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Al escuchar noticias sobre el secuestro del hijo de Joaquín Guzmán y la pugna de los cárteles, me llamó la atención lo natural que es explicar la violencia a raíz de la rivalidad entre criminales por el control regional.
Me llamó la atención no porque sea de otra manera, sino porque se reparten a sus anchas el país. Y la frase “se pelean entre ellos” se convirtió en analgésico y anestésico.
Se da por hecho que el problema surge cuando los equilibrios de poder se rompen y se disputan la plaza, en lugar de comprender que eso es sólo el síntoma de la enfermedad: México es territorio narco.
Los niveles de agresividad varían, pero el cáncer está en todas partes. No queda claro quién es el enemigo a vencer. Lo mismo es la cabeza visible de un cartel, que el gobernador o el policía.
Jalisco y Nayarit están en vilo por la guerra entre el CJNG de El Mencho y el de Sinaloa de El Chapo, leí.
¿Entonces debemos esperar a que se distribuyan equitativamente el territorio? ¿Es cuestión de ver qué maldito grupo controla cuál zona?
¿Qué está haciendo el gobierno para frenar esta pesadilla? ¿Considera las ejecuciones extrajudiciales una solución-venganza?
¿Cómo se puede vivir en un Estado de derecho cuando las reglas básicas de convivencia están marcadas por la delincuencia? ¿Cuando el narcotráfico y la trata de jóvenes, niños y niñas son los negocios más boyantes?
En 2013 escribí que la estrategia de Enrique Peña para combatir al crimen organizado era la misma que la de Felipe Calderón, corregida y aumentada. Corregida porque pretendió bajar el tono de las noticias sobre inseguirdad; y aumentada porque puso en el centro del discurso programas como el de Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia. Palabras huecas. Los resultados son los mismos que en el calderonismo. Desastrozos.
México necesita ayuda.
fuente.-Elisa Alanis
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