“¡Que viva la independencia de México! ¡Que viva la independencia de Cuba!”.
¿De verdad, el presidente Andrés Manuel López Obrador cree lo que pregona sobre Cuba o es una simple postura dogmática o ideológica para fabricarse un liderazgo a la medida entre la izquierda latinoamericana?
Eso de que el inquilino de Palacio Nacional hiciera de Cuba y de su líder, Miguel Díaz-Canel, el eje de los festejos patrios en México, lució como una afrenta. Para México, para los mexicanos y para el mundo.
¿Cómo justificar, en un discurso presidencial del Día de la Independencia, el decir que el dictador de Cuba -porque eso es lo que es, nunca fue electo democráticamente- defiende como pocos con dignidad su “derecho a vivir libres e independientes”?
¿Libres de qué? ¿Independientes de qué o de quién?
En la Isla no existen elecciones libres desde 1958… Fidel y Raúl Castro se perpetuaron más de seis décadas como los jefes de un Estado que, durante cuatro décadas, vivió de los apoyos de la extinta Unión Soviética.
Hoy naufragan huérfanos, culpando a un bloqueo económico de lo que como nación son incapaces de hacer para darle una vida digna a sus conciudadanos.
En la Isla no existe la libertad de expresión… la opinión pública es pagada y dirigida desde el gobierno, dificultando el acceso, incluso, a las redes sociales para que los cubanos no se enteren de lo que pasa o lo que se dice fuera de su país.
Los diarios, las estaciones de radio y las televisoras, están bajo el control oficial, el Internet se desconecta para todos desde un switch oficial, sin la oportunidad de que voces disidentes puedan expresarse. La libertad está en la clandestinidad. Las manifestaciones son reprimidas con violencia.
En la Isla no existe libre tránsito… los cubanos no pueden viajar con libertad, escapan como pueden por mar, en frágiles balsas, buscando en Estados Unidos el sueño que algún día Castro les prometió, pero que jamás les cumplió.
Imaginen de qué tamaño es la opresión para que familias enteras arriesguen sus vidas, lanzándose a desafiar un mar embravecido antes que continuar viviendo en deplorables condiciones.
En la Isla no existe la libertad de comercio… los controles en la producción y distribución de alimentos son una de las armas poderosas para sojuzgar a un pueblo que vive en el inframundo calórico.
El racionamiento como instrumento de control político, a través del hambre, mitigado con el tráfico de cupones, sofoca cualquier disidencia.
Y si Cuba es, entonces, una nación sin libertades y sus ciudadanos no son independientes de hacer lo que su libre albedrío les dicte, ¿qué tenemos que celebrarles y gritar ¡Viva Cuba! en un día tan significativo como el de la Independencia de México?
¿Qué “¡Vivas!” se incluirán en los vítores de las fiestas? ¿¡Vivan los dictadores Castro y Díaz-Canel, que nos mantienen con hambre, sin esperanza y aislados del mundo por 65 años!? ¿¡Viva el gobierno que paralizó a nuestra nación y cuyas calles, avenidas y automóviles se congelaron en los años 50!?
El juego del presidente López Obrador luce más complejo de lo que a simple vista parece.
Sin el venezolano Hugo Chávez y el boliviano Evo Morales en el horizonte político, y con desgastados mandatarios izquierdistas como el argentino Alberto Fernández, el venezolano Nicolás Maduro, el nicaragüense Daniel Ortega o el peruano Pedro Castillo, hay una orfandad en el liderazgo de los socialistas y los comunistas.
El drama se exalta todavía más, cuando los mandatarios de derecha, como el brasileño Jair Bolsonaro, el colombiano Iván Duque o el populista antisistémico salvadoreño Nayib Bukele, son incapaces de mostrar una alternativa política, económica y social, digna de ser emulada para descalificar a la izquierda.
Ante la sequía de liderazgos, el presidente López Obrador busca instalarse como el líder socialista de Latinoamérica y el Caribe, como la nueva fuerza de equilibrio desafiante frente a la dominancia de los Estados Unidos.
Por eso hizo del cubano Díaz-Canel su invitado de lujo en el desfile de las fiestas patrias. Por eso le otorgó la palabra, para que a nombre de los cubanos, agradeciera el apoyo de México frente al bloqueo norteamericano.
Por eso, mañana sábado, México será la sede del cónclave de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en donde nuestro país lidera la iniciativa de desaparecer la OEA, acusada de ser un proyecto de recolonización neoliberal, al servicio de los Estados Unidos.
Lo que intenta el presidente López Obrador en 2021 es lo mismo que intentó su antecesor Luis Echeverría en 1975. Busca un liderazgo internacional para compensar la decadencia de un gobierno radicalizado y con pobres resultados. Echeverría nunca lo pudo concretar.
La pregunta que flota en el ambiente es si este paso desafiante de política exterior del presidente López Obrador es genuino, natural, o está consensuado con quienes prefieren avalar un liderazgo populista, que pueda contener el desorden ideológico que amenaza con incendiar el vecindario de las Américas. Pronto lo sabremos.
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