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domingo, 22 de noviembre de 2015

EL "HERRERO ANONIMO,el HOMBRE que CONVIERTE las ARMAS en ARTE.


Esta es la historia de un herrero anónimo de Saltillo que da vida a lo que alguna vez sirvió para matar. Un hombre de armas tomar, si de enviar un mensaje de paz se trata.
Aquí el arte después de matar. 
El 44 Magnum es para matar elefantes. Es súper poderoso, mata elefantes o animales que tienen gruesa la piel. Recuerdo que alguien me dijo, mientras contemplo una escultura del escudo del Heroico Colegio Militar que está montada sobre una jardinera, afuera de las oficinas de la comandancia de la Sexta Zona Militar, en la colonia Bellavista. 

La escultura es dorada y no está hecha con materiales corrientes, está formada con pedazos de armas de fuego: revolver, pistolas, escopetas, fusiles, subfusiles, carabinas, que la gente llevó a canjear por dinero el año pasado a los módulos instalados por el Ejército en los principales municipios de Coahuila.
Es una escultura hecha con pedazos de historias que la gente no está obligada a contar cuando llega a un puesto para entregar voluntariamente sus armas.  
Este es el cilindro de un revólver, aquí el cerrojo de un fusil, esto es parte de una pistola, este es un mecanismo de disparo de otro fusil, este es un cañón de AR – 15, arma de alto poder, automática, es decir, que mientras esté presionado el disparador y abastecida el arma puede consumir todas las balas que estén en el cargador. 
Esto es parte de una escopeta, donde van alojados los cartuchos; aquí un mecanismo de disparo de un rifle de alto poder, normalmente utilizado por los cazadores, los que se dedican al deporte de tiro; aquello es parte de una pistola calibre 45, un arma de uso exclusivo del Ejército; este es el cañón de un AK – 47, otro fusil de alto poder.
Está diciendo un soldado, diré que Capitán Segundo de Materiales y Guerra, en los patios de la Sexta Zona amurallados con murallas verde militar. 
De repente vuelvo a recordar que alguien me dijo que el 44 Magnum es para matar elefantes, que es súper poderoso, mata elefantes o animales de piel gruesa. 
No quiero ni imaginar lo que un 44 Magnum haría en un blanco humano. 
De vez en cuando llega uno a los módulos de canje de armas, es extraordinario, pero llega.
Aunque pienso que vistas así, desmembradas, fundidas en la escultura del escudo del Heroico Colegio Militar, las armas son verdaderamente inofensivas, inocuas, pedazos de historias que esta vez la gente no se permitió contar. 
 El herrero que quiso tocar la luna
Sigo parado delante de la escultura dorada del Heroico Colegio Militar, yunque forjador de hombres de guerra, dirá el Teniente Coronel subjefe del Estado Mayor de la Sexta Zona Militar, pensando que jamás vi tantas armas juntas, ni de juguete, un arsenal.
Le pregunto al herrero que está conmigo, el herrero que hizo esta escultura, la del Heroico Colegio Militar, que si en su vida había visto tal cantidad de armas y dice que no, que no, que no, es más ni le gustan.
Después, otra mañana en la sala de su casa, el herrero dirá que él es un soñador, un eterno buscador de la paz, que quiere alcanzar la paz interior, dirá, la estabilidad emocional y decirle a la gente que sí se puede. 
Le llamaré nada más “el herrero”, porque eso es: un herrero y porque un alto funcionario militar me recomendado no revelar su nombre.
Que tal si un día los malandros se dan cuenta de que él es el que hace las figuritas con las armas recogidas por los solados en los canjes: “¿ah tú eres el que haces las figuritas?”, van y balean su casa o a nosotros el carro, me dijo el militar aquel, voz de trueno, gesto duro y mirada como de fiera, un mediodía en su despacho de la Sexta Zona.      
Sólo diré que el herrero es delgado, moreno, de estatura mediana, pelo entrecano, rostro afable, manos toscas y gruesas, “son de trabajo”, dirá, habla poco y bajito, tiene 55 años y es un soñador. 
Tanto que de chico el herrero pensaba, me contará aquella mañana en su casa, que podía agarrar la luna con las manos.. Pensaba que subiéndose arriba de los techos la iba a agarrar y se subía. No pudo.
Se hizo soldador desde hace 30 años, soldador, herrero, no escultor, aclara, él no es escultor, no se cree escultor,  es herrero, soldador, pero le gustó hacer el escudo del Heroico Colegio Militar, sentir que estaba haciendo algo bueno. 
Antes hubo que armarse de paciencia, gusto para darle vida a unos fierros, alma, dice. 
No es cuestión nada más de poner o acomodar, sino de dejar parte de uno, del alma. 
Necesitas meterle algo de ti, un pedazo, tu espíritu, lo que tú sientes.
Si no, no significa nada, dice el herrero.    
“La escultura está hablando de ti, de tus emociones, pones un pedazo y al transcurso del día te das cuenta de cómo viviste tus emociones sobre esas piezas, cómo las pusiste, cómo las colocaste, cómo fuiste dándole forma, verdaderamente son tus emociones. Ahí plasmo mis emociones, mi forma de ser, mi forma de ver la vida. Yo no sé de escultura”, dice. 
Con los días sabré que al herrero le gusta leer, un rato, todas las noches cuando llega de trabajar.
“Esto es lo que quiero alcanzar”, dirá la mañana que lo visito en su casa y me alargará un libro de Friedrich Nietzsche, “Así habló Zaratustra”, que ha leído y releído muchas veces, dirá, sorbiendo café de un termo rojo metálico. 
Al herrero le gusta tomar café en su termo rojo metálico, unos seis termos rojo metálico, cuando está descansando. 
A primera vista el herrero parece un hombre tranquilo. 
No grita, no manotea ni maldice, anda buscando la paz.
Y yo me pregunto cómo un ser tan espiritual, tan dado a la filosofía, pueda trabajar manipulando armas, pedazos de armas, y formar una escultura con pedazos de armas, que en otro tiempo fueron disparadas, que mataron, quizá, que segaron vidas, de animales, de gentes, tal vez.
El 44 Magnum, por ejemplo, es para matar elefantes. 
Es súper poderoso, mata elefantes o animales que tienen gruesa la piel.
De vez en cuando llega uno a los módulos de canje de armas, es extraordinario, pero llega.  
Una mañana brumosa en los patios de la Sexta Zona Militar veo al herrero martillando una pieza de metal, sobre una mesa en la que descansa una silueta hecha con varillas de lo que antes fueron cañones de escopetas o fusiles de alto poder: un AR -15, un AK – 47, el arma distintiva del narco. 
Es la figura, dice el herrero, de un caballero águila, el emblema de la Escuela Superior de Guerra, donde los soldados se gradúan de licenciados en administración militar. 
Este es el plumaje, el arete, la careta, tal y como se vestía el caballero águila de tiempos de los guerreros aztecas, está diciendo uno de los soldados que nos acompaña, diré solamente que es Teniente Coronel, subjefe del Estado Mayor de la Sexta Zona Militar en Saltillo.
En la mesa donde está trabajando el herrero hay también pedazos de pistolas y revólveres como formaditos en fila, esperando turno para ser pasados por el martillo y el cincel del herrero.  
La receta para realizar una escultura de este estilo va de que los militares le dan al herrero una hoja con el dibujo del logotipo o símbolo del Heroico Colegio Militar, de un caballero águila o de… no sé.
El herrero toma los pedazos de varillas que antaño fueron cañones de armas de fuego, las dobla, las solda y va formando con ellas el contorno o silueta del escudo, como quien dice el molde de la escultura.
Luego va poniendo y soldando los pedazos de armas, el cilindro de un revólver, el cerrojo de un fusil, un mecanismo de disparo de otro rifle, la parte de una escopeta donde van alojados los cartuchos, siguiendo la silueta, cortando un poquito aquí y allá, cuidando que las armas no pierdan su esencia, su esencia, dice el herrero, y así, hasta que sale un escudo de un caballero águila o sale el emblema del Heroico Colegio Militar.
El escudo del Heroico Colegio Militar son dos cañones que atraviesan un canasto. 
Los dos cañones significan la fuerza, la energía y el poder del Heroico Colegio Militar. 
La cesta significa la cohesión que existe entre todos los miembros del Ejército. 
Arriba hay un pebetero del que sale una llama que es la luz que ilumina a esta institución.  
Los cinco rayos que salen de la llama representan cada una de las armas y servicios del Heroico Colegio Militar.  
Toda, absolutamente toda la escultura está hecha con pedacería de armas recolectadas en los módulos de canje, nada más.
Al herrero le basta sólo un esmeril, un cincel, un martillo y una máquina de soldar. 
“Esta representación significa el fruto de un esfuerzo de la Secretaría de la Defensa Nacional para lograr la paz en el estado de Coahuila y evitar muchos accidentes y tragedias que ocurren con el uso indiscriminado de las armas. Para nosotros es símbolo de satisfacción, materializado en esta escultura”.
Oigo que está diciendo el Teniente Coronel, subjefe del Estado Mayor de la Sexta Zona Militar.    
Tres mil 500 pesos paga Sedena por las mejores armas. La mayoría son valuadas en el Centro de Canje por mil 500 pesos.
Lo primero que hace el Ejército cuando las armas llegan al centro de canje es desarmarlas y destruirlas.
La fantasía
Es otro día soleado en el módulo de canje de armas instalado en la explanada de la municipalidad. 
Bajo un toldo blanco, sobre una mesa, blanca, estoy mirando una pistola 25 y un rifle calibre 22, parece que están descompuestos.
Varios militares montan guardia alrededor del área, todos cargando al hombro unos fusiles enormes que nomás verlos siento escozor.   
“Las armas las carga el diablo“, pienso en voz alta y uno de los oficiales que me ha escuchado, diré que es el sargento a cargo del puesto, voltea y dice que ellos cargan armas, pero que no son el diablo. 
Un civil abogado, veintialgo de años, delgado, blanquito, gafas y copete, el responsable de valuar las armas, llevar la estadística y extender el vale a los donantes para que lo cambien por dinero, mil 500 ó 3 mil 500 pesos, dependiendo de la clase y el estado operativo del arma, está diciendo que lo que más ha llegado a este módulo son pistolas calibre 25 y rifles 22, pero que a veces traen una submetralleta 9 milímetros, un 44 Magnum, de esos que sirven para matar elefantes o animales de piel gruesa, y de vez en cuando un 306 para cacería, de alto poder, que mata venados a larga distancia.
A diferencia del herrero de esta historia, al abogado le gustan las armas, su hermano es cazador, practica tiro al blanco, y él desde chico ha visto armas. 
El sargento, un hombre bajo, moreno, de gesto más bien bonachón, está diciendo que cuando alguien trae un arma al módulo de canje a ellos, como representantes de la Sedena, les toca elaborar dos documentos: uno denominado acta de donación de arma de fuego y una ficha de registro de armamento donde ponen las características, tipo, matrícula y modelo de las armas.
El abogado señala en la mesa una pistola escuadra calibre 22, modelo mexicano, con cargador y en buen estado de uso. 
Son las permitidas por la ley, dice.
Junto a ella hay un escuadra calibre 9 milímetros, de uso exclusivo del Ejército, no registrable; una 38 especial y un revólver 22 - LR, de esos que algunas mujeres llevan en el liguero o la cartera y que son muy peligrosos, porque no tienen la protección del gatillo y se pueden accionar fácilmente estando guardadas en la bolsa o monedero.
El sargento recoge las armas y empieza desarmarlas, con un desarmador, en una mesa contigua donde hay una sierra.  

Más tarde miro al sargento metido en un mandil, unos guantes y un casco protector, cortando las armas con la sierra que echa lumbre y hace un ruido estridente. 
Una vez destruidas, las armas, los pedazos de armas, son guardados en una caja color verde militar para, en cuanto termine la jornada, llevarlos a la Sexta Zona Militar donde serán trasformados en esculturas, obras de arte: un escudo del Heroico Colegio Militar, un caballero águila.  
Con los días el sargento de rostro bonachón, confesará que de chico solía pedir a Santo Clos le trajera para Navidad una pistola o un rifle de juguete. 
Su deseo nunca se cumplió.  
Y ahora que tiene uno, dice riendo, no lo quiere cargar, se cansa.. 
Al mismo tiempo, pero en otro lugar, el herrero de esta historia todavía jugaba con ruadas, alambres, valeros, trompos... 
Había crecido en el barrio bravo de Santa Anita, sin padre, con cuatro hermanos y una madre que luchó sola para levantarlos.  
Entonces el herrero pensaba que podía agarrar la luna con las manos, pensaba que subiéndose arriba de los techos la iba a agarrar y se subía. No pudo. 
Estudiaba la primaria en el Colegio Carlos Pereira y por las tardes se iba con los plebes del barrio a echar una cascarita. 
Al herrero le gustaba el futbol. 
Le calle de Félix U. Gómez era entonces un basurero y Santa Anita un hervidero de casas de adobe y cantera, dice el herrero cuando le pido que me pinte algunas escenas del barrio de su infancia.  
Era un barrio bravo, bravo y si no te gustaban los golpes, el herrero es amante de la paz, tenías que ser inteligente para buscar una salida. 
“A lo mejor el problema es con uno mismo, se da uno cuenta que no hay enemigo, que su enemigo es uno mismo, la pelea es con uno mismo, no con los demás”, filosofa.
Nunca fue bueno pa la escuela y cuando acabó sexto ya no quiso saber más nada, no quiso. 
Al herrero le rogaron, mucho, para que siguiera una carrera, pero no quiso, era rebelde el herrero y andaba distraído.
Había acumulado demasiadas dudas existenciales y pocas respuestas.. 
“Fue difícil porque es una transición, un cambio, yo me pongo a pensar ahorita y fue un cambio muy brusco porque fueron los años setentas y había cambios de forma de pensar y de sentir.
“Un cambio de época que realmente te rebelas, entras en una revolución contigo mismo y es difícil, a lo mejor a otra gente se le hizo más fácil, pero a mí se me hizo difícil, conmigo mismo, conmigo mismo”, suelta.
Era la época del rock and roll y de los pantalones pata de elefante. 
El herrero trabajaba de pintor, de albañil, de lo que saliera, de lo que cayera y leía, leía con voracidad periódicos y libros, “100 años de soledad”, de García Márquez.
“Ese libro tiene una forma de atraparte… tan sutil que ni te das cuenta”. 
Se casó cuando tenía 17, con una hembrita de 17, y procreó cinco hijos, cuatro mujeres, un hombre. 
Ya es abuelo de cuatro nietos, dice. 
La historia del herrero es una historia sencilla. Su vida no ha sido muy complicada, no ha sido muy tormentosa, dice.
El olor al adobe, al café, al chocolate en casa de sus abuelos  son momentos que todavía guarda en su cerebro.
Pero en realidad, dice, tiene poco para contar, sólo que no le gusta el bullicio y prefiere caminar, que disfruta contemplar las casas, un edifico, las flores.
Una casa en ruinas cayéndose, de las de antes, que tiene una historia que contar, tiempo perdido o un tiempo que ya se fue y así vive el herrero su vida cada día.
Fuma para ahuyentar la tensión y hace dos o tres años que abandonó la bebida. 
Bebía fuerte el herrero.  
“Tengo problemas con la bebida por eso no tomo, trato de alejarme de todo eso. Fui a Alcohólicos Anónimos. Tiene uno que llegar a un fondo de sufrimiento para entender muchas cosas. Todavía batallo, pero más que todo no es al alcohol, no es el vicio, es uno, es uno”. 
Le pregunto al herrero que cuál es el hecho que caló en su vida y responde, sin vacilar, que la llegada del hombre a la luna en 1969, no dice por qué, sólo que eso lo marcó.
Es el domingo de una mañana invernal y el herrero está sorbiendo café de su termo rojo metálico, sentado en un sofá de la sala de su casa.
Hace rato que apagó la televisión.
He visto que daban un documental de naturaleza. 
Al herrero le gustan los documentales de naturaleza. 
El herrero me está contando cómo fue que se hizo precisamente eso, un herrero, un soldador.
Dice que empezó haciendo piezas de estructuras para naves industriales, estructuras grandes, soldadura pesada, con un señor que se llamaba José Reyes.  
Las piezas se maquilaban en el taller y luego había que ir a ponerlas fuera, a otra ciudad y manaban al herrero. 
Entonces recorrió mundo, conoció muchos pueblos, culturas, gentes de aquí y de allá..
Lo de hacer esculturas con pedacería de armas de fuego ya vino mucho después.
El taller de soldadura donde el herrero labora desde hace tiempo, había sido contratado en varias ocasiones para realizar algunos trabajos al interior de la Sexta Zona Militar.
Entonces le preguntaron al herrero que si quería participar en un proyecto de elaboración de esculturas, hechas con pedazos  de pistolas, revolver, fusiles… 
Dijo que sí.  
Al herrero le basta sólo un esmeril, un cincel, un martillo, una máquina de soldar y un arsenal que traiga todos calibres. Foto: Luis Salcedo
 El herrero lo único que quiere es encontrar la paz en sí mismo y saber realmente a qué vino a este mundo".
NARRACIÓN DE REPORTERO
“Es un monstruo. Ya descubrió su camino, es un artista el señor, al final del día está demostrando que tiene una habilidad…No cualquiera”.
Me dijo el Teniente Coronel, subjefe del Estado Mayor de la Sexta Zona Militar, la mañana que él y otros oficiales me presentaron con al herrero. 
De regreso en el puesto de canje de armas miro en la mesa un rifle calibre 7.62 y una escopeta winchester 1900, de las que se usaban en la época de la Revolución y que fueron fabricadas en Estados Unidos.
El sargento de gesto bonachón dice que cuando llega al módulo una arma histórica es reportada inmediatamente a las autoridades militares en la ciudad de México, analizada por especialistas y, si resultara de valor, mandada a uno de los museos del Ejército para su exhibición. 
Pero estos dos armas, el rifle calibre 7.62 y la escopeta winchester 1900, serán desramadas y cortadas en pedacitos en la sierra eléctrica. 
“Hay otras más antiguas y de mayor valor. Coleccionables”, dice el civil abogado que se encarga de valorar las armas y extender el papelito para que la gente lo cambie por dinero en una de las cajas de la municipalidad.   
El abogado dice que es común que a este puesto de canje de armas  venga gente de ejidos para donar rifles de alto poder, cartuchos de metralleta o cargadores de cuerno de chivo, que se ha encontrado tirados en el monte, y que, se presume, pertenecieron a narcotraficantes, cosa que no suena descabellada dada la incursión de la delincuencia en las áreas rurales de las ciudades.   
Y yo todavía no puedo creer que haya alguien capaz de dar vida, en una obra de arte, a algo que en el pasado sirvió para matar. 
“Es un monstruo, un artista el señor”, recuerdo que me dijo del herrero aquel Temiente Coronel, subjefe del Estado Mayor de la Sexta Zona Militar.
Pero el herrero lo único que quiere es encontrar la paz en sí mismo y saber realmente a qué vino a este mundo.
Fuente.-

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