La pseudociencia de la fisiognomía o, para usar una palabra más grandilocuente, la morfopsicología puede resumirse, como lo ha hecho una de sus practicantes, en una línea: “Conocer cada una de las partes del rostro puede ayudarte a descubrir cómo es una persona”.
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Así, tenemos que “los de ceja tupida son explosivos” (como el actor Colin Farrell, “el chico malo del cine”, ¡por supuesto!), “el párpado caído refleja a personas perfeccionistas y exigentes, no solo consigo mismas, sino con todas” (Forest Whitaker, ¡con razón ya ganó el Oscar y varios premios más!), “quienes los tienen más grandes [los ojos] son personas sinceras, soñadoras, comodinas y egoístas” (¿quién duda que Emma Stone es así?) y las de cara redonda “colocan las necesidades de otros en primer lugar, posiblemente atrayendo a personas narcisistas y terminan sin tener lo que ellos quieren de la relación” (esto explica la relación de Selena Gomez con el, para ella, ahora innombrable de Bieber).
Por cada uno de estos intentos de acoplamiento entre rasgos faciales y características psicológicas atribuidas a actrices y actores famosos podemos encontrar, sin mayor esfuerzo, algún otro que lo contradiga. ¿Un ejemplo? Tener entre ceja y ceja a Eugene Levy (el papá de Jim en American Pie), en espera de que exhiba un temperamento explosivo como el de Colin Farrell y delatado en ambos casos por sus cejas profusas tiene tanta validez como hacerlo porque, por ejemplo, comparten el mismo signo zodiacal.
Nada de esto importa a la hora de intentar lo que los científicos conocen como inferencia de características basadas en el rostro (ICBR) juzgar de manera espontánea, al verle la cara a alguien, qué tan confiable es ésta, entre otros atributos sociales de los que depende nuestra convivencia y, en última instancia, hasta nuestra supervivencia. Que las apariencias engañen y los estereotipos abunden no significa, por desgracia, que esta práctica universal entre humanos no afecte decisiones tan trascendentes como elegir por quién votamos y decidir si un acusado es culpable con tan sólo verlos.
“Conocer cada una de las partes del rostro puede ayudarte a descubrir cómo es una persona”, así se puede resumir la fisiognomía | Foto: Pinterest
Retratos 100% fidedignos
Creencias fisionómicas han abundado desde la antigüedad aquí y en China, y durante los siglos XVIII y XIX fue bastante popular, lo que no significa que los “analistas de rostros” hayan dejado de vender libros y de ser consultados en nuestros tiempos. Entre las razones de esta popularidad los científicos han propuesto que las ICBR son una extensión temporal de estados momentáneos. Por ejemplo, atribuimos un carácter amigable a alguien sólo porque en una ocasión nos pareció que ver una expresión de felicidad en su rostro. Esto implicaría que la personalidad es una entidad fija -la esencia de lo que somos-, y de esto a un determinismo biológico que nos lleve a concluir, erróneamente, que la fisiognomía podría tener una explicación basada en nuestros genes hay sólo un paso que repetidamente ha sido dado para apoyar esta pseudociencia (lo que, como en toda pseudociencia, no significa que no incluya una pizca de verdad pero, como en toda pseudociencia, esa pizca se agranda, deforma y ajusta a conveniencia del charlatán en turno y sin evidencia alguna que respalde esta interpretación ad hoc).
Los fisiognomistas llevan las ICBR al extremo y, mientras que nuestros ojos no entrenados por ellos necesitan de las expresiones faciales para intentar identificar -no siempre con la precisión deseada- las emociones y estados de ánimo de otras personas, a estos pseudocientíficos les bastaría con echar un vistazo a los rasgos de una cara “seria” -es decir, inexpresiva, en reposo- para hacer un retrato psicológico 100% fidedigno de esa persona.
La pseudociencia de la fisiognomía o, para usar una palabra más grandilocuente, la morfopsicología puede resumirse, como lo ha hecho una de sus practicantes, en una línea: “Conocer cada una de las partes del rostro puede ayudarte a descubrir cómo es una persona”.
Una larga historia de mentiras
Varias de las premisas de fisiognomistas de siglos pasados generarían en este siglo más escarnio que asombro, como afirmar que alguien es agresivo como un toro sólo porque tiene cara de buey (aunque no falta quienes concluyen cosas similares sólo porque el signo zodiacal de ese alguien es tauro), y desde principios del siglo pasado todos los estudios rigurosos, hechos a partir de tratamientos estadísticos, observaciones y mediciones experimentales, han rechazado estas creencias. En el mejor de los casos, la evidencia que confirma la existencia de una relación entre algún rasgo facial y algún rasgo de personalidad es débil, como un estudio de 2018 en el que se determinó, sin dar mayor razón de las causas detrás de ello (salvo que un libro titulado Fisiognomía fácil, de Annie Isabella Oppenheim, así lo aseguraba), que existía una pequeña, pero medible, relación entre la altura de la nariz de una persona y su comportamiento agresivo (entre más narigón, más agresivo).
Ilustración típica encontrada en un libro de Fisionomía (Siglo XIX) (a la izquierda "Desesperación", a la derecha "Ira mezclada con miedo") | Foto: Wikipedia
Los psicólogos sociales (que no sociólogos) Bastian Jaeger y Anthony M. Evens son autores de uno de los análisis más extensos y recientes sobre creencias fisiognómicas (de julio de 2019, aún sin publicar), con muestras representativas de estudiantes universitarios, y de los daneses e ingleses en general, determinó que las creencias fisiognómicas siguen estando bastante difundidas en estas poblaciones y sin importar los niveles de educación ni socioeconómicos (esto y que los medios nacionales continúen publicando los resultados del análisis del rostro de, entre otros, narcos, nos hace pensar que los resultados serían similares en México).
Confianza e intuición
Jaeger y Evans hallaron también que las creencias fisiognómicas son bastante heterogéneas con relación a rasgos relacionados con: 1) sociabilidad (calidez, amabilidad, simpatía), 2) moralidad (confianza, sinceridad, honestidad), 3) aptitud (competencia, inteligencia y habilidad). De acuerdo con estos psicólogos, tendemos a creer que la sociabilidad de una persona es lo que más se refleja en su rostro, comparada con su moralidad o su aptitud. Sus resultados también muestran que nuestras inferencias sobre la personalidad basadas en rostros se forman de manera espontánea, rápidamente y con facilidad, y que quienes tienden a confiar en sus intuiciones son los que más probablemente adopten creencias fisiognómicas. Y las personas que con mayor fervor abrazan creencias fisiognómicas confían más en su habilidad para juzgar con certeza cómo es una persona por su cara; en consecuencia, estas personas confiaban más en su supuesta habilidad a la hora de decidir en quién confiar. Lo más contrastante es que, al ser cuestionados sobre la precisión con que juzgaron a una persona con base en una fotografía de su rostro, quienes están más convencidos de que la fisiognomía en verdad funciona tienden a sobreestimar qué tan acertados fueron en sus juicios.
Un estudio de 2018 en el que se determinó, sin dar mayor razón de las causas detrás de ello (salvo que un libro titulado Fisiognomía fácil, de Annie Isabella Oppenheim, así lo aseguraba), que existía una pequeña, pero medible, relación entre la altura de la nariz de una persona y su comportamiento agresivo (entre más narigón, más agresivo)
Foto: Pinterest
Creencias fisionómicas han abundado desde la antigüedad aquí y en China, y durante los siglos XVIII y XIX fue bastante popular, lo que no significa que los “analistas de rostros” hayan dejado de vender libros y de ser consultados en nuestros tiempos
Estereotipos faciales
La evidencia reunida por Jaeger y Evans apoya la teoría de la percepción social en psicología, que indica que los rasgos faciales desencadenan en nosotros, de manera automática, inferencias de personalidad. De acuerdo con ésta, continuamos basándonos en las apariencias faciales incluso cuando disponemos de mejor información sobre una persona. Una seria advertencia de los autores es que, en consecuencia, la influencia de estereotipos faciales puede conducir a malas decisiones y, peor todavía, a la discriminación sistemática de personas únicamente por la cara que nos ponen. “Aunque los efectos de este sesgo están bien documentados, poco se sabe sobre los mecanismos detrás de él”, lo que en pleno siglo XXI, junto con avalar la inexistente ciencia detrás de la fisiognomía, sería para caérsenos la cara de vergüenza.
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