, y con ciertos aires de complejo. Este pleito de poder no es bueno para el propio equilibrio en el gobierno de López Obrador, donde los radicales parecen ganar más veces que menos a los moderados. Y cuando éstos están peleando entre sí, la debilidad del ala reformista amenaza a su propia destrucción.
3er. TIEMPO: La pelea contra el radical. Hace ya unos 15 años, el gran cronista Carlos Monsiváis le presentó a Andrés Manuel López Obrador a un cercano de él, Jesús Ramírez Cuevas, quien había sido reportero en La Jornada —de donde salió a gritos y sombrerazos—, y luego se hizo corresponsal de una agencia de noticias internacional en Chiapas —donde a veces parecía que regulaba el acceso de medios al Subcomandante Marcos—. López Obrador lo adaptó e incorporó en su círculo de colaboradores cercanos, donde hizo trabajo en redes sociales, en propaganda, redacción de discursos y la dirección del periódico de Morena, Regeneración. Cuando César Yáñez, quien por años fue la sombra de López Obrador, se cansó de hacer la comunicación social, Ramírez Cuevas lo remplazó. El actual vocero presidencial se ha convertido en una fuerza dentro de Palacio Nacional y en un dique para muchos. No afuera del gobierno, que sería natural en el desgaste de la operación diaria, sino hacia dentro. Un creciente número de miembros del gabinete se han acercado a la oficina del Presidente para quejarse de la forma como Ramírez Cuevas les impide desarrollar su propia estrategia de comunicación social, argumentando que no sólo les afecta a su trabajo, sino que tampoco pueden ayudar a López Obrador para amortiguar las críticas. La centralización de la comunicación pasa por el sometimiento del gabinete, es el trasfondo de la queja, ante lo cual han expresado su inconformidad porque, además, no están viendo que el Presidente esté inmune a las críticas, sino al contrario, están creciendo. Se quejan de falta de una estrategia general de gobierno, de una narrativa que todos puedan compartir y, sobre todo, de planeación. La manera de operar de Ramírez Cuevas crece en disgusto dentro del gobierno, pero hasta este momento, y por un tiempo indefinido, su respaldo está en quien importa de verdad y toma las decisiones únicas, totales y unilaterales, el presidente de la República. Así, podrán gritar, que es inamovible hasta que López Obrador decida que su tiempo llegó.
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