Hasta el 80% de nuestras conversaciones podrían ser puro chisme. Y aunque parece inútil, en realidad ha jugado un papel fundamental en la supervivencia del 'homo sapiens'.
Hace unos 70 mil años, en cierto lugar del África Subsahariana, sucedió algo inaudito entre los seres humanos (Homo sapiens) de aquella época: comenzaron a chismorrear.
Así, como se escucha. Debido a un probable cambio en su genoma —azaroso, mínimo, pero sustancioso— fueron capaces de comunicarse de una forma muy distinta que el resto de sus congéneres (otros miembros del género Homo), usando un lenguaje radicalmente diferente al de sus parientes más cercanos, es decir, otras especies de simios.
¿Y qué más da que los humanos contemporáneos podamos hablar mal del prójimo a sus espaldas? Pues que quizá resultó ser la clave para que nuestra especie saliera de África y se expandiera por todo el mundo.
La teoría del chismorreo
No, no es una broma. Los seres humanos podríamos deberle tanto al chismorreo que incluso forma parte de una hipótesis ampliamente distribuida entre los científicos. Robin Dunbar —antropólogo, psicólogo y biólogo evolucionista británico— es el pionero de la llamada teoría del chismorreo, idea que deriva de otra aún mayor: aquella que ve al lenguaje como pilar de la evolución humana.
En su libro Grooming, gossip, and the evolution of language (publicado en 1996), Dunbar propone que la especie humana es, ante todo, un animal social, y que la cooperación en gran número fue lo que aseguró (hasta ahora) nuestra reproducción y supervivencia. “En el curso de nuestra evolución, a medida que intentábamos formar grupos cada vez más grandes, con los que pudiéramos enfrentar los desafíos que el mundo nos presentaba, surgió un mecanismo adicional que nos permitió avanzar en lo que representaba un techo de cristal”, dijo una vez el también profesor de la Universidad de Oxford.
Gracias al viraje que representa el chismorreo, de pronto, los humanos no solo hablaron de sus depredadores y presas, sino que resultó más importante “saber quién de su tropilla odia a quién, quién duerme con quién, quién es honesto y quién es un tramposo”, dice el historiador y divulgador de la ciencia Yuval Noah Harari, autor del best seller Sapiens, de animales a dioses.
El divulgador Yuval Noah Harari
Esta adaptación evolutiva −sometida durante miles o millones de años a la todo poderosa selección natural− hizo que los integrantes de los pequeños grupos de chismosos ancestrales supieran en quiénes más podían confiar; con su nueva habilidad, armaron cuadrillas cada vez más grandes, y esto los llevó a cooperar de maneras diversas, refinadas y complejas nunca antes vistas en la naturaleza.
El WhatsApp de los chimpancés
Los primatólogos coinciden en que animales como los gorilas, orangutanes y, sobre todo, chimpancés muestran interés en información que podría catalogarse como “chisme”. Esto resulta lógico en términos evolutivos, pues entre seis y trece millones de años atrás un ancestro común dio lugar a ambos linajes. Es por ello que, aunque los chimpancés difícilmente concretan un chisme −y mucho menos son capaces de dispersarlo en gran número−, sí cuentan con su propio mecanismo de cohesión social: el llamado grooming, aseo o “piojito”.
Hacerse piojito unos a otros es la manera que nuestros parientes contemporáneos más cercanos encontraron para cuidan sus relaciones. Claro, también tiene efectos prácticos, como la higiene; sin embargo, mientras que quitarle los parásitos o escombros a un individuo tomaría unos cuantos minutos, los chimapancés dedican horas al aseo, tal como los humanos pasamos buena parte de nuestra vida a chismorrear vía WhatApp, cuando de forma pragmática podríamos compartir información vital en cuestión de segundos.
De acuerdo con Robin Dunbar, el grooming tiene una gran desventaja, ya que “al ser una relación uno a uno, impone límites en el tamaño del grupo”. En cambio, el chismorreo es un tipo de piojito que permite vincular a muchos individuos de manera simultánea; pero su función como pegamento social no termina de explicar fenómenos como el porqué chismorreamos sobre desconocidos.
Enseñanzas y placer
Dicen que cualquier persona disfruta una buena historia, casi como si nuestros cerebros estuvieran hechos para ello. No podemos asegurar esto último, pues la evolución biológica no tiene finalidad alguna; lo que sí sabemos es que el cerebro de Homo sapiens puede compartir información que no existe en la realidad. Es decir, es capaz de imaginar, y la imaginación suele ser parte de las buenas historias y los chismes sabrosos.
En este sentido, investigadores como Camilla Power −antropóloga social de la University of East London, en Reino Unido− han estudiado los grupos de cazadores recolectores actuales, y se han percatado que el chismorreo surge alrededor del fuego, durante la noche, cuando los integrantes de latribu comienzan a contar historias que no solo los proveen de placer, sino también de enseñanzas.
Los primatólogos coinciden en que animales como los gorilas, orangutanes y, sobre todo, chimpancés muestran interés en información que podría catalogarse como “chisme”.
El trabajo de la doctora Power se ha enfocado en estudiar cómo emergió y evolucionó la cultura en los seres humanos. Ella ha interpretado el chismorreo como un aprendizaje cultural, un medio para enseñar con base en la experiencia de los otros, aún cuando estos sean desconocidos o ficticios.
Por su parte, el filósofo británico Julian Baggini ha trasladado este tipo de visión cultural acerca del chismorreo a un contexto moral, pues dice que “se trata de una evaluación de otras personas, es sobre el juicio de lo que la gente está haciendo, y si eso es correcto o incorrecto, bueno o malo”. Sin embargo, por muy moral que el chismorreo pueda resultar, no se escapa de ser igualmente placentero.
De acuerdo con un estudio publicado en 2015 en la revista Social Neuroscience, el cerebro humano enciende sus centros de recompensa cuando se entera de un chisme negativo acerca de alguna celebridad. Una investigación previa −realizada por científicos de la Universidad de California Berkeley en 2012 y publicada en la Journal of Personality and Social Psychology− podría ser la solución a dicho fenómeno aparentemente amoral, pues mostró que diseminar información sobre lo mal que actúo una persona equivale a un castigo para el transgresor; así, el chismoso pasa por una especie de terapia o catarsis, ya que advierte y alerta a los otros.
Pasatiempo en la oficina y en la sabana
¿Todo lo anterior justifica que el 65% de nuestras conversaciones sean puro chismorreo −de acuerdo con el propio Robin Dunbar y su artículo de 1997 Human conversational behavior (convertido en un clásico)−, o que la cifra corresponda hasta un 80%, según una investigación publicada en 2009? Tal vez.
Para Klaus Zuberbuehler −psicólogo y neurocientífico de la Universidad St Andrews− el intercambio de información de índole personal nos hizo sobrevivir como cazadores-recolectores de tiempo completo, y todavía en nuestra tranquila vida de oficina continúa siendo de utilidad. Los ancestros de la sabana africana se contaban sus intimidades (y las de los otros) para cooperar mejor y así vencer a un poderoso león; ahora nosotros chismorreamos para hacerle competencia al favorito del jefe o para evitar que la persona que nos gusta sea seducida por alguien más. El resultado el es mismo: el chismorreo nos ayuda a sobrevivir.
Pero no es fácil chismorrear. Otras especies no pueden hacerlo porque, en primer lugar, implica tener un cerebro capaz de registrar grandes cantidades de información acerca de relaciones que cambian constantemente. El historial que guardan celulares y computadoras hoy en día lo hace parecer sencillo, pero imagina que en un grupo de 50 individuos (tus mismos compañeros de trabajo) se dan hasta 1225 relaciones uno a uno, además de las incontables combinaciones que pueda haber entre varios de ellos.
Un chisme de 70 mil años
El chismorreo es en sí mismo un chisme inagotable, pero está fuertemente enlazado con la historia de nuestra propia especie. Al respecto, la mayoría de los antropólogos coinciden en que Homo sapiens se originó hace unos 200 mil años; sin embargo, hay quien apuesta que el chismorreo es mucho más reciente. Las evidencias acerca del surgimiento del chismorreo hace 70 mil años se centran en la expansión geográfica que comenzó a mostrar la humanidad a partir de esa fecha y que sin muchas dudas fue posible gracias a la cooperación en gran número. Pero el chismorreo podría ser más antiguo.
Existen investigadores que rastrean el origen del chismorreo poniendo atención a pistas moleculares. Por ejemplo, mediante el estudio del genoma humano, se han identificado genes asociados al lenguaje propio de Homo sapiens; el reto ahora es encontrar similitudes en la información genética de otras especies de Homo. No estamos lejos de negarlo o afirmarlo, para luego correr el chisme; ya en 2007 un estudio publicado en la revista Nature halló coincidencias entre el genoma de Homo sapiens y H. neanderthalensis justo en regiones del genoma relacionadas con el lenguaje. ¿Habrá sido Homo erectus un chismoso también?.
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