“Hoy en día, aún puedo visualizarlo todo”, dice. “Puedo verlo”.
Kathy Kleiner, de 61 años, habla de su último encuentro con el famoso asesino en serie Tedy Bundy, un hombre que confesó los asesinatos de treinta mujeres, aunque se cree que cometió más. En el verano de 1979, un año después de que Bundy casi la matara, se enfrentó a él en los juzgados de Miami, donde más tarde sería condenado a muerte. “Me senté en el banquillo de los testigos y Bundy estaba ahí, sentado en la mesa de la defensa, como si fuera una serie de televisión”, me cuenta Kleiner. “Tenía los codos apoyado en la mesa y la cabeza entre la manos. Estuve todo el tiempo mirándolo y él tampoco apartó la mirada de mí. Estaba sintiendo muchas cosas, pero el miedo no era una de ellas. Quería que supiera que no me intimidaba.
Kleiner vive actualmente en Nueva Orleans y empezamos a hablar después de que yo tuiteara sobre su historia a principios de año. Poco tiempo después, hablamos por teléfono. Aunque la razón que nos puso en contacto es de lo más angustiosa, hablar con Kleiner es todo un placer. Es una persona alegre y positiva que irradia compasión y fuerza. Las semanas posteriores nos pasamos horas hablando de su increíble vida e, inevitablemente, del ataque.
La desagradable intrusión de Bundy en la vida de Kleiner se produjo cuando era estudiante. Había elegido estudiar en la Universidad Estatal de Florida porque era la que más lejos estaba de su casa. “Mi madre, como buena cubana y española, era muy protectora”, explica. Eligió Chi Omega porque se suponía que era la mejor fraternidad del campus. “Mis hermanas lo eran todo para mí”, recuerda.
En la madrugada del 15 de enero de 1978, Bundy irrumpió en el dormitorio de las Chi Omega. Margaret Bowman, que solo tenía 21 años, no sobrevivió al ataque. Tampoco Lisa Levy, de 20. En la habitación de Kleiner, la cual compartía con su compañera de fraternidad Karen Chandler, Bundy atacó a las dos chicas con un palo de madera. La agresión fue tan brutal que le perforó la mejilla a Kleiner y le hizo trizas el hombro. Le tuvieron que cerrar la mandíbula con alambres y volvérsela a romper, pasó nueve semanas sin poder comer nada que no pasara por un popote. En aquel momento tenía 20 años. “Todos estos años he tenido que ver en el espejo la cicatriz que Bundy me dejó en la cara. Ahora es parte de mí”. Sigue sintiendo dolor en la mandíbula y tiene que pasar por el quirófano cada pocos años, cuando ya no puede soportarlo más”.
Esa misma noche, mientras llevaban a Kleiner y a sus amigas al hospital, Cheryl Thomas, una bailarina de 21 años, sufrió un ataque en una localidad cercana. Sobrevivió, pero sus lesiones fueron tan graves que tuvo que abandonar su sueño de ser bailarina profesional.
"Bundy atacó a las dos chicas con un palo de madera. La agresión fue tan brutal que le perforó la mejilla a Kleiner y le hizo trizas el hombro"
El ataque de Bundy a las cuatro mujeres de la fraternidad duró quince minutos, pero para esas mujeres y sus familias, las secuelas no se acaban nunca. “La imagen de Margaret y Lisa me perseguía”, dice. Lo de la fraternidad se acabó tras esa agresión: Kleiner nunca volvió a la casa Chi Omega, se quedó con su familia para recuperarse. A lo largo de estos años ha tenido una carrera de lo más variada: ha trabajado en un aserradero, en un banco y en un hospital.
Aunque el caso de Kleiner es excepcional, cerca de un 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo ha sufrido violencia física o sexual. Hablamos de este tema por teléfono: las relaciones, el trauma y las técnicas de hipervigilancia que utilizamos para protegernos cuando sentimos que un desconocido camina muy cerca detrás de nosotras. “Así son las cosas para las mujeres”, suspira Kleiner.
Las mujeres también tienen más riesgo de desarrollar una reacción adversa al trauma: los estudios demuestran que hay el doble de posibilidades de que desarrollen Trastorno de estrés postraumático (TEPT). Matthew Cole, psicoterapeuta y director clínico del York Stress and Traume Centre, explica que si alguien desarrolla TEPT tras un suceso traumático, puede acabar padeciendo “flashbacks frecuentes, pesadillas” y “pensamientos intrusivos”.
A Kleiner la trataron dos psicólogos durante su estancia en el hospital en Tallahassee. Tras un par de consultas, le dijeron que parecía estar llevándolo bien y le preguntaron si necesitaba que volvieran. “Les dije que ellos eran los profesionales”, dice entre risas.
No tuvo muchos problemas de salud mental tras el ataque de Bundy. “Tras el ataque, todo el mundo me dijo que los hombres deberían darme miedo”, recuerda. Así que Kleiner se enfrentó a sus miedos. Consiguió escapar de ellos. El mismo año del ataque de Bundy, asaltaron, a punta de pistola, el banco en el que trabajaba cuando ella estaba en ventanilla. Se tomó la tarde libre y volvió a trabajar al día siguiente. “¿Qué posibilidad hay de que roben el mismo banco dos días seguidos?”.
Cole me explica que la actitud de Kleiner puede deberse a una teoría psicológica denominada crecimiento postraumático. Según esta teoría, la gente le da sentido a un suceso traumático que le permite sobrevivir además de crecer. Cole me cuenta que el crecimiento postraumático se manifiesta de muchas maneras: “Los individuos muestran cambios significativos en su visión de las relaciones, su visión de sí mismos y su filosofía de vida”.
Le pregunto a Kleiner cómo le gustaría ser recordada. “Me gustaría que se me conociera como alguien capaz de superar muchas cosas”. Se describe como una mamá oso. Protectora. Una negociadora implacable. “Además, no acepto mierda de parte de nadie”, dice. No menciona a Bundy. “Sé que me atacaron, pero también sé que no quiero que me conozcan solo por ser una víctima”. Esa noche no define quién es ella.
Sin embargo, a Bundy siempre lo definirán sus crímenes. Tras agotar sus recursos, lo ejecutaron en la silla eléctrica el 24 de enero de 1989. Cientos de personas lo celebraron a las puertas de la prisión. Se vendieron prendedores conmemorativos, se bebió cerveza y se lanzaron fuegos artificiales. Kleiner vio las celebraciones desde casa, por televisión.
Me alegré de que Bundy no pudiera controlar cómo murió, porque les quitó ese control a las jóvenes a las que asesinó”, dice. Cree que la motivación de Bundy era el control. Y ese es su problema principal con el creciente interés de la prensa por sus crímenes.
Seguramente Bundy sea el asesino en serie más conocido del mundo. Y su fama no deja de crecer, como se puede ver en el documental de NetflixConversations with a Killer: The Ted Bundy Tapesy en el muy publicitado estreno de Sundance, Extremely Wicked, Shockingly Evil, and Vile, una película biográfica de ficción protagonizada por Zac Efron. A Kleiner los productos culturales relacionados con crímenes reales no le suponen un problema, ya que, según me cuenta, ella también los consume: ha visto todos los documentales sobre Bundy y ha leído todos los libros. Pero cree que el problema con la mayoría de estos productos culturales es que refuerzan el discurso que el propio Bundy daba cuando vivía.
"Bundy, ladino y manipulador, creó un mito sobre su persona, presentándose como un hombre carismático, guapo e inteligente. Se podría decir que ese mito sigue vivo en la actualidad"
Todo el mundo dice que Bundy era un narcisista con la imperiosa necesidad de controlar su propia imagen. Bundy, ladino y manipulador, creó un mito sobre su persona, presentándose como un hombre carismático, guapo e inteligente. Se podría decir que ese mito sigue vivo en la actualidad. Uno de los momentos más perturbadores del documental de Netflix se produce cuando el juez Edward Cowart, encargado de instruir el caso de las Chi Omega, le dice a Bundy en tono paternal que sería “un buen abogado”. Han pasado treinta años de su muerte y casi toda las producciones que cuentan la historia de Bundy se centran en el mito que él mismo ayudó a crear. Siempre hay un subtono de halago, casi de admiración. “¿Crees que habría disfrutado tanta atención?", le pregunto. Kleiner se ríe. “Por supuesto, le habría encantado”, afirma.
“A la gente le interesa la parte macabra”, continúa, “pero en esa parte macabra, hay víctimas”. Le preocupa que se olviden las voces de las mujeres a las que Bundy asesinó. “No nos consideran parte de la historia”.
Kleiner me cuenta que no supo nada de ningún periodista ni director de cine hasta 2018, cuando la CNN se puso en contacto con ella por un documental que estaban haciendo sobre el 30 aniversario de la muerte de Bundy. No le pidieron que formara parte del documental de Netflix. Tampoco Ann Rule la entrevistó para la biografía de Bundy que escribió y que fue un éxito de ventas, The Stranger Beside Me. Aunque sí le envió un mousepadautografiado.
Ahora Kleiner quiere volver a tener el control. Ésta también es su historia. “Bundy me obligó a hacer un viaje al que yo no pedí ir, pero ahora va a ser mi viaje. Y en este viaje, vuelvo a ser yo la que lleva las riendas de mi vida”.
fuente.-
THeodore "ted"bundy está en pañales a comparación de las mujerez que han matado los líderes de la union de repito o el cartel de tlahuac o los sicarios del cjng acá en México tenemos a los más despusados y más culero carniceros matamujeres y no lo digo por orgullo ni nada de eso ,sí no por que acá en México vale pura vergá la vida me cae y que chingue su madre amlo jajaja
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