No tengo en la memoria cuestionamientos al
desempeño de un gobierno mexicano como los que hoy despliegan medios
internacionales. Quizá sea una reacción ante el desencanto. Una manifestación
de despecho al comprobar que entre expectativas y realidades hay una enorme
brecha.
Mexico,D.F 24/Ene/2015 En su última entrega el semanario
británico The Economist lanza una provocación al retomar el
dicho de un funcionario mexicano del que guardan la identidad. “El Presidente
no entiende que no entiende” cita el semanario haciendo una crítica feroz a un
gobierno que prometió el nirvana para el país. Frente a esto, considero que el
presidente Peña tiene que responder de una manera más franca, articulada y
sustantiva de lo que ha hecho en las últimas semanas. No son los perdedores del
proceso de cambio que el Presidente impulsa el origen de la incomodidad como se
argumenta. No es la rebelión de los vencidos, como él afirma. Es la percepción
de abuso de poder lo que nos incomoda a muchos, incluidos los observadores
externos que, contando con otros referentes, nos siguen catalogando como
república bananera.
De una manera directa el autor del artículo que
comento señala que las prácticas de algunos miembros de nuestra clase
gobernante no son naturales en una democracia bien asentada. Lo que acaso aquí
provoca indignación en otros lugares tiene consecuencias políticas,
administrativas e incluso penales. Supongo que por eso el reproche. Por la
incongruencia que encuentran en el discurso gubernamental que habla del gran
vuelco de México hacia adelante, cuando el ímpetu por transformarlo llega hasta
donde intereses particulares lo permiten.
La transformación que México necesita no puede
ser parcial. Debe ser completa. No podemos pretender ser una potencia en lo
económico cuando los cimientos institucionales son débiles, cuando las
autoridades no pueden ser llamadas a rendir cuentas y no existen verdaderos
límites al uso arbitrario del poder. Ya nos sucedió en el pasado con la ola
reformadora de principios de los 90. Quedó frustrada a mitad del camino, porque
lo que seguía en la corriente de ese cambio era la institucionalización del
poder, como lo ha planteado con lucidez Luis Rubio en varias de sus
publicaciones. Institucionalizar el poder implica ponerle límites y eso es lo
que se ha evadido.
El Presidente tiene que responder. No puedo
imaginarlo sólo esquivando las críticas que lo debilitan y lo dejan sin
recursos políticos y morales para conducir un país que se complica con el
transcurrir de los días. Es cuestión de observar cómo se comportan los miembros
de la CETEG para prever hasta dónde puede escalar la conflictividad social y el
encono frente a la imagen y realidad de un gobierno débil. Ni qué decir de la
criminalidad.
El presidente Peña tiene que responder con
propuestas que aborden los temas en los que su gobierno es vulnerable. No puede
usar más el recurso retórico de las reformas estructurales porque estamos
observando que éstas se desfondan si no se atienden, paralelamente, asuntos que
tienen que ver con la integridad con la que se conduce el gobierno y con el
fortalecimiento de las instituciones que ejercen control sobre el ejercicio del
poder y permiten una rendición de cuentas completa y no sólo simulada.
Por ello, yo recomendaría al Presidente asumir
un compromiso explícito, convencido, con al menos tres reformas que se
encuentran en trámite legislativo o en proceso de implementación y abordan
dimensiones críticas del Estado de derecho del que somos tan deficitarios. La
reforma en materia de anticorrupción, la de transparencia y la reforma penal.
Imagino al Sr. Presidente replicando a quien lo impugne con reformas
contundentes, potentes, en estos tres ámbitos.
La reforma anticorrupción está en un punto
efervescente. Por el contexto y por el consenso que se construye sobre sus
contenidos sustantivos. Nunca antes había participado yo en la construcción de
un consenso social tan amplio sobre una reforma institucional compleja pero tan
estrictamente necesaria.
Esta dimensión del Estado de derecho se vería
muy fortalecida si logramos la mancuerna: reforma anticorrupción y una buena
legislación secundaria en material de transparencia. En esta última se discuten
los detalles que habrán de definir si tenemos un régimen en material de
transparencia que promueva la rendición de cuentas o si nos quedamos a medio
camino, como ya lo hemos hecho en el pasado.
Tan importante como lo anterior es rescatar la
reforma penal del 2008, la reforma conocida como de juicios orales. Esta
reforma necesita ser liberada de un proceso de implementación al que le falta
tracción y no permitir ningún retroceso en los principios que la animan. La
tentación está presente.
Sr. Presidente, por favor responda. Su silencio
lo perjudica a usted y a su gobierno, pero también a todos los mexicanos.
*Directora de México Evalua @EdnaJaime @MexEvalua
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