El policía estatal de Michoacán tragó saliva. Hay formas más indoloras de morir, pensó. Pero si los superiores piden algo, hay que cumplir, así que a las 7 de la mañana del 14 de octubre de 2019 se presentó en el cuartel de Apatzingán, junto con otros 34 uniformados que también habían sido llamados para ejecutar esa orden de extracción firmada por un juez.
A todos les entregaron chalecos antibalas, cascos, balas y el reglamentario rifle AR-15, que portan los policías estatales michoacanos cuando van a tierras del narco. En cuanto Miguel recibió el equipo, su mente hizo una rápida lista de todo lo que estaba mal: el chaleco lucía demasiado ligero, los cascos delgados, las balas viejas y su rifle AR-15 era un modelo antiguo que hace disparo por disparo, en lugar de las nuevas versiones automáticas con las que se puede rafaguear al enemigo.
Lo más preocupante, pensó, eran las cinco patrullas en las que viajarían hasta el municipio de Aguililla: vehículos antiguos con un dudoso blindaje y llantas casi lisas que los pondrían en desventaja si es los sicarios del “Mencho” decidían atacarlos. Y así sucedió.
CONTRA LA BARRETT 50
Su miedo se volvió real a las 8 de la mañana. Cuando se abrían paso por un camino sumido en un surco de tierra, a unos 15 minutos del objetivo, un diluvio de balas perforó las camionetas en las que viajaban. Si el infierno tiene sonido, así debe escucharse, pensó. Un tac, tac, tac frenético que le hizo intuir, en segundos, que eran atacados por hombres que tenían pegados los dedos a gatillos.
Miguel no lo sabía, pero una hora antes unos 30 sicarios bajo las órdenes de un sádico jefe de plaza apodado “El M2” se apostaron en una zona alta del ejido El Aguaje y esperaron pacientemente a que los policías estatales llegaran hasta ellos. Cuando los vieron, comenzaron a disparar acostados en un cerro de tierra o sobre sus vehículos artillados liderados por la voz de María López Esquivel, “La Catrina”, una joven comandante del Cártel Jalisco Nueva Generación de apenas 19 años.
Los peritajes revelarían que los criminales portaban fusiles calibre 7.62 y rifles Barrett calibre 50, los preferidos de los cárteles porque sus balas pueden perforar casi cualquier blindaje. Y si esas balas impactan en algún ser humano, lo destrozan. Son capaces, incluso, de arrancar un brazo o una pierna de un solo impacto.
Los balazos entraron sin ninguna dificultad en las camionetas. Uno a uno los policías estatales fueron cayendo. Algunos, evidentemente, asesinados al instante. Otros heridos de gravedad. Y Miguel, desde la torre del vigía en la camioneta, intentaba disparar hacia donde observaba los destellos de los rifles de los pistoleros.
De pronto, sintió un golpe seco en el brazo derecho. Un impacto imposible de describir, dice. Como una bola de demolición. Como un martillazo que hace añicos un hueso sano. El primer pensamiento que le vino a la mente fue que moriría ahí, en Aguililla, la tierra del “Mencho”. Y con tan solo 22 años.
PIEDRAS Y PALOS CONTRA LOS CÁRTELES
“Es que nos mandan al matadero”, dice Miguel, vía telefónica desde algún lugar en Michoacán, a casi dos años de aquella mañana que cimbró al estado y al país.
La emboscada del Cártel Jalisco Nueva Generación sería, hasta ese día, la más letal en Michoacán en todo lo que iba de la llamada guerra contra el narco. Los diarios nacionales e internacionales, que usualmente ignoran lo que sucede en Aguililla, voltearon a ver a ese pequeño municipio con asombro. Nunca antes “El Mencho” y sus pistoleros se habían atrevido a hacer tanto daño a representantes del Estado.
Lo hicieron, dice Miguel, de hoy 24 años, porque sabían que iban a una batalla desigual: en la guerra que se libra en la zona de Tierra Caliente, los narcos son Goliat y los uniformados son David. Sólo que en esta historia, el más débil no le haga al más fuerte.
“Imagínate, mi arma era de tiro por tiro, es decir, uno por uno. Y ellos nos tiraban, no sé, cientos de balas en segundos. Yo alcancé a ver sus torretas y pensé que no había forma de sobrevivir. El gobierno casi casi nos da piedras y palos para enfrentar a esa gente”.
Es la historia conocida de abandono de la policía estatal que se repite desde hace varios gobiernos en Michoacán, pero que cobró relevancia entre los uniformados cuando vieron al gobernador perredista Silvano Aureoles sentarse afuera de Palacio este 29 de junio para exigir que lo recibiera el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Según Silvano Aureoles, tenía bajo el brazo evidencia de que el crimen organizado había operado a favor de Morena en las elecciones del 6 de junio pasado y estaba muy preocupado porque el crimen organizado podría “volver” a Michoacán. Quería mostrarle al presidente las pruebas de una narcoelección.
Tras no ser recibido por el presidente, intentó conseguir una cita con el ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero tampoco lo logró, debido a que ni el Poder Ejecutivo ni el ministro Arturo Zaldívar son las instancias correspondientes para recibir una denuncia por presuntos delitos electorales.
“Eso es política. Es un espectáculo. Dicen que les preocupa el narco, pero la realidad es que los policías estatales estamos abandonados. Si les preocupara, no nos harían trabajar así, en condiciones que, la verdad, son deplorables. Son criminales. Como no somos sus familiares…
“Me pasa que a veces estoy despierto y puedo sentir como si estuviera, otra vez, en esa balacera y hasta me dan ganas de gritar…”.
Su brazo derecho sufrió serios daños por el impacto de bala. Fotos: Especial.
HUIR POR LA LIMONERA
De un segundo a otro, el policía estatal Miguel pasó de estar en lo alto del vehículo artillado del gobierno a estar tirado en la tierra. El impacto que sintió fue una bala que escupió algún rifle Barrett 50 y que le pegó de rebote en el brazo derecho. De haberle golpeado directamente, hubiera muerto desangrado en segundos.
En cuanto azotó en la tierra, el joven uniformado vio que a la altura del antebrazo le aparecieron dos orificios de entrada y salida. Y en la mano, otro par de hoyuelos. Seis agujeros en total que convirtieron su brazo en una extremidad que no podía mover. Un colgajo que le hizo creer que, si sobrevive, sería amputado.
“Me estoy muriendo”, gimió un compañero. “Padre Nuestro que estás en el cielo…”, masculló otro. “Ayuda, por favor”, suplicó alguien más aferrado a un inservible teléfono, pues los sicarios habían elegido para la emboscada un terreno en El Aguaje donde los celulares no tienen señal.
Miguel estaba atrapado. No sólo no le respondía el brazo dominante, con el que disparaba su rifle AR-15, sino que comenzaba a darse cuenta que varios de sus compañeros estaban muertos. Evidentemente superado por sus enemigos, hizo lo que su instinto le dictó: esconderse e intentar huir de ahí.
Como pudo, logró cubrirse con la carrocería de uno de los vehículos de la Policía Estatal y desde el lugar de la emboscada corrió unos 10 metros hacia el interior de un campo de limones. Luego, a otro. Y a otro más. Cada vez que corría de un árbol a otro le disparaban desde lo alto. La carrera más larga y angustiante de su vida.
Tras largos minutos de correr esquivando balazos, el joven policía estatal llegó hasta un puente y encontró a elementos de la Guardia Nacional que habían sido alertados por el ataque por algunos vecinos. El alivio que sintió debió ser similar a lo que sienten los náufragos cuando encuentran tierra firme.
Miguel llegó hasta ellos empapado en sudor y sangre. Con el brazo inservible y el corazón latiendo a tope. Con la adrenalina invadiendo el olor de su aliento. Balbuceó algo e intentó ponerse de pie, pero el cuerpo ya no le respondió. Se desmayó.
Un par de minutos antes y hubiera quedado tendido en el campo de limones como un tiro al blanco para los sicarios del “Mencho”.
Imágenes del funeral de los policías y de cómo quedó una unidad en la que viajaban. Fotos: Cuartoscuro.com.
EL SALDO OFICIAL
El saldo oficial de aquella emboscada fue de 14 policías estatales asesinados. No se sabe con certeza cuántos de ellos murieron en el primer ataque y cuántos fueron rematados por los sicarios cuando se les acercaron a bordo de motocicletas para incendiar las patrullas.
Para colmo, los pistoleros colocaron cartulinas con mensajes que acusaban a los uniformados de trabajar para los enemigos del Cártel Jalisco Nueva Generación. También aprovecharon para tomar fotografías y videos de los cadáveres y burlarse de ellos en las páginas de Facebook que utilizan para hacer propaganda a sus ataques.
Las imágenes rápidamente dieron la vuelta al país. También los audios que los propios policías estatales filtraron a la prensa, deseosos de que se conociera el estado en el que trabajan: radios inservibles, armas de poca monta, chalecos inútiles.
Miguel fue parte de esos 20 elementos que sobrevivieron huyendo por las limoneras. La mayoría no lo hizo ileso: además del daño emocional, esos policías estatales cargaban con heridas tan serias como los calibres de las balas que los alcanzaron. Algunos con las piernas desechas, otros con los brazos hechos trizas.
Cuando llegó el día del funeral, los policías estatales acudieron a regañadientes. No porque no quisieran homenajear a sus compañeros, sino porque sabían que ese acto al que la oficina de prensa del gobernador había invitado a la prensa tenía como objetivos lavarse la cara por haber enviado a los uniformados a una guerra desigual.
“Como siempre, se comprometieron a cambiar las cosas en la policía estatal. El gobernador y el director dijeron que todo iba a cambiar… por supuesto que no lo hicieron. Hoy estamos peor que nunca, ¿cómo quieren que así ayudemos a la gente?”.
“NOS TIENEN ABANDONADOS”
La imagen de Silvano Aureoles, con el rostro compungido por el supuesto retorno del crimen organizado a Michoacán, sentado frente a Palacio Nacional, de nada le sirve al policía estatal Miguel.
Tampoco le sirve la imagen de Silvano Aureoles viajando este viernes a Estados Unidos para denunciar ante el país vecino la presunta intromisión del narcotráfico en las elecciones intermedias. Le serviría más, piensa, un mandatario de menos espectáculo en la calle y más trabajo en la oficina.
A casi dos años de la emboscada, el gobierno estatal aún no le paga lo que corresponde por la rehabilitación médica del brazo derecho. El daño es tan grande que, a veces, el dolor en el dedo pulgar es insoportable y su mano ha perdido tanta fuerza que le cuesta mucho trabajo jalar el gatillo.
“Ya no puedo hacer muchas cosas. Me duele mucho el pulgar, luego me dan como punzadas y se siente muy feo. Sí da mucho coraje, porque no siento que me hayan apoyado, cuando yo casi di la vida allá afuera”.
Ahora, junto con la abogada Reyna Velasco, Miguel U. busca que el gobierno le pague no sólo el cuidado del brazo, sino la atención psicológica que necesita. Lo mismo para el resto de sus compañeros: los sobrevivientes sufren de estrés postraumático que no ha sido debidamente atendido por el gobierno estatal.
“Yo me pago mi terapia, pero luego no alcanza. Y no debería ser así. Ellos deberían pagarla, ¿no?”, me dice este joven policía, quien por la discapacidad instalada en su brazo derecho está relegado a trabajo administrativo. “No sé, yo digo que nos tienen bien abandonados. Los políticos dicen una cosa y la policía vive otra muy diferente”.
"Eso es política. Es un espectáculo", dice el policía entrevistado sobre la intención de Silvano Aureoles de llevar un expediente a Palacio Nacional. Foto: Cuartoscuro.com.
“¿Qué quiero que la gente sepa con mi historia? Que hay buenos elementos, que sí existimos los que queremos servir a la gente, pero a veces no se puede. A veces, parece, que el peor enemigo no son los criminales, sino algunos directivos… te digo: nos mandan al matadero y luego salen en la foto diciendo que según están muy preocupados por nosotros”.
A pesar de todo, dice el policía estatal Miguel, esta noche dormirá con el celular junto a su cama. Si le llaman para servir, contestará la llamada… aunque sea a las 5 de la mañana con una misión suicida.
Fuente.-@oscarbalmen /
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