La vida de la familia Gutiérrez Solano cambió de un día para otro hace dos años, cuando su hijo Aldo resultó herido de bala en la cabeza la noche de la desaparición de 43 de sus compañeros de la escuela de Ayotzinapa. El joven alegre y vivaz quedó postrado inconsciente en la cama de un hospital, situación en la que sigue actualmente.
“Fue algo feo para nosotros. Desesperación, indignación, todo se juntó”, contó vía telefónica Ulises Gutiérrez, uno de los 13 hermanos de Aldo. “Gracias a dios empezamos a organizarnos y con el tiempo, poco a poco, fuimos sobrellevando la situación”.
Aldo tenía 19 años cuando fue herido por una bala el 26 de septiembre de 2014. Una persecución policial fue el preludio de su tragedia y la de 43 de sus compañeros de la escuela normal para la formación de maestros Raúl Isidro Burgos, en el estado de Guerrero.
Para Ulises y su familia fue un duro golpe y un cambio en su rutina. Todos los días deben estar en la habitación que el joven normalista ocupa en el Instituto Nacional de Rehabilitación, ubicado en la Ciudad de México. Cuidarlo implica turnarse cada semana para viajar desde Guerrero hasta la capital.
“La familia está permanentemente. El detalle es que nos vamos cambiando porque es muy pesado estar todos ahí, así que nos vamos turnando”, explica.
Aldo se encuentra en estado vegetativo desde el fatídico día, aunque de acuerdo con los médicos, ha evolucionado positivamente. El neurólogo cubano Francisco Machado Curbelo, uno de los doctores que se encargan del caso del joven a pedido de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, explicó que, pese a los avances en su salud, no se puede cantar victoria.
“Vimos que se encontraba en el llamado estado vegetativo, en el cual el paciente abre sus ojos, tiene ciclos de sueño y vigilia, pero no hay una interacción ni con el medio ambiente ni con los familiares”, dijo en una entrevista publicada por el diario El Universal.
De acuerdo con Machado, los programas de rehabilitación han logrado que se regularice su nutrición y que ya no se le alimente por vía intravenosa. También puede sentarse en una silla de ruedas y salir al sol. Sin embargo, el porcentaje de recuperación para los pacientes en su estado es mínimo.
Aunque Ulises sabe esto, no pierde la esperanza. “Ahorita seguimos esperando a nuestro hermano. A que dé una muestra de consciencia. Nosotros tenemos fe en que él pueda dar esa señal”, dice a la vez que relata emocionado cómo Aldo puede abrir los ojos y mover algunas de sus extremidades de forma inconsciente.
El 26 de septiembre de 2014 estudiantes de Ayotzinapa tomaron autobuses para acudir a una manifestación en la capital. Los jóvenes fueron perseguidos por policías municipales de la ciudad de Iguala, a unos 200 kilómetros de la Ciudad de México.
Según expertos independientes, el ataque duró varias horas e incluyó a la policía de los municipios de las vecinas Cocula y Huitzuco. Los agentes estaban aliados con un grupo criminal al que entregaron a los estudiantes. A Aldo le dispararon cuando, con otros jóvenes, trataba de mover una patrulla que les bloqueaba el paso.
Las autoridades mexicanas mantuvieron por mucho tiempo la hipótesis, llamada por ellos “la verdad histórica”, de que los 43 estudiantes desaparecidos fueron asesinados e incinerados en un basurero por el grupo criminal, pero las investigaciones de peritos independientes, como el grupo de expertos comandado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, refutaron esa hipótesis.
El llamado Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) también revisó el caso de Aldo y ayudó a la familia a conseguir más apoyo por parte del Estado.
“El GIEI estuvo muy atento al caso de mi hermano. Ellos nos ayudaron a que el gobierno sea responsable de dar ayuda a Aldo”, manifiesta Ulises, quien lamenta la partida de los expertos tras el fin de sus labores en abril. “Nosotros confiamos absolutamente en ellos. Ahora que no están, nos sentimos descobijados”.
A dos años de un hecho que estremeció México, los padres de los desaparecidos continúan buscándolos y una de sus exigencias es la presentación con vida de sus hijos. Para la familia de Aldo es una bendición que él siga con vida, pero al mismo tiempo su situación les recuerda lo que ha cambiado el joven.
“Mi hermano era muy alegre, le gustaba mucho divertirse, jugar fútbol. Era campesino, trabajaba con mi papá, ayudaba a sus tíos y vecinos”, recuerda Ulises. “Para nosotros, como familia, es un dolor lo que le ha pasado de un día para otro. Es algo inaceptable”.
Diariamente Aldo recibe varias terapias físicas, así como diversos medicamentos en un intento por mejorar su estado, mientras sus padres y hermanos se mantienen firmes en que algún día recobrará la consciencia.
“Nos damos ánimos y nos decimos que pronto recuperará fuerzas”, termina Ulises con voz calmada. “Nosotros vamos a seguir esperando”.
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