Los ciudadanos de Culiacán salieron ayer a las calles porque ya no creen en cifras ni discursos oficiales: lo que quieren es paz real, no promesas. La estrategia de seguridad del gobierno se ha convertido en un trámite político que abona estadísticas, pero no paga la deuda con la vida, con la tranquilidad, con el derecho más básico: vivir sin miedo.
El hartazgo social
La marcha en Culiacán, con miles vestidos de blanco, fue más que un acto simbólico: fue un grito colectivo contra la indiferencia institucional. Desde hace un año la narcoviolencia acumula ya casi 2,000 asesinatos y, pese a ello, lo único que se reparten son justificaciones políticas. La sociedad, por el contrario, se organiza desde abajo: familias, niños, empresarios y colectivos exigen a gritos lo que el Estado no garantiza. El fracaso gubernamental es evidente, porque si mueren, extorsionan y roban más cada mes, es claro que la estrategia no funciona.
El contraste entre fe y miedo
La palabra del Obispo Herrera Quiñónez, al señalar que “el mal no tiene la última palabra”, buscó inyectar esperanza, pero lo cierto es que en Culiacán el mal sí ha impuesto su gramática: la del miedo, las calles vacías, el control criminal. Frente a ello, la gente responde con marchas, que son oraciones en movimiento, súplicas que desnudan el vacío de poder.
La respuesta ciudadana
Las consignas gritadas en la Avenida Álvaro Obregón no fueron ingenuas: “El narco no manda, Sinaloa es nuestro” es una provocación directa al orden fáctico que sí manda. Los ciudadanos, al señalar que el poder también reside en la sociedad civil, recuerdan que el gobierno no es dueño del monopolio de la legitimidad, porque ha demostrado que ni siquiera posee el monopolio de la fuerza.
La otra cara de la violencia
No sólo son los asesinatos: el boom de delitos cotidianos retrata otra derrota gubernamental donde todas las expresiones de violencia crecieron.
Además de la sangre derramada, la vida económica también sangra: salir a trabajar, abrir un negocio o simplemente manejar un coche se ha convertido en actividad de alto riesgo.
El fracaso en la paz
La paz no se mide en boletines de prensa ni se maquilla con discursos de “contención”. La paz se nota en las calles llenas, en los niños jugando sin miedo, en comercios abiertos sin cuotas al crimen. Hoy no hay nada de eso. La estrategia federal y estatal abona cifras, pero no paga lo más necesario: la seguridad como condición de lo humano. Y si no paga, no sirve.
Con informacion: REFORMA/

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