Cuando en los meses de la transición presidencial del 2012 Emilio Lozoya Austin ya traía en la bolsa su designación como director de Pemex, recibió una singular invitación.
El ex presidente Carlos Salinas de Gortari lo invitaba a reunirse con él en su residencia de Camino a Santa Teresa.
No era extraño. Después de todo, su padre, Emilio Lozoya Thalmann, había sido director del ISSSTE y Secretario de Energía del sexenio salinista. Cuando eso sucedió, en 1988, quien ahora se perfila como testigo colaborador tenía apenas 14 años.
Lozoya Austin buscó entonces correr las cortesías con quien veía como su jefe, Luis Videgaray. Pero el entonces Secretario de Hacienda -ya nombrado pero no en funciones- le dijo que no asistiera a la cita. Que no era oportuno. Y el ex presidente Salinas resistió el desaire del hijo de su compadre.
No fue un secreto que a pesar de que el ex presidente fue su principal impulsor a la presidencia, algunos allegados a Enrique Peña Nieto buscaron distanciarlo del supuesto padrinazgo del ex presidente Salinas. Y quien se encargó de ampliar ese distanciamiento -hasta el punto del “divorcio político”- fue Videgaray.
Por eso, entre el presidente Peña Nieto y el ex presidente Salinas de Gortari se fue habilitando como puente de comunicación a un amigo en común, Juan Collado, el célebre abogado quien podía transitar de Santa Teresa a Los Pinos, sin tocar la puerta de Videgaray.
Y para algunos asuntos menos sensibles, el ex presidente Salinas tenía en una integrante del gabinete peñista, Rosario Robles, a otro interlocutor confiable.
La confianza entre el ex presidente y la entonces Secretaria de Desarrollo Social existía desde la antesala de la elección presidencial del 2006, cuando ella intervino en las negociaciones de los famosos videos entre el constructor Carlos Ahumada y el lopezobradorista René Bejarano.
Viene todo este anecdotario a la mesa porque de súbito el nombre del presidente Salinas se hace presente en escena. Lo invoca en su Mañanera el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Y en la homilía matutina del pasado lunes 27, con el controvertido avión presidencial de la corrupción como escenografía, el mandatario propuso que uno de los nombres que mejor le vendría a la aeronave comprada por Felipe Calderón, para uso de Enrique Peña Nieto, era el de “Carlos Salinas de Gortari”.
En política –y menos en las Mañaneras presidenciales- no existen las casualidades. Instalar el nombre del ex presidente Salinas al nivel de Agustín de Iturbide, Antonio López de Santa Ana o Porfirio Díaz era enviar un mensaje hasta Londres. Se dejaba atrás la promesa de no voltear hacia atrás.
Y la cita, nada casual, se daba exactamente 24 horas antes de que Emilio Lozoya Austin iniciara su juicio ante la Fiscalía General de la República, en donde prometía la revelación de los nombres de prominentes personajes de la política y de los negocios.
Uno de esos nombres, personaje central del primer día de la comparecencia virtual fue el de Alonso Ancira.
Es el mismo empresario a quien en el sexenio salinista le fue adjudicado Altos Hornos de México, la acerera que en los sexenios panistas, cuando el PRI no tenía la Hacienda Pública a su disposición, se convertiría en una de las cajas chicas para financiar las elecciones del PRI.
Es el mismo empresario que, 3.5 millones de dólares de transferencias de por medio, logró que Lozoya Austin le comprara la planta chatarra de Agronitrogenados, que el mismo Ancira se adjudicó. Eso también sucedió en el sexenio del ex presidente Salinas.
Ancira está confinado hoy en arresto domiciliario en España. Rosario Robles aguarda un prolongado juicio en el penal de Santa Marta de Acatitla. Y Juan Collado también espera el final de su proceso en el Reclusorio Norte.
¿Se atreverá Lozoya Austin a sentar en el banquillo de quienes dice que lo presionaron, lo intimidaron lo instrumentalizaron, no solo a Número Uno –Enrique Peña Nieto- y a Número Dos –Luis Videgaray, sino al mismo Carlos Salinas, a quien en sus días de campaña el presidente López Obrador bautizó como “El Intocable”?
Existen tantos resabios de los Lozoya, con quien despacharon alguna vez en Los Pinos, y tantas las promesas de desenmascarar la corrupción con quien hoy despacha en Palacio Nacional a cambio de inmunidad, que todo es posible.
Por ahora está claro que aquella promesa del presidente López Obrador de no voltear al pasado, de mirar solo hacia adelante, ya está en el olvido. Él mismo colocó al ex presidente Salinas en la línea de fuego.
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