En México, la vida no vale mucho. Según una nota de hace un par de años, un asesino a sueldo en Tijuana habría cobrado 800 pesos por ejecutar a un presunto narcomenudista.
Ese caso parece ser un extremo en la curva de precios. Hay profesionales del homicidio más caros. Hace poco, las autoridades del estado de Tabasco informaron que una mujer había (supuestamente) pagado 150 mil pesos a tres sicarios para matar a su jefe.
Pero, aún en ese incidente, no parece mucho dinero, considerando los riesgos que corre un asesino.
NOTA RELACIONADA:
La impunidad en materia de homicidio es de aproximadamente 80%. Eso significa que, en uno de cada cinco homicidios, alguien va a la cárcel. Ese número probablemente esconde muchos errores judiciales. Para fines del argumento, supongamos que sólo la mitad de los procesados por homicidio son responsables del delito que se les imputa. Un asesino tendría entonces 10 por ciento de probabilidad de pasar una temporada en prisión.
Sin embargo, ese no es el único riesgo que enfrentan los homicidas. Si pertenecen a o son contratados por una banda criminal, pueden ser capturados, torturados y asesinados por los rivales. Pueden también morir en un enfrentamiento con las autoridades. Siendo conservadores, ubiquemos esos riesgos en 5 por ciento por año.
Sumado, un asesino a sueldo tendría, más o menos, una en seis de que le pase algo horrible en un año. Es decir, estaría jugando a la ruleta rusa.
Matar por unos cuantos miles de pesos no parece muy buen negocio cuando se enfrentan esos momios.
¿Alguien lo hace porque sus alternativas son terribles? Tal vez. Sin embargo, aún si la única opción fuera un trabajo informal precario, con ingresos de apenas un salario mínimo, pero con probabilidades razonables de evitar una muerte prematura, no se cubriría el riesgo con 800 o mil pesos.
¿Y entonces? ¿Por qué alguien está dispuesto a correr un riesgo enorme a cambio de muy poco? No hay respuesta única, pero van algunas posibilidades:
1. El homicidio genera alguna compensación intangible o recompensa psicológica.
2. Son muy impulsivos o andan intoxicados con alguna sustancia.
3. Hay un efecto lotería: los sicarios cobran poco, pero tienen la esperanza de convertirse en el siguiente Chapo Guzmán.
4. Están mal informados y subestiman los riesgos en los que incurren.
Esta última posibilidad es particularmente interesante. Con alta probabilidad, la gigantesca mayoría de la población no sabe cuál es la sanción por un homicidio ni, mucho menos, la probabilidad de ser procesado. Y es posible que el sesgo tire hacia abajo (hay diversos estudios con población carcelaria que apuntan en esa dirección). Al fin y al cabo, ¿no se escucha todos los días que la impunidad es total?
En materia de disuasión, lo que cuenta no es el riesgo objetivo, sino el riesgo percibido subjetivamente. Esa es una de las razones por las que el incremento de la severidad de las sanciones no sirve: los posibles transgresores ni se enteran. Y, por misma razón, una probabilidad elevada de castigo no tiene a menudo los efectos esperados: los delincuentes potenciales juegan a la ruleta rusa porque creen que están jugando a la lotería.
¿Y si se les informara entonces de los riesgos objetivos? En las calles, en las prisiones, en las iglesias, con carteles, en radio, televisión e internet. Por todas las vías posibles.
¿Serviría de algo? Tal vez no. Pero si funciona, es como pegarle al premio gordo: sin disparar un tiro, sin movilizar un policía, sin construir una celda, con sólo proveer información pertinente a las personas adecuadas, sería posible prevenir muchos delitos. No se me ocurre algo que ofrezca potencialmente más beneficio a tan poco costo.
Fuente.-@ahope71
(Imagen/Internet)
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