Paco es dependiente a la heroína desde los 15 años, a los 19 y después de varias entradas a tratamiento, empezó uno sustitutivo con metadona.
La metadona es el único medicamento disponible en México que permite tratar los síntomas del síndrome de abstinencia a opioides. Este síndrome es una respuesta fisiológica a las adaptaciones celulares de la estimulación permanente que generan los opioides en el sistema nervioso central. La intensidad y gravedad de los síntomas dependen del tipo y de la cantidad de sustancia que se consume. En una primera fase los síntomas incluyen midriasis, piloerección, mialgias, artralgias, contracturas musculares, dolor óseo, diaforesis, taquicardia, hipertensión, temblor, irritabilidad, agitación motora, anorexia e insomnio. En una fase avanzada, los síntomas incluyen parestesias, fiebre, dolor abdominal tipo cólico, náuseas, vómito, diarrea e hiperglucemia.1 Médicamente se reconoce que el síndrome de abstinencia por opioides puede causar la muerte.
La malilla [síndrome de abstinencia] es lo peor que te puede pasar, la verdad no se la deseo ni a mi peor enemigo. Tiemblas, la panza se te hace un nudo, no pasas ni agua, te duelen los huesos, no puedes caminar, ni pensar, ni dormir, del dolor que sientes, sólo piensas en curarte [usar heroína]. Sudas sin parar, todo te da vueltas y más aparte está el insomnio… Es… En serio que es incontrolable, es algo muy fuerte, muy, muy gacho, por eso cuando ya quieres desafanarte de la Shiva [z], necesitas algo que te ayude, por eso vamos a metadona. El problema es que, si dejas de tomar la metadona, también te pega una malilla bien gacha, peor o igual que la de la Shiva, no hay salida, pues…”.—Ivan, 35 años, Hermosillo
Gracias a la metadona, Paco había encontrado un trabajo en una frutería cerca de su casa, con lo que sostenía económicamente a sus dos hijas y a su compañera. Bajo el tratamiento con metadona, Rosario, habitante de calle de la Ciudad de México, con VIH y dependiente a la heroína, logró adherencia al tratamiento antirretroviral y, gracias a ello, había alcanzado supresión viral en diciembre del año pasado. Es decir, Rosario no sólo gozaba de excelentes condiciones de salud, sino que, al tener un nivel indetectable de VIH en su sistema, no transmitía el virus a otras personas. A través del acompañamiento de la Clínica Condesa, Rosario había logrado, además, acceder a un sistema de albergues temporales y tenía trabajos eventuales, todo lo cual coadyuvaba en el mejoramiento de sus condiciones de salud.
Estar en metadona no necesariamente significa que las personas con uso problemático de drogas dejen de usarlas, pero es una estrategia de reducción de daños que ayuda a disminuir la frecuencia e intensidad del uso de heroína y, con ello, las personas logran desempeñar mejor sus roles en su familia, trabajo, escuela, etc. Adicionalmente, es una medida efectiva para reducir los riesgos de infección por VIH, Hepatitis C y las muertes por sobredosis.
Aunque la metadona es un medicamento esencial incluido en el cuadro básico de insumos del sector salud en México desde 2017, no está disponible –salvo honrosas excepciones– en los hospitales públicos de segundo y tercer nivel de atención, por lo que es de muy difícil acceso. Según información disponible de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), sólo un laboratorio en el país tiene autorización para producir metadona, pero tiene restricciones para la importación de los insumos que constituyen su materia prima. De acuerdo con un informante del único laboratorio autorizado para producir metadona en México, la importación de estos insumos puede tomar hasta nueve meses, una vez otorgados los permisos correspondientes. Al parecer el actual desabasto de metadona en algunas clínicas privadas se explica por la cantidad insuficiente de los insumos con los que contaba el laboratorio, lo que, sumado a los tiempos burocráticos que toma la importación de materias primas y a una demanda muy limitada del producto, lo convierte en un medicamento de baja prioridad.
A pesar de que médicamente se reconoce la dependencia física que genera la metadona, en los últimos años se han cerrado progresivamente las clínicas privadas que ofrecen este medicamento sin que haya un seguimiento a las personas que estaban en tratamiento. En 2015 cerró la clínica de metadona de Hermosillo, Sonora; en 2017 cerraron dos clínicas en Ensenada, Baja California; igualmente, en diciembre de 2018, lo hizo la clínica de la Ciudad de México. En enero de 2019 las clínicas de metadona de Ciudad Juárez, de Chihuahua y de Mexicali se declararon en desabasto y dejaron de prestar el servicio. En todos los casos, el cierre se efectuó de improviso y no hubo un plan de contingencia para garantizar el bienestar de los usuarios, algunos de los cuales llevaban años en tratamiento.
Al principio, los usuarios como Paco y Rosario pensaron que el cierre de las clínicas a las que acudían sería algo temporal. Ya en otras ocasiones había sucedido que los establecimientos se quedaran sin medicamento y cerraran por un par de días; sin embargo, esta vez la situación permanece sin resolverse hasta el día de hoy, sin que ninguna autoridad haya tomado cartas en el asunto para asegurar el acceso a este medicamento esencial.
Dada la dependencia física que produce la metadona, su desabasto expone a los usuarios a unas condiciones de sufrimiento innecesario y constituye una grave violación a sus derechos humanos. En el contexto de indolencia estatal y enfrentados a la severidad de la “malilla”, los usuarios regresan desesperadamente al uso inyectado de heroína como estrategia para mitigar el dolor físico de su dependencia. Estrategia que a largo plazo no sólo profundiza sus patrones de uso problemático de drogas, sino que, también, su mayor exposición a muertes tempranas.
Es así que, tras tres años del cierre de la clínica de metadona en Hermosillo y dos del cierre de las clínicas de Ensenada, las historias de muerte de personas dependientes a la heroína se suceden una tras otra. Sin embargo, no hay registros, pues son muertes que sólo importan a las familias que enfrentan el uso problemático de sus miembros sumidas en el desamparo institucional. Las voces de su sufrimiento no logran llegar a las autoridades correspondientes y las pocas autoridades que escuchan tampoco reaccionan para dar una respuesta de salud pública a esta crisis humanitaria.
Rosario no ha regresado por su tratamiento antirretroviral a la clínica Condesa de la Ciudad de México, ha desaparecido del radar de quienes acompañaban su tratamiento antirretroviral y ahora sólo piensan con impotencia que perdieron una paciente con un excelente pronóstico, quien seguramente morirá en el anonimato en las calles frías de la ciudad. Paco volvió a inyectarse heroína dos meses después del cierre de la clínica de Hermosillo. Actualmente, gasta alrededor de $1500 diarios en la compra de la sustancia, dinero que asegura de actividades ilícitas y del desmantelamiento de la casa de su madre. Perdió a su familia y enfrenta una precaria situación de salud, pues sus venas están colapsadas y padece hepatitis C. La dependencia no sólo la padece Paco, sino toda su familia, quienes atestiguan con impotencia cómo se deteriora día con día. La padecen sus dos niñas menores de diez años, quienes se quedaron sin padre y su compañera que, a sus 25 años, es cabeza de familia. Todas estas complicaciones se habrían evitado si el Estado hubiera respondido oportunamente a la falta de suministro de metadona.
El limitado acceso a metadona se puede entender como parte de una política de Estado que privilegia la abstinencia como única opción de tratamiento al uso problemático de drogas en general y de heroína en particular. Sólo así se entiende que siendo los Centros de Integración Juvenil las únicas entidades públicas que tienen capacidad para distribuir metadona, no asuman la responsabilidad de asegurar el medicamento en las ciudades en las que las clínicas privadas han cortado abruptamente su suministro, dejando a los usuarios a su suerte, de cara a las voluntades de la delincuencia organizada que controla los mercados locales de drogas.
En el caso del uso problemático de heroína, privilegiar la abstinencia como opción única de tratamiento es negar la condición médica del síndrome de abstinencia y someter a los usuarios a un sufrimiento físico innecesario. Esta negación de la oferta pública de metadona aparece como una política de facto en la que se castiga al usuario por su adicción, exponiéndolo al dolor. Pero el dolor no cura la dependencia, al contrario, el dolor deshumaniza a estas personas, deshonra sus vidas y las de sus familias, los despoja de su dignidad y, al final, una vez que han atravesado por este proceso lento y doloroso de muerte social, entonces sí mueren físicamente, confirmando la profecía de “drogas = muerte”. Sin embargo, no son las drogas las que matan; mata la indiferencia estatal y el estigma social frente a las drogas y los usuarios.
¿Cuántas personas deberán morir antes de que las autoridades de salud reconozcan que la dependencia a la heroína es una condición médica que requiere tratamiento? ¿Cuántos hogares deberán sufrir la dependencia a la heroína de sus miembros, antes de que el Estado mexicano asuma como su obligación ofrecer tratamientos efectivos contra las adicciones?
El desabasto de metadona es sólo una de las múltiples manifestaciones de la ausencia de una política pública de salud mental en México. La mejor opción frente a la dependencia a la heroína no es la abstinencia, es la metadona y es una obligación del Estado mexicano garantizar mecanismos efectivos de abastecimiento de este medicamento esencial en todas las dependencias públicas de salud, así como garantizar su oferta pública y gratuita como una estrategia de tratamiento efectiva para el uso problemático de heroína.
Angélica Ospina-Escobar
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