Los presos de Islas Marías fueron reubicados, pero sus huellas se quedaron en cada espacio de lo que fue el centro penitenciario de semilibertad, el más antiguo del país. Su ausencia es notoria en la isla y, si no fuera por el personal de seguridad, administrativo y de la Secretaría de Marina que aún permanece, el área sería un pueblo fantasma.
Las aves endémicas y sus cantos son los únicos acompañantes del personal en ese sitio, cuya actividad cada día disminuye.
En los dormitorios, talleres, áreas recreativas y de visita familiar, en cada camino e inmueble de la isla hay un rastro de los reos, incluso de los objetos con los que eran castigados por los custodios durante el siglo pasado.
Ahí seguirán sus huellas hasta que el tiempo las borre, porque la infraestructura de la histórica cárcel no se modificará con su transformación en centro ambiental y cultural, a decir de las autoridades federales.
Las historia de Islas Marías también quedó grabada en ocho murales pintados por reos y expresidiarios: en un auditorio se encuentran algunos sobre el origen del hombre, también de Nelson Mandela, José Revueltas, El hombre de La Mancha, el de la conmemoración de los 110 años de la isla y otro sobre Miguel de Cervantes Saavedra.
En el complejo Laguna del Toro hay uno que tiene que ver con la reinserción y otro sobre la historia de cómo llegaba la gente a la isla en diferentes barcos.
Las actividades del personal penitenciario que aún labora en ese sitio disminuye día con día.
Los últimos reos que estuvieron en Laguna del Toro, uno de los tres centros que integraron el complejo penitenciario Islas Marías y que era considerado de alta seguridad, dejaron su marca como una forma de inmortalizar su estancia: escribieron mensajes en la pared de su celda de tres por tres metros cuadrados.
“La vida es un arcoiris que incluye el color negro. SLP”, “Bienvenido Islas Marías. Neza Bordo Rifa. 28 de Agosto de 2018”, “Yo soy mero cabeza, ten cuidado no te vayas a ensartar tú solo”, “Aquí dormía el trompas, chupón, toluco, Estado de México”, se lee en celdas de lo que fue el Módulo de Alta Seguridad C-3, el cual tenía a la población más joven, conflictiva y con problemas con la autoridad carcelaria.
“Aquí se hacía la clasificación y luego el área técnica, médica y criminólogos determinaban a qué centro iban en semilibertad: Morelos, Laguna del Toro o Aserradero”, señala Gregorio Pérez Benítez, comandante de seguridad, quien estuvo año y medio a cargo del C-3.
Comenta que ahí también eran recluidos jóvenes que purgaban sentencias por robo y que no seguían las indicaciones de las autoridades penitenciarias. Los internos también utilizaban este espacio como refugio cuando tenían conflicto con otro reo de la población. El inmueble tiene 512 lugares y antes de cerrar sólo había más de 20 presos procedentes del penal Neza Bordo, en el Estado de México.
En el Centro Federal y de Readaptación Social (Cefereso) Morelos estaban los internos con alguna discapacidad, enfermedades crónico-degenerativas y los adultos mayores, muchos de ellos provenientes de Chiapas, Baja California, Michoacán, Guanajuato y Sinaloa.
Eran 199 y cumplían sentencia por delitos contra la salud. Fueron ubicados en esa área por su cercanía con el hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que hay en Islas Marías.
La iglesia, los talleres de artesanía, hilo, repujado y el campo de futbol, con el que todavía cuenta el penal Morelos, lucen solos. En el taller de carpintería quedan herramientas y piezas que elaboraban y vendían los internos.
“Las huellas del centenario penal seguirán. Así es como ellos dejaron lo que prácticamente fue su casa”, afirma Miriam Adriana Estrada Jove, encargada del área médica.
Aserradero era un centro donde se encontraban los internos que estaban por cumplir su condena y en Bugambilias desempeñaban actividades ganaderas, agropecuarias y se llevaba a cabo la visita familiar y convivencia.
“Cuando los reos obtenían su libertad, sus familias no querían irse (...) Decían que aquí encontraron la felicidad”, asegura Marco Antonio Rojeiro Estrada, empleado de la Dirección de Administración del Centro Penitenciario Morelos.
En entrevista con EL UNIVERSAL, el titular del Órgano Desconcentrado Prevención y Readaptación Social, Francisco Garduño Yánez, afirma que Islas Marías ha vivido tres etapas: la primera, en 1930, en la que había una división muy fuerte; la segunda fue de prevención, y la tercera, en los años 70, de prevención y readaptación social: “Ahora sería la cuarta etapa, que coincide con la Cuarta Transformación, que es el cierre del penal”, afirma.
La directora del expenal, Gabriela Cerón Ramírez, señala que Islas Marías era una comunidad en la que había respeto entre reos y autoridades. Reconoce que al cerrarse, la población penitenciaria perdió la semilibertad que gozaba, pero “tiene que seguir su vida”.
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