La muerte del periodista Martín Arellano Solorio en el IMSS Mazatlán es el retrato de un sistema de salud que, lejos de presumir avances tipo Dinamarca, sigue tropezando como principiante en pasillos atestados y protocolos de papel mojado.
Martín, conocido por su defensa abierta a Morena y por sus comentarios ácidos en redes, dejó una crónica feroz de su infarto: más de cinco horas rogando ayuda, tuiteando en tiempo real el caos y la indiferencia institucional.
La narrativa es digna de un guion de humor negro: quien se dedicaba a blindar el discurso oficial terminó suplicando —literalmente desde una camilla— por la eficacia del “Código Infarto”, arrobando al mismísimo Zoé Robledo y a la presidenta Claudia Sheinbaum, solo para acabar haciendo fila como cualquier ciudadano olvidado.
El calvario público bajo reflectores
Desde el mediodía del 4 de septiembre, Martín comenzó su maratón digital de auxilio: a las 12:34 pidió ayuda por un infarto y denunció que la app del IMSS ni el célebre “Código Infarto” funcionaban. Insistió minutos después —12:47— en la urgencia de atención, sin obtener respuesta institucional inmediata.
En la Cruz Roja lo estabilizaron temporalmente, pero su suerte se selló cuando fue devuelto al IMSS: a las 17:30 narraba cómo su camilla era solo una más en un pasillo, y a las 17:53 lanzaba un último mensaje desde ese purgatorio sanitario. En total, cinco horas y 19 minutos de tuitazos y desesperación, tiempo suficiente como para que cualquier protocolo real hubiera hecho una diferencia entre la vida y la muerte.
La versión oficial, la respuesta pública y el fracaso estructural
El IMSS Sinaloa, en plena crisis mediática, publicó una tarjeta informativa y videos donde asegura que se le brindó “atención médica multidisciplinaria”, que aplicaron el protocolo del “Código Infarto” y que todos los esfuerzos fueron insuficientes ante la gravedad del caso, mencionando insuficiencia renal y cardiaca como factores.
Pero las fechas y tiempos oficiales no cuadran con los relatos y los tuits: mientras la institución documenta supuesta atención completa, la realidad vivida y las redes sociales muestran un limbo de camillas y papeleos, donde el código queda en el archivo y la sala de hemodinamia prometida sigue “por entrar en operación”.
Solidaridad, sarcasmo y el espejo incómodo
El caso escandalizó no solo por lo lacerante del abandono, sino porque el protagonista era de los “propagandistas de la causa”. El periodismo local y nacional reaccionó en solidaridad, recordando la trayectoria crítica y tenaz de Arellano, que incluso tenía fama de hacer bromas sobre infartos a quienes criticaban su visión política.
El memorial convocado para hoy en Mazatlán se convierte en rito no solo para despedirlo, sino para subrayar que, si así se trata a los defensores del sistema, el ciudadano promedio está condenado a la ruleta rusa clínica.
El sistema: ¿más Dinamarca, Congo o surrealismo mexicano?
La tragicomedia es doble: mientras el IMSS presume protocolos de vanguardia y atención total, el país ve cómo ni los aliados encuentran trato preferente y que la salud pública está más cerca del colapso africano que de los rankings europeos.
El escándalo de Martín Arellano es la prueba de que en México, los pasillos del IMSS son el verdadero punto de inflexión nacional: entre la simulación burocrática y el hartazgo ciudadano, el único diagnóstico seguro es el del humor ácido y la incredulidad absoluta.
Con informacion: ELNORTE/




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