En Lima, una pequeña ciudad estadounidense a miles de kilómetros de Perú, uno de los últimos vestigios de la II Guerra Mundial batalla por no pasar a la historia: la Fábrica de Tanques del Ejército de Estados Unidos.
Fue uno de los primeros complejos de producción militar de la nación (data de los inicios de la década de 1940) y es la última fábrica de tanques que queda en el hemisferio occidental.
Se ubica en el norte del país, en el estado de Ohio, y de ahí han salido todos los tanques blindados M1-Abrams que se usan en el mundo.
Y es que a lo largo de los años, la Fábrica de Tanques del Ejército en Lima (o Centro de Fabricación de Sistemas Conjuntos, como se conoce desde inicios de los 2000), no solo ha sido el único proveedor del principal vehículo de guerra del Ejército de EE.UU.
Sus tanques han sido también los modelos blindados que han pasado a convertirse insignias de las fuerzas armadas de Egipto, Kuwait, Arabia Saudita y Australia.
Pero desde hace casi 30 años, la única productora de tanques de Occidente ha amenazado una y otra vez con desparecer.
De hecho, allí fue este miércoles el presidente Donald Trump, quien aprovechó la visita para recordar que la fábrica sigue funcionando gracias a él.
"Más les vale quererme. Yo mantuve este lugar abierto", dijo.
Y es que el aumento del presupuesto de Defensa propuesto por Trump en 2017 permitió a la agonizante fábrica no solo aumentar su producción, sino también diversificarla.
Más de US$2.000 millones fueron autorizados entonces para fabricación de vehículos blindados, un presupuesto récord del Pentágono.
Y en Lima, una ciudad que vive desde hace casi 80 años de su producción de tanques, la medida fue vista como un alivio para su golpeada economía.
Al menos temporalmente.
El declive
Cuando la fábrica operada por General Dynamics presentó los M1 Abrams en 1980, en la última década de la Guerra Fría, el tanque de casi 70 toneladas se convirtió en una sensación militar a nivel internacional.
El M1 fue celebrado por su sofisticado blindaje compuesto y su novedoso sistema de almacenaje de municiones en compartimentos especiales.
Muy pronto otros países comenzaron a ordenar equipos similares para sus Ejércitos.
Fue una de las armas decisivas en la toma de Kuwait durante la guerra del Golfo Pérsico a principios de los años 90 y luego volvió a ser clave en la guerra de Irak a partir de 2003.
Pero con la caída de la Unión Soviética y las nuevas tácticas que han tomado los combates armados en todo el mundo en años recientes (principalmente en países como Siria o Afganistán), muchos se empezaron a cuestionar la efectividad de los tanques de guerra.
Sus críticos argumentan que los pesados vehículos que produce la fábrica, con tecnologías que poco o nada se han se han actualizado a lo largo de los años, se volvieron obsoletos para las guerras modernas.
Y aunque de sus plantas han salido también cientos de vehículos blindados Stryker, la versión en ruedas del tanque, o los Namer que utiliza el Ejército israelí, se creyó entonces que no justificaban por sí solo la existencia de la fábrica.
Ya a inicios de 1990, el entonces secretario de Defensa Dick Cheney amenazó con cerrarla, por considerar que los gastos de mantenerla abierta superaban los beneficios militares.
Pero el golpe de gracia se lo dio el propio Ejército en 2012, cuando anunció que ya tenía demasiados vehículos blindados en sus reservas como para justificar una continuidad de la producción.
El gobierno de Barack Obama, que por entonces había decidido recortar los presupuestos de defensa, amenazó entonces con cerrar la planta, aunque los republicanos en el Congreso finalmente lograron impedirlo.
No obstante, fue el peor momento para la fábrica de Lima: su número de empleados cayó de casi 4.000 a unos 300.
Se mantuvo a flote entonces produciendo únicamente unos pocos vehículos Stryker y reparando algunos tanques viejos.
Otros dos complejos de producción militar de la ciudad cerraron entonces, lo que dejó sin empleos a unas 8.800 personas y conllevó a pérdidas de casi US$300 millones al año, según cifras citadas por medios locales.
El renacer
Pero todo comenzó a cambiar para la fábrica con la llegada de Trump al poder.
El mandatario propuso grandes alzas en el gasto del Pentágono para financiar nuevos buques de guerra, aviones de combate, tanques y otros equipos.
Y, desde el año pasado, algunas maquinarias que ya no se usaban han vuelto a andar otra vez en el viejo complejo militar.
Ahora, en la fábrica de tanques de Lima el número de empleados ronda los 600 y las autoridades locales estiman que incluso alcanzará los 1.000.
El año pasado, el Centro de Fabricación de Sistemas Conjuntos fue seleccionado como una de las cuatro instalaciones que desarrollarán nuevos prototipos para otro vehículo militar, el llamado Mobile Firected Firepower.
Y se espera que comience a producir pronto una versión mejorada del M1-Abrams, su modelo estrella.
Sin embargo, los críticos aseguran que su actualización es demasiado costosa, que no mejora sustancialmente la letalidad del tanque y aumenta su peso hasta 80 toneladas(lo que dificultaría transportarlo en los camiones del Ejército, por no mencionar los potenciales peligros en su avance por puentes y otras infraestructuras).
Algunos congresistas aseguran que se trata de un gasto innecesario del presupuesto: se cuestionan qué sentido tiene mantener abierta una vieja fábrica de tanques cuando ya muy pocos países los compran y las guerras modernas apuntan cada vez más a nuevas tecnologías.
Pero donde único no parecen estar de acuerdo con esas últimas ideas es en la ciudad de Lima, cuyas autoridades la presentan como la "capital del tanque".
Allí, en el Condado de Allen, donde se encuentra, Trump ganó con el 67% de los votos en 2016.
En los últimos tiempos, sin embargo, la popularidad del presidente ha caído en casi un 20%, según una encuesta de Morning Consult.
De ahí que muchos opinen que su visita a la fábrica de tanques este miércoles -y su apuesta por ella- no haya sido para nada casual.
fuente.-
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