Construyen aeropuertos, sucursales bancarias y trenes, administran puertos, manejan pipas, son el muro “contra” los migrantes en el norte y en el sur de nuestro país, sustituyen a la policia, son investigadores, fuerzas de contención, de choque y dizque combaten al crimen organizado.
Disponen, en medio del austericidio reinante, de presupuestos jugosos y que cada año aumentan; no se preocupan por la transparencia del manejo de estos recursos ni por la rendición de cuentas. En fin, los militares están en su mejor momento, llenos de dinero, trabajo y empoderados. Sin duda 2020 ha sido el año de la militarización de México, gracias a la decisión del jefe supremo de las fuerzas armadas, el presidente de la república.
Esta situación no sólo la vivimos en México, muchos paises de América Latina se decidieron por la militarización de la política y el desempeño de los uniformados en tareas que no son necesariamente de su competencia. Y esto pone en riesgo lo que con tanto esfuerzo hemos construido: una democracia y unas instituciones que endebles o no nos hemos dado y tenemos que defender.
Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador o Brasil son buenos ejemplos de la situación que ahora en nuestro país estamos comenzando a experimentar. Los militares están, sin duda, detrás (o al lado, o adelante) de estos gobiernos sin que para llegar a esto hubiera una posición crítica por parte del poder legislativo o un debate público que permitiera atajar esta trascendente decisión. Las cosas las decidió el ejecutivo así y no nos dejaron ni opinar. De una manera insidiosa se fue dando el cambio y parece que por lo pronto no hay marcha atrás.
Aquel candidato de la esperanza, que prometía regresar el Ejército a los cuarteles, que acusaba a los militares de no respetar los derechos humanos, y que se ostentaba como el paladín del combate a la corrupción y a la inseguridad de pronto decidió que, por el contrario, habia que instrumentar un incremento sustancial en los presupuestos de Defensa y depositar toda su confianza en los uniformados, ya que nadie como ellos para seguir ciegamente sus órdenes.
Por una parte no me sorprende. El autoritarismo siempre se ha llevado mal con la democracia y ha resultado buen amigo de los generales. Ahí está el caso del inefable Bolsonaro, presidente del Brasil, que teje una alianza con los militares y la iglesia evangélica que posibilita su llegada al poder. O el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, que con una alianza políico-económica con los señores de los cuarteles asegura su “reinado” desde 2007 hasta la fecha.
Dejo para el final el caso triste y doloroso de Venezuela, donde primero Chávez y ahora Maduro establecen una relación de codependencia económica y política con las fuerzas armadas que siguen sin chistar las órdenes y directrices del dictador. Esta relación simbiótica ha garantizado la estabilidad de este régimen aparentemente civil, con el consecuente deterioro de las instituciones democráticas. Ojalá y un día el pueblo venezolano se libre de ellos.
Por eso, cuando me preguntaba si este 2020 era el año de la pandemia, o el año de las mentiras, o el año del dolor, terminé decidiéndome por decir que el 2020, a punto de su deseada extinción, es el año de la militarización. El pronóstico para mi país es reservado, apenas vamos empezando. Ojalá y el 2021 nos abra los ojos.
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