La camioneta Suburban blindada de 4 Millones de pesos que le cuida el miedo, el pavor,al Secretario de Seguridad Pública de Culiacán, el Coronel Alejandro Bravo Martínez, no era contra “ponchallantas” de 20 pesos,asi quedo clarificado anoche tras ser blanco de ataque con estos narcoartilugios que tanto afectan al ciudadano comuna sabe que se siente, aunque en su caso los daños los pagará el ayuntamiento.
El incidente que hubiera facilitado cualquier ataque a balazos al permanecer inmovilice suscitó la noche de ayer martes mientras circulaba por la intersección de Ciudades Hermanas y la calle Doctor Ruperto L. Paliza, en la colonia Lomas de Guadalupe.
El vehículo, que se desplazaba junto con sus escoltas, sufrió daños en las llantas, pero no se reportaron lesionados. Los responsables del incidente lograron darse a la fugado cual no es novedad.

Este incidente, en el que le arrojaron ponchallantas a la camioneta blindada del Secretario de Seguridad Pública de Culiacán, desnuda sin pudor la vulnerabilidad de la autoridad ante las tretas de quienes controlan la calle y la narrativa del miedo.
Un mensaje implícito
- Al atacar el vehículo del máximo responsable de la seguridad local, se deja clarísimo que hay actores criminales capaces de desafiar abiertamente a la autoridad en zonas urbanas clave.
- La impunidad de los responsables, que lograron huir, pinta de cuerpo entero la situación: la autoridad no sólo vigila, también corre.
Qué pone en evidencia
- La escena de Tránsito retirando la unidad con grúa mientras la investigación apenas empieza, revela que el Estado transita el asfalto en igualdad de fragilidad que el ciudadano común.
- No hubo comunicado oficial inmediato: silencio o desconcierto institucional ante la osadía criminal.
Lo que clarifica y revela
- El ataque subraya que el puesto, la investidura o la carrocería blindada no garantizan inmunidad; aquí la autoridad también resulta “víctima” del mismo clima de inseguridad que dice combatir.
- El incidente clarifica la asimetría de poder real: los ponchallantas hablan más fuerte que los boletines y los festejos oficiales.
No es sólo una anécdota policial—es el recordatorio irreverente de que nadie, ni la autoridad, está a salvo en el tablero por donde se pasea el crimen organizado.
Con informacion: NOROESTE/

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