Mexico,D.F 30/Sep/2014 El otro día en Nueva York el presidente Peña Nieto nos sorprendió con su anuncio de que México se suma a los países que apoyan la cruzada mundial de Barack Obama en contra del Estado Islámico que degüella periodistas y tiene preocupados a los estadunidenses. Equivocadamente, el gobierno de Estados Unidos considera que los bombardeos sobre el norte de Irak y una parte de Siria van a terminar con el fanatismo religioso que inspira a un movimiento antinorteamericano en el mundo del Islam.
El compromiso de Peña Nieto en nombre de todos nosotros fue lo suficientemente vago como para quedar en que una docena o dos de enfermeras militares, ingenieros o chapuceros electorales fueran a auxiliar a los países que lo soliciten en labores “humanitarias”. Fue probablemente una buena intención en procura de paz y sobre todo en búsqueda de presencia internacional para el jefe del Estado mexicano.
La coalición occidental era entonces de 42 países. Con la adición mexicana vamos en sesenta y tantos. Desde luego que la entusiasta participación de nuestro país no resolverá el problema del Oriente Medio; vamos, ni siquiera va a cristalizar en el envío de efectivos a la zona, que debe pasar por el tamiz del voto del Senado que no será fácil. Pero el asunto es otro. La gente de a pie se pregunta en México, ¿qué se nos perdió en la Mesopotamia mientras en Iguala se mata a estudiantes, y en un restaurante encima de La Quebrada que dio fama a Acapulco asesinan a un dirigente del PAN? En un país en que los hombres de verde son otra vez sospechosos de masacre en el Estado de México cuando sólo siguieron las instrucciones que los de pantalón largo, como dicen los cronistas deportivos, les ordenaron.
¿Queréis paz? Buscadla en vuestro país.
Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Tamaulipas, sin agotar la lista, son territorios de la ingobernabilidad; la violencia empuja todos los mecanismos sociales. Incluso el económico. Colombia no terminará de agradecer a Pablo Escobar y a su gente la recuperación económica que el capo propició. Una de las leyendas urbanas dice que Rafael Caro Quintero presumía de poder pagar la deuda externa de México en un abrir y cerrar de ojos. Lo peor es que eso podría ser cierto.
El México bronco anda suelto. No necesita de enfermeras militares ni ingenieros de minas para que le ayuden a solucionar sus inmediatos problemas. Aquí, en nuestro territorio, sin que Cri-Cri tenga que participar. No es necesario que los mexicanos sean candil de una calle ajena.
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