La pregunta para qué sirve el Cisen puede ser sujeta de discusión pública y motivo de polarización. Hay quien piensa que lo único que hace es espionaje político, porque lo creía Vicente Fox, quien cuando llegó a la presidencia le recortó fondos, lo achicó y provocó su primer gran desmantelamiento.
Cuando lo sucedió Felipe Calderón, colocó al frente a un amigo, politólogo y lector de encuestas que no sabía de inteligencia, que le dio tranquilidad a él, pero incertidumbre a la nación.
Con la llegada de Enrique Peña Nieto a Los Pinos, el nuevo equipo encontró su Dorado. La inteligencia criminal construida por casi una década, con tecnología de punta, regresó a lo que fue durante los años más sórdidos de la guerra sucia, inteligencia política. El resultado de ello, lo vemos con el colapso del Cisen, al perder al prisionero bajo su cargo, Joaquín El Chapo Guzmán.
Pese a ello, sería un error que el Cisen desapareciera. Una nación necesita de un órgano de inteligencia civil que atienda la seguridad nacional. Alerta sobre los riesgos y provee los insumos para la toma de las decisiones. Cualquier alegato político que pide su cierre es reduccionista. Las personas no hacen a las personas, pero sí contribuyen a su engrandecimiento o a su declive. En el caso del presidente Peña Nieto, la total decisión en materia de seguridad se la entregó al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, que designó a su amigo Eugenio Imaz en el Cisen.
Los resultados quedaron a la vista. Por ejemplo, la variable de la guerrilla en el cóctel social y político de la rebelión magisterial en Guerrero y su apoyo tras la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, fue deficiente porque en mayo del año pasado se desmanteló el área de seguimiento de Movimientos Armados, y a quien más sabía de las guerrillas la puso a firmar oficios administrativos. Tardaron semanas en el gobierno federal para incluir en sus variables de análisis a los movimientos armados, y tuvieron que apoyarse en los informes de la Fiscalía General de Guerrero para suplir su carencia de información. Pero aún cuando recibían esa materia prima, no la procesaban para ayudar a la toma de decisiones.
La fuga de El Chapo Guzmán volvió a desnudar hasta dónde tiene consecuencias encargar a inexpertos la inteligencia civil. Guzmán era su prisionero; llegaron junto con él a la prisión de máxima seguridad de El Altiplano. El reciente video difundido por Carlos Loret, en su noticiero Primero Noticias de Televisa, muestra la forma cómo frente a una eventualidad que rebasó todos sus escenarios, los monitoristas del Cisen en el penal no actuaron con diligencia y rapidez. Pero tampoco lo hicieron aquellos en el sistema redundante en las oficinas centrales del Cisen, que también lo vigilaban.
La alerta al jefe del área de inteligencia de la Policía Federal, Ramón Pequeño, que tenía la vigilancia de los penales federales, la dieron sus monitoristas –en una sala diferente a la del Cisen– pasadas las nueve y media de la noche. Pequeño le notificó cerca de las diez al excomisionado del Órgano Desconcentrado de los reclusorios federales, quien informó al excomisionado nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido. Cuando se activó el Código Rojo, después de más de una hora y media de haberse fugado El Chapo, el director del Cisen aún no sabía qué había pasado. Su personal en Almoloya y en la delegación Magdalena Contreras estaba más preocupada y asustada por la evasión –y probablemente por el temor a las inevitables consecuencias–, que por informar a Imaz. El presidente se enteró casi tres horas después.
La experiencia cuenta. Cuando el 11 de septiembre de 2011 dos aviones se estrellaron en las Torres Gemelas de Nueva York, el entonces director de la CIA, George Tennet, desayunaba en el Hotel Hay Adams, frente a la Casa Blanca. Cuando le notificaron del siniestro, lo primero que le dijo a su interlocutor fue que, con toda seguridad había sido Al Qaeda y Osama bin-Laden. ¿Cómo lo intuyó? Por toda la información acumulada sobre Bin-Laden y su proclividad a atentados terroristas en contra de Estados Unidos, así como el análisis mecánico de qué otro grupo tendría la capacidad económica y operativa para realizar un ataque de esa naturaleza. La información y el entrenamiento para procesarla en tiempo real, ayudó a la toma de decisiones y redujo los márgenes de error.
Muy diferente en el gobierno peñista. Todos dentro del gobierno sabían de las capacidades y los recursos de El Chapo Guzmán. Tenían información reciente de que planeaba fugarse. No se hizo nada por evitarlo. El túnel por donde se evadió se construyó durante 374 días, sin que el Cisen, responsable de la seguridad perimetral de El Altiplano, hiciera tampoco nada. Los tres pilotos que trasladaron a El Chapo a Sinaloa esa misma noche, fueron capturados por el trabajo de la PGR, no del Cisen. La reiterada suspicacia de incompetencia tomó carta de legitimidad con la difusión del video de Loret. Pero Imaz es intocable. El presidente y el secretario de Gobernación insisten en protegerlo. Las razones no se conocen, pero el responsable de la vigilancia de El Chapo tendría que haber sido el primero en renunciar o en ser cesado tras la fuga. Punto. Las responsabilidades cuestan, aunque en el gobierno piensen lo contrario.
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